En defensa del libro como objeto físico, como concepto insuperable ante sus versiones virtuales pero también frente a sus nuevas alternativas tecnológicas, ha surgido alguna novedad que no debe dejarse pasar. Porque en este año 2010 apareció en español Nadie acabará con los libros de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière.El primero de los autores no necesita presentación, aunque sería bueno que los estudiantes conocieran algo más que Apocalípticos e integrados o El nombre de la rosa. El segundo lo conocen bien los cinéfilos, como colaborador de Luis Buñuel.Esta reciente apología de los nobles objetos hasta ahora de papel cuya desaparición se anuncia cada tanto, proporciona argumentos contundentes en favor de la lectura de libros, con el encanto que posee aquello que surge de una conversación distendida.Según Umberto Eco: "Nunca jamás se ha inventado un medio más eficaz para transportar información. El ordenador, con todos sus gigas, tiene que conectarse a un enchufe. Con el libro este problema no existe. El libro es como la cuchara, la rueda o las tijeras. Una vez inventado no se puede hacer nada mejor. Quizás sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es".Realmente uno no puede imagina algo mejor que una cuchara para tomar la sopa.Uno de los argumentos que más me impresionaron de Nadie acabará con los libros, y hay unos cuantos muy sólidos, es el referido a la obsolescencia tecnológica, como gigantesca desventaja de los soportes que tan pronto como se ponen de moda comienzan a decaer y a ser sustituidos por otros.Doy fe por mi experiencia personal: conservo una lectora de videos para no perder la posibilidad de volver a ver algún episodio de mi colección completa de Cosmos, la serie televisiva de Carl Sagan. Es cierto que ahora, además, la tengo en DVD, pero me siento más seguro por si las lectoras clásicas de DVD llegaran a desaparecer más pronto de lo previsible. Lo mismo podría decir de muchos video-cassettes con programas viejos, películas de todos los géneros, conciertos y partidos de fútbol.Hace un par de años, volví a comprar un aparato de radio, AM-FM, con lectora de discos compactos, pero que en un gesto de cortesía con los que nos formamos en el pasado de la humanidad incluía una lectora grabadora de cassettes de audio. Eso me permitió "resucitar" parte de mi naufragio monumental de cassettes de música, programas periodísticos y discursos políticos.No sólo eso. Conservo activas aún un par de computadoras personales que funcionan en antiguos sistemas operativos y con disqueteras de "5 un cuarto", para poder usar juegos de ajedrez y enciclopedias que por entonces me prometían también la eternidad. ¿Convertir de un formato a otro? Sí, claro. Lo hice con algún registro familiar o personal relevante, pero no parece sensato intentarlo con el resto.Esos problemas de obsolescencia tecnológica y la terrorífica expectativa de perder nuestra biblioteca de Alejandría íntima, no se plantean con los libros.Me pregunto, de todos modos, si lo central en la discusión es el libro o la lectura.Recuerdo que cuando estaba a cargo de la Dirección de Cultura del MEC, debí pronunciar un discurso por los ciento treinta años de la fundación de la Biblioteca Popular de Nueva Palmira (Uruguay). Transcribo fielmente, pero sin comillas, un tramo de aquellas mis palabras de entonces –gracias a que fueron recogidas oportunamente en formato impreso, precisamente, y no en un vulnerable formato digital–. Ellas le deben mucho a Giovanni Sartori y, sobre todo, a Fernando Savater.Hace 130 años, nadie podía dudar de la importancia de los libros y la lectura, y del noble servicio que una Biblioteca Popular podía prestar a todos los ciudadanos. Pero hoy más que nunca se nos revela aquella iniciativa como una mandato de la historia. Hoy, en medio del apogeo de la imagen, de las fotografías, del cine, de la TV, los libros han devenido una herramienta imprescindible para la libertad y la conciencia de los ciudadanos.Y no quiero incurrir en la estrechez de tomar por contradictorio lo que en realidad es complementario. Las imágenes y los libros de algún modo generan ambos elementos enriquecedores para todos los seres humanos. Pero sí corresponde establecer una cierta jerarquía, un cierto orden de prioridades.Ustedes compartirán conmigo que, sin negar los valores de la cultura audiovisual, es la letra impresa la que hace madurare la inteligencia, y hacerla más fina y profunda. Piensen que todas las imágenes son potencialmente fascinantes: ellasmuestran muy bien las pasiones humanas, desde los gestos del amor, hasta los desbordes de las guerras y los desastres naturales. Pero hay que advertir que las razones de los acontecimientos, la inteligencia de los motivos, suelen ser invisibles para los ojos, y solamente la lectura nos torna más comprensivos.Solamente la lectura nos ayuda a entender la verdad escondida bajo las superficies brillantes. Más allá de que percibimos mediante los sentidos, son los conceptos los que nos orientan, son las ideas las que nos movilizan. Por ello la lectura es la verdadera democratizadora del conocimiento. *Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
Se atribuye al legendario André Malraux poco interés por la música y hasta la aseveración de que los franceses nunca constituyeron "una nación musical". Hombre de izquierdas en sus comienzos, referente gaullista y Ministro de Cultura en los años sesenta, Malraux parece haberla considerado incluso como un "arte secundario".O por lo menos eso es lo que afirman los autores de Cultural Atlas of France, una obra de divulgación sin mayores pretensiones, aparecida en los años noventa, que todavía se exhibe con orgullo en algunas bibliotecas domésticas rioplatenses –atlas tan pedagógico como inesperadamente crítico con la sociedad francesa y sus tradiciones políticas y culturales–. Sus responsables son Colin Jones, catedrático e investigador de la Universidad Exeter, especialista en historia social, y John Ardagh, periodista y autor de numerosos ensayos como The New French Revolution (1968).El libro recuerda la red provincial de centros artísticos creada por Maulraux, las famosas Maisons de la Culture, que entre diversos fines aspiraban a difundir cultura de calidad e impulsar "a las clases trabajadoras a asistir a teatros y exposiciones, en un intento de acabar con la cultura como una reserva burguesa".Siempre según Jones y Ardagh, "el prejuicio oficial contra la música moderna en tiempos de Malraux había llegado a tal extremo que Pierre Boulez fue menospreciado y tuvo que marcharse al extranjero". Si bien extraña un poco escuchar que la patria de Berlioz, Debussy, Saint-Saëns, Ravel y Bizet no haya constituido "una nación musical", puede admitirse que después de todo nadie es perfecto, incluido Malraux. Lo que importa aquí de esas referencias es situar las coordenadas de nuestra breve reflexión sobre música y poder.Consignemos pues algunas frases más del impiadoso atlas de Jones y Ardagh para establecer un contraste funcional a nuestros objetivos: el que surge entre André Malraux y su sucesor en el mismo cargo, Jack Lang, joven socialista designado ministro de Cultura en dos oportunidades (1981 y 1988). Convencido de que "todas las artes importan, incluso las menores", Lang es celebrado en las páginas aludidas porque "fundó un museo del cómic, un museo del vestido, una escuela de fotografía y hasta una escuela de circo" y porque su influencia fue perdurable y generadora de oficios dignos, desde la organización de festivales hasta las clases de cerámica. Son muy significativos también los siguientes elogios al desempeño de su gestión:"Cuando Jack Lang tomó posesión de su cargo multiplicó por tres el presupuesto estatal para la música. Destinó mucho dinero a orquestas sinfónicas y a óperas clásicas, pero su principal interés era el de apoyar otros tipos de música más popular. Dio dinero y reconocimiento a cientos de grupos folklóricos locales, apoyó a coros de aficionados y bandas de música, creó una gran orquesta de jazz, construyó un enorme estadio de jazz y rock en Paris y –ante el horror de algunos mandarines ministeriales– subvencionó el rock y el pop".La parrafada entusiasta –y en este caso merecida, por cierto–, culmina señalando que la gestión de Lang "fue un corte con la tradición, y dio origen a un debate sobre qué músicas forman parte de la 'cultura' y cuáles no". Pero en realidad, quien le precedió en el cargo (Malraux), no se equivocaba al pretender que las Maisons de la Culture fueran puertas de acceso a las clases trabajadoras y sin duda era noble –y complicado– su intento de conciliar la excelencia con el fin de la exclusividad burguesa en el acceso a los bienes culturales. Lo que ocurre es que existe una intuición más profunda aun en las políticas culturales de Lang, sobre todo las referidas a la música, que es preciso examinar con algún detenimiento.Situemos en un contexto más amplio el contraste Maulraux-Lang y sus políticas culturales en el área musical. Recordemos que desde sus orígenes más remotos, la música siempre estuvo asociada a los diferentes factores de poder de las sociedades humanas. Por ejemplo, la necesidad de marcarle el ritmo de marcha a la tropa de combatientes, o enardecerla para el combate, mostró la fraternidad de la música con el poder militar. Y el uso de instrumentos y voces humanas con fines religiosos casi no necesita mayor explicación: inducir estados de conciencia contemplativos, o incluso hipnóticos, muestran la capacidad de la música para modular estados anímicos, tanto como sus lazos íntimos con el poder religioso. Por otra parte, la presencia de la enseñanza de la música en la educación de las más diversas culturas, es una metáfora de sus ambiguas o contradictorias potencialidades, que van desde la expresividad individual hasta las formas más sutiles del disciplinamiento.Es probable que la aparición de nuevos sectores o grupos sociales, a lo largo de la historia, con sus inexorables reclamos de cuotas de poder, pueda seguirse a través de las modas musicales y notablemente, a partir del espacio o lugar en sentido físico, que los distintos tipos de música adoptaron para desenvolverse. Por ejemplo, los salones aristocráticos dejaron de constituir el único lugar donde podía interpretarse música durante la Edad Moderna. La pujante burguesía, revolución industrial mediante, construyó fastuosas salas de concierto con una peculiaridad arquitectónica que no es casualidad: el diseño en semicírculo con palcos enfrentados responde, probablemente, no tanto a razones acústicas como a los deseos de hacer visibles las jerarquías, y el orgullo de una nueva clase social que estaba transformando el mundo y que hasta Karl Marx elogió calurosamente en suManifiesto comunista.Por eso encierran una profunda sabiduría las medidas populares de Jack Lang como ministro de Cultura de Francia en los años ochenta. Había tomado nota, sin duda, de lo ocurrido durante las décadas anteriores. Porque los años sesenta y setenta del siglo XX habían consolidado la identidad y la autoconciencia de un sector –llamémosle provisoriamente así– que hasta ese momento la historia había condenado a convertirse meramente en carne de cañón o leva, o al trabajo mal pago o el desprecio: la juventud.La explosión demográfica, el cambio cualitativo hacia una sociedad masas –visto casi proféticamente por Ortega y Gasset–, la oposición a la guerra de Vietnam, el movimiento hippie, el deseo de vivir la vida de otro modo, las luchas por los derechos civiles en EEUU y en todo el mundo, constituyeron por entonces un itinerario de transformaciones sociales que puede comprenderse mejor tomando en cuenta la apropiación de los espacios públicos por parte de los jóvenes de diferentes clases sociales. Y nada mejor que el Festival de Woodstock (1969) para condensar todo aquello, pero también para reflejar ese vínculo extraño y sugerente entre música y poder, entre la aparición de un nuevo actor social o player, que desea hacerse visible y busca sus propios espacios para desenvolver un arte y mostrar su cuota de poder –no siempre auto percibida como tal, es cierto –.Pero Jack Lang fue más allá de considerar ese nuevo actor social en forma aislada, algo así como un target o cluster específico en una investigación de mercado. Porque además de subvencionar la música pop y el rock –medida claramente destinada al público juvenil–, al crear la Fête de la Musique Lang movilizó a personas de todas las edades, favoreciendo la integración más allá de las generaciones.Sin llegar a aceptar extremos similares al de la prohibición de The Beatles, impuesta durante décadas en Cuba y en la ex URSS, muchos adultos desconfían del potencial rebelde de la música que atrae a los jóvenes y que los congrega por miles. Pero cada vez que se asignan espacios públicos para ellos –cuestión muy distinta de la situación de los locales destinados a música bailable y tragos– los gestores estatales y privados de la cultura y promotores de conciertos al aire libre no deberían tener dudas: están obrando con inteligencia. En el Uruguay, un ejemplo notable año a año lo constituye el Festival de Rock organizado por una empresa privada del rubro de la bebida junto a la Intendencia Municipal de Durazno. Es que suele resultar más riesgoso asistir al fútbol que a un concierto de rock. No porque la música amanse a las fieras sino porque en general –y salvo casos excepcionales que podrían explicarse por otros motivos–, un joven levanta la piedra cuando sus mayores no le han tendido una mano, reconociendo su identidad y aceptando su ingreso al juego.*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
TRES ESCUELAS tienden a disputarse los criterios que deben regir a la hora de analizar el mundo contemporáneo: economicistas, culturalistas e institucionalistas.Si el teórico de asuntos internacionales fuese un padre de familia, y creyese que para cumplir con su deber alcanza con pagar buenos colegios o facilitar dinero a sus hijos para esparcimiento, podríamos afirmar que se trata de un padre "economicista". Ese tipo de padre suele recibir consternado la noticia de que su hijo se droga, o que sufre problemas psicológicos severos. Su respuesta suele ser "yo le pagué la mejor educación, lo mandé al exterior, etcétera. ¿Cómo puede ocurrir esto?"Si en cambio el progenitor le asigna una gran trascendencia a los hábitos de trabajo, ahorro y respeto a los mayores, tal como la familia supo transmitir durante generaciones, entonces podríamos decir que se trata de un padre "culturalista". En este caso, puede quedar perplejo si se le advierte que además de la noble tradición familiar quizás sea preciso pagar algún foniatra si el joven padece cierto tartamudeo, o enviarle señales más precisas de cuáles son las reglas de juego cotidianas además de la difusa generalidad de los "valores de la familia".Por último, si al padre lo que mayormente le interesa es que las reglas de juego queden claras ("te presto el coche si salvas el examen", "te compro la bicicleta si obtienes buenas notas", etcétera) estaríamos en condiciones de afirmar que se trata de un padre "institucionalista". Pero al igual que las otras categorías paternales, es obvio que con esos formalismos no alcanza. Es menester transmitir el sentido de esas reglas, o las metas últimas adonde apuntan.Esta metáfora, precaria y útil a la vez como todas, permite introducirnos en tres estrategias analíticas de las sociedades actuales cuyo mayor rendimiento explicativo, probablemente, surja de una equilibrada combinación de elementos, sin caer en la tentación de apelar unilateralmente a cualquiera de las tres dimensiones en juego. ¿Qué es lo que explica la pobreza de unos países y la riqueza de otros? ¿Que los países centrales vampirizan a los periféricos? ¿Que el Estado distorsiona el mercado? ¿Que la cultura los hace a unos más trabajadores y holgazanes al resto? ¿Que las instituciones democráticas son confiables en las naciones prósperas y las transacciones en negro campean en las naciones pobres?Después de tantas décadas de marxistas persistentes y libre mercadistas porfiados, el economicismo se entiende al vuelo, por la mera enunciación del término: las estructuras económicas, el mercado, las finanzas, el déficit fiscal, la inflación, los recursos energéticos o alimenticios, seguidos de un vasto etcétera, serían lo único que importa para explicar el acontecer humano. Todas las guerras serían por el petróleo, o por determinado acuífero, o entidades materiales análogas. Por el papel moneda danza el simio, diría el refrán popular y podría ser el lema del más puro economicismo. Por ejemplo, el periodista argentino Andrés Oppenheimer tiende a instalarse en esa perspectiva analítica, aunque es lo suficientemente inteligente como para sazonarla con algunos condimentos institucionalistas.Como exponente de la visión culturalista, mencionemos a Lawrence Harrison, autor de El sueño panamericano. La tesis central de ese libro famoso es que la herencia ibérica y católica ha sido una desventaja para los latinoamericanos, y que son muy profundas las diferencias a favor de la tradición anglo-protestante. Países como EEUU y Canadá serían una ilustración contundente del resultado de esa comparación: los países latinoamericanos son pobres y sus gobiernos inestables, mientras aquellos dos gigantes norteños son ricos y sus democracias largas e ininterrumpidas.En cuanto a la cosmovisión institucionalista, nadie mejor que Hernando de Soto para ilustrarla. En su estupendo libro El misterio del capital, el autor se pregunta qué tienen en común, desde el punto de vista de sus culturas, Egipto, Filipinas y Perú. ¡Nada! O por lo menos ésa es su opinión. Lo que explicaría las dificultades económicas de esos países es la informalidad de sus economías. Un vasto estudio mundial, llevado a cabo con sus colaboradores, condujo a de Soto a descubrir que, por ejemplo, la informalidad de la ocupación y la tenencia de tierras, hace que el capital no sea fungible. ¿Qué significa eso? Que si usted "posee" o "vive en" un predio pero carece de título legítimo, no podrá jamás solicitar un préstamo para comprar un tractor y ofrecer como garantía el terreno. Eso involucra consecuencias dramáticas para todo el desempeño de la economía que no pueden ser explicadas en una nota de dos carillas. Pero basta con recordar que la suma de los activos inmobiliarios informales del tercer Mundo constituye una masa tan gigantesca como inerte de capital, que no puede ser convertida de modo alguno, igual que si la energía formidable que podría liberar un torrente de agua no pudiese ser utilizada en una represa eléctrica, y permaneciese quieta en forma de lago.Veamos una versión más sofisticada de la perspectiva institucionalista. En un prólogo de Claudio Paolillo al libro de Marcos Cantera (Las venas tapadas de América Latina) se afirma que el "capital natural" (petróleo, cobre, ganado y pesca, por ejemplo), y el "capital construido" (maquinaria, infraestructura, etcétera), son factores concretos, tangibles. Pero en realidad, son los factores intangibles como el "capital humano" (la educación de la gente) y el "capital institucional" (reglas de juego claras, imperio de la ley) los que permiten aprovechar los activos tangibles. Precisamente, según el Banco Mundial, "los países más ricos son ricos principalmente por las habilidades y conocimientos de sus pueblos y por la calidad de las instituciones que respaldan la actividad económica".Posiblemente, Francis Fukuyama sea el ejemplo más notable y refinado de culturalismo si tomamos en cuenta su obra mayor: Confianza. Las virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad. Pero en opus posteriores Fukuyama se ha inclinado al institucionalismo, siempre con agudos argumentos. Por su parte, el hijo de don Mario, Álvaro Vargas Llosa, en Rumbo a la libertad, procura armonizar la escuela culturalista con la institucionalista, tratando de obtener lo mejor de cada paradigma. Pero de ello nos ocuparemos en una futura nota.FUENTESCANTERA CARLOMAGNO, Marcos (2008). Las venas tapadas de América Latina, prólogo de Claudio Paolillo, Linardi y Risso, Montevideo.DE SOTO, Hernando (2002). El misterio del capital. Por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el resto del mundo. Sudamericana, Buenos Aires.HARRISON, Lawrence (1999). El sueño panamericano, prefacio de Mariano Grondona, editorial Ariel, Villa Ballester (Argentina).VARGAS LLOSA, Álvaro (2004). Rumbo a la libertad. Por qué la izquierda y el "neoliberalismo" fracasan en América Latina, Planeta, Buenos Aires.*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
Nobleza obliga a confesar que el detonante de esta reflexión fue un opúsculo de fecha tan reciente como 1956 –yo mismo había nacido en febrero de ese año– y que una versión de las líneas que siguen fue publicada con anterioridad en la hospitalaria y siempre imprescindible revista montevideana dirigida por Saul Paciuk, "Relaciones".El entrañable opúsculo –por lo menos así lo fue para mí, desde mis viejos tiempos del IPA y hasta hoy 2009– se titulaba "La cultura griega". La publicación era tan modesta como oficial (SODRE, Uruguay). El contenido: un lujo. A las pruebas me remito. El volumen de cien páginas exactas recogía las conferencias del ciclo realizado por el servicio oficial de radiodifusión en el mes de julio de 1956.Entre otros investigadores y figuras de la cultura uruguaya, el profesor Secco Ellauri se había referido a "El espíritu del helenismo", Carlos M. Rama a "Los historiadores griegos", el arquitecto Juan Giuria a los "Rasgos fundamentales de la arquitectura griega", Emilio Oribe a "La filosofía neoplatónica", José Pedro Díaz a "El hombre y su destino en el teatro griego", el arquitecto Leopoldo Carlos Artucio a "La concepción helénica de la ciudad", Jorge Romero Brest a "La escultura griega" y Lauro Ayestarán, nada menos, a una "Consideraciones sobre la música griega". Interrumpo la larga enumeración aquí pero aseguro que el resto de los nombres eran personalidades que calzaban todas puntos similares a los de quienes acabamos de mencionar.El lector inquieto puede acudir a las "librerías de viejo" para buscar esta noble publicación, o cualquier domingo a la Feria de Tristán Narvaja.Aquel noble librillo despertó muchas cosas en mí. La sensación de haber encontrado un cimiento, una base tan firme como encantadora. Voy a tratar de explicarlo mejor y voy a usar una obra de Cornelius Castoriadis como excusa para fundamentarlo.Algunos investigadores sostienen que la TV y el cine, al margen de lo que opinemos sobre la calidad de sus contenidos, cumplen una función social importantísima en un mundo escaso en lectores (o de lectores con escaso tiempo): la de ofrecer referentes compartidos y hacer las veces de un fondo cultural común, donde encontrar los ejemplos y los temas a partir de los cuales aumentamos nuestra chance de comunicarnos mejor.He aquí una alternativa de mayor calidad: volver a Grecia. Ello sería un buen antídoto para algunos males del mundo contemporáneo, entre ellos, el de que la globalización embandera demasiado rápido a la gente, o el de esa fragmentación que llega al borde del autismo.¿Qué otro referente histórico, qué otro referente mítico podría aspirar a unir a las personas? Basta pensar en que, por ejemplo, "Oriente" es un término equívoco, o al menos demasiado abarcador y quizás hasta una entidad con personalidades múltiples. Por otra parte, el Imperio Romano y la cristiandad generan siempre interpretaciones encontradas. Pero, ¿quién no ha sido seducido por Grecia?Ahora bien, el lector tiene a disposición varias "embarcaciones" –y no necesariamente trirremes– para volver a Grecia. Castoriadis es una de ellas."Lo que hace a Grecia", primer tomo ("De Homero a Heráclito") reúne el primer tramo de enseñanza de Cornelius Castoriadis en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (1982-1983). El plan de conjunto de la publicación de los seminarios lleva por título "La creación humana", y su contenido transita como es usual en el autor por varias disciplinas y nudos temáticos: la creación griega de la democracia y en paralelo la creación de la filosofía, la experiencia de la muerte en el mundo homérico, la naturaleza de la religión y la mitología, entre muchos otros sabrosos asuntos.El índice del libro adopta el molesto criterio, al principio, de identificar los capítulos por las fechas de los seminarios, en vez de identificar o por lo menos insinuar los tópicos tratados. Sin embargo, eso a la larga es un acierto, porque al obligar al lector a ir a parar a un determinado número de página sin saber qué va a encontrar, al demorar el goce termina por acrecentarlo.Conviene agregar que Castoriadis, tan asociado a cuestiones políticas, filosóficas o psicoanalíticas, todas ellas muy contemporáneas, entiende por "Grecia" algo así como una abreviatura de la Grecia de los siglos VIII al V antes de Cristo: "aquella que vio la creación de la polis y, en ciertos casos, la institución de poleis democráticas", al decir de los autores del informativo y útil prefacio de Enrique Escobar, Myrto Gondicas y Pascal Vernay.El prefacio es seguido por un elegante artículo de Pierre Vidal-Naquet, "Castoriadis y la antigua Grecia", que sitúa su exposición con un triple rótulo: la palabra polis, la palabra historia (historíe) y la palabra poesía (póiesis). La terna da también la idea de los ejes de la labor de Castoriadis en sus seminarios, pero ello no le impide a Vidal-Naquet advertir sobre la extraordinaria conexión de estas reflexiones sobre Grecia con las preocupaciones del autor por la sociedad contemporánea: "Castoriadis fue un teórico de la autocreación y fue precisamente la autocreación –de la que él mismo se convirtió en ejemplo con su vida y su obra-, lo que encontró en la polis griega, y en Atenas en particular, claro está".Vidal-Naquet recuerda al lector que lo que Castoriadis entendía por "socialismo" y que más tardó llamó "la autoinstitución de la sociedad", era tributario del ideal de democracia ateniense "tal como representa, de manera positiva, la 'oración fúnebre' que Tucídides pone en boca de Pericles", o el relato de Protágoras en el diálogo de Platón con el mismo nombre del ilustre sofista.No olvidemos quién fue Cornelius Castoriadis (1922-1997): pensador irreductible a categorías simplistas, hombre de orígenes marxistas pero enemigo de las burocracias, cofundador de la revista Socialisme ou Barbarie, economista de la OCDE, psicoanalista a partir de 1974, y autor de obras como "Figuras de lo pensable" y "Sujeto y Verdad en el mundo histórico-social". Tal como lo sostuvo Luis Balcarce en el "Diccionario de pensadores contemporáneos" -coordinado por Patricio Lóizaga-, para Castoriadis "las sociedades modernas se constituyeron en base a dos proyectos contradictorios, antinómicos: por un lado, el de la dominación capitalista; por el otro, anterior, el de las autonomías individuales y colectivas. Este impulso filosófico iniciado en Grecia, desaparecido con el Imperio Romano, y vuelto con las primeras burguesías de Europa Occidental, dio vida al Renacimiento y a la Ilustración y fue recogido por el movimiento obrero que tenía en sus principios un carácter emancipador antes de caer en las garras del marxismo".El coraje de Balcarce para expresarse con esos términos a propósito de Castoriadis, y para despejar equívocos, no le impide puntualizar que "los movimientos feministas de la segunda década del siglo y los juveniles del Mayo del 68 tuvieron la misma insignia". Y culmina exponiendo así el pensamiento de Castoriadis, cuando afirma que hoy "La democracia pierde su cauce, precisamente, porque, desde el momento en el que le damos a otros el lugar de la representación política, nos olvidamos del significado que puede tener el vivir activamente en una sociedad".En suma, este primer tomo de "Lo que hace a Grecia" podría convertirse en una referencia para recomendar y compartir entre muchos. Y para leer en una postura semejante a la del verso de Rilke, citado al final del texto preliminar de Vidal-Naquet con otros propósitos: "echado entre las flores y con la cara al cielo". *Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto. de Estudios InternacionalesFACS – ORT UruguayFUENTESCASTORIADIS, Cornelius. LO QUE HACE A GRECIA. Tomo 1. De Homero a Heráclito. (Seminarios 1982-1983). Traducción de Sandra Garzonio. Editorial: Fondo de Cultura Económica,Buenos Aires, 2006.SERVICIO OFICIAL DE RADIO DIFUSIÓN ELECTRICA DEL URUGUAY (SODRE), Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, LA CULTURA GRIEGA, Oscar Secco Ellauri, Carlos M. Rama y otros (volumen colectivo), Montevideo, 1956.
Hoy continuamos con nuestras descripciones de tres estrategias posibles para abordar las más diversas cuestiones sociales y políticas del mundo contemporáneo. Hemos adoptado las mismas denominaciones con que la literatura especializada suele identificar a los partidarios de cada una de esas tendencias: economicistas, culturalistas e institucionalistas.Casi no hace falta decir que las maneras en que pensamos las cosas nutrirán inexorablemente las acciones que emprendamos sobre ellas. Cada visión del mundo, cada ideología, cada método de pensamiento –por permitirnos en éste último caso una expresión más particular que "ideología" o "visión del mundo", aunque algo vaga–, genera o al menos inspira, lo asuma o no, ciertas políticas económicas, sociales, educativas, ambientales, militares y un largo etcétera, muy concretas y muy diferentes que las que podría promover una doctrina diferente.En primer lugar, nos ocuparemos de Francis Fukuyama en la etapa más culturalista de su producción, la de su libro Confianza, cuyo subtítulo es muy sugerente: Las virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad.La idea fundamental de Fukuyama es que aquellos países que comparten reglas de juego y las respetan –estén escritas o no esas reglas–, son los más prósperos y sus economías son las más sustentables. Eso ocurre porque poseen "confianza" entre la mayoría de sus ciudadanos. Las claves de su argumentación están ligadas a su peculiar definición de "confianza", a la diferencia que establece entre capital social y capital humano, a conceptos como el de costo de transacción y el de "reconocimiento". Son también interesantes algunas de sus descripciones, habida cuenta de ese arsenal conceptual, referidas a los países y sus distintos niveles de confianza.Según Fukuyama, "la confianza es la expectativa que surge dentro de una comunidad de comportamiento normal, honesto y cooperativo, basada en normas comunes, compartidas por todos los miembros de dicha comunidad". En cuanto a las diferencias entre "capital humano" y "capital social", nuestro autor sostiene que"el capital social difiere de otras formas de capital humano en cuanto que, en general, es creado y transmitido mediante mecanismos culturales como la religión, la tradición o los hábitos históricos".Más adelante el autor apela al sociólogo James Coleman quien "ha denominado 'capital social' la capacidad de los individuos de trabajar junto a otros, en grupos y organizaciones, para alcanzar objetivos comunes (.) Además de las habilidades y los conocimientos [capital humano en sentido estricto], una parte importante del capital humano está constituida por la capacidad de los individuos de asociarse entre sí [es decir, capital social]" (Fukuyama, 1996, cap. 1, pág. 28-29)Los desarrollos analíticos de nuestro autor, aplicados sobre abundante material empírico, conducen a pensar que como reza el refrán popular "hecha la ley hecha la trampa". Es decir, si no hay buena fe, los contratos no valen ni el papel donde fueron escritos: "Aun cuando los contratos y el interés personal pueden ser fuentes importantes para la asociación, las organizaciones más eficientes se hallan establecidas en comunidades que comparten valores éticos. En esas comunidades no se requieren extensos contratos ni una regulación legal de sus relaciones, porque el consenso moral previo provee a los miembros del grupo de una base de confianza mutua".(Opus cit., cap. 3, págs. 45-46)Y en otro lugar afirma: "Las leyes, los contratos y la racionalidad económica brindan una base necesaria, pero no suficiente, para la prosperidad y la estabilidad" .(Opus cit., cap. 1, pág. 30)En cuanto a los países y sus distintos niveles de confianza, no tienen desperdicio las descripciones que realiza el autor acerca de los "campeones" de la confianza (Alemania, Japón), o sobre las naciones latinas, que tienden a desarrollar la confianza en el ámbito familiar, y ello las conduce a una mayor presencia estatal y a una menor confianza general (por ejemplo, Italia y Francia). El caso de los EEUU es expuesto con preocupación, dada la persistente caída de los indicadores del "capital social". (Opus cit., cap. 6, pág. 72).Parece justificada, o por lo menos bien argumentada, la correlación entre el capital social y la prosperidad. El autor insiste de un modo u otro en ello. Por ejemplo, cuando sostiene: "El impacto de la sociabilidad espontánea sobre la vida económica es muy significativo. Afecta la estructura general de las economías nacionales, la distribución sectorial de las industrias, el papel que el estado suele estar tentado de desempeñar, y las condiciones en las cuales se desarrollan las interrelaciones, tanto de los trabajadores entre sí como entre éstos y sus superiores. También puede tener un importante impacto en el PBI agregado".(Opus cit., pág. 371)Afirma también: "El capital social debe ser considerado como parte integral de los recursos naturales con que cuenta una nación".(Opus cit., cap. 3, pág. 51).Pese a su notable relevancia, como medida indirecta de la "confianza", por razones de espacio no es posible ocuparnos aquí de los "costos de transacción" (opus cit., páginas 46 y 47). Pero sí nos ocuparemos de una idea profunda de Confianza, inspirada en Hegel y de vastas consecuencias: la del "reconocimiento". Según Fukuyama, este concepto nos orienta mejor para entender los comportamientos de las personas, y constituye un requisito ineludible para comprender los más diversos fenómenos sociales. Le asigna tanta importancia, que lo pone por encima de las motivaciones económicas. La peor o mejor suerte del "reconocimiento" se vincula íntimamente a los verdaderos motores del mundo: la ira, la vergüenza, el orgullo.Véase este pasaje: "El deseo de reconocimiento no tiene un objetivo material, sino que busca sólo el reconocimiento justo de la valía individual por parte de otra conciencia humana. Todos los seres humanos sienten que tienen una cierta valía o dignidad inherentes. Cuando esa valía no es reconocida de manera adecuada por los demás, es decir, cuando se le trata como si valiera menos, el individuo siente ira; en cambio, cuando no consigue comportarse de acuerdo con su sentido del propio valor y no logra la aprobación de los demás, siente vergüenza; y cuando se le reconoce de acuerdo con su propio sentimiento de valía, siente orgullo. El deseo de reconocimiento es una parte extraordinariamente poderosa de la psique humana; los sentimientos como la ira, el orgullo y la vergüenza son la base de la mayoría de las pasiones políticas y el motor de gran parte de lo que sucede en la vida pública". (Opus cit., 386)A continuación Fukuyama ejemplifica: "El deseo de reconocimiento puede manifestarse en todo tipo de contextos: a través de la ira del empleado que deja la empresa, porque siente que su contribución no ha sido reconocida en la forma debida; a través de la indignación del nacionalista que quiere que su país sea reconocido como par de otros; a través de la vehemencia del antiabortista que siente que no se protege a las vidas inocentes; a través de la pasión del activista por los derechos feministas o gays que exige que los miembros de su grupo sean tratados con respeto y ecuanimidad por la sociedad". (Opus cit., págs. 386-387)Esas observaciones de Fukuyama resultan muy sugerentes y permiten comprender las profundas raíces psicológicas de la necesidad de "reconocimiento". Es probable que muchos fenómenos políticos, sociales y empresariales se comprendan mejor tomando en cuenta esa interpretación psicológica. Quienes le reprochan a Fukuyama su "conservadurismo" y un discurso "neoliberal", se equivocan de cabo a rabo. Porque para nuestro autor, las administraciones de gobierno no deberían contentarse con disponer de expertos en economía. En tal sentido parece concluyente este párrafo: "La perspectiva de la economía neoliberal no sólo resulta insuficiente para explicar la vida política, con sus emociones dominantes de indignación, orgullo y vergüenza, sino que tampoco alcanza a explicar muchos aspectos de la vida económica. No todas las acciones económicas surgen a partir de lo que se supone son motivos económicos". (Opus cit., cap. 2, pág. 37)Ante alguien que confunda a Fukuyama con un fundamentalista de la economía de mercado, o un defensor acérrimo del capitalismo y el afán de lucro –quizás por lecturas lamentablemente restringidas a sus obras más tempranas, que involucraban el manoseado concepto del "fin de la historia"–, valdría la pena recordar que nuestro polémico autor sostiene, por ejemplo, que hay guerras que se hacen por la dignidad y no por intereses descaradamente materialistas: "No habría, ni de cerca, la cantidad de guerras que hay si éstas sólo fuesen libradas para lograr el dominio sobre los recursos económicos. Desafortunadamente, por lo general giran alrededor de objetivos no utilitarios, como la religión, la justicia, el prestigio y el honor". (Opus, cap. 2, pág. 38)Hasta aquí nuestra introducción "en una nuez" a Francis Fukuyama, eminente representante del enfoque culturalista, por lo menos en los tiempos en que escribíaConfianza –tal vez su obra mayor, hasta ahora–. En alguna otra oportunidad cotejaremos sus investigaciones con las de otro grande de los asuntos internacionales: Samuel Huntington, el autor de Choque de civilizaciones.Entretanto, en nuestra próxima nota para Letras Internacionales –que será la última de esta serie dedicada a las tres escuelas–, abordaremos cierto talentoso intento de síntesis entre culturalistas e institucionalistas: el de Álvaro Vargas Llosa en su obra Rumbo a la libertad.FUENTESFUKUYAMA, Francis (1996). Confianza. Las virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad, editorial Atlántida.Otras obras de Francis Fukuyama ineludibles para conocer la evolución del autor (en orden cronológico ascendente) son:FUKUYAMA, Francis (1999). La gran ruptura. La naturaleza humana y la reconstrucción del orden social, Atlántida.FUKUYAMA, Francis (2003). El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica, Ediciones B.FUKUYAMA, Francis (2004), State-Building. Governance and World Order in the 21st Century, Cornell University Press, New York.FUKUYAMA, Francis (compilador); BOTANA, Natalio; HALPERIN, Tulio, y otros (2006). La brecha entre América Latina y Estados Unidos. Determinantes políticos e institucionales del desarrollo económico, FCE, México. *Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
En nuestro artículo anterior realizamos una introducción general a las tres escuelas o estrategias posibles para analizar y realizar estudios comparativos de las naciones del mundo: economicistas, culturalistas e institucionalistas.Algún lector podría preguntarse si en aras de "la navaja de Occam" no sería mejor agrupar los tres enfoques en dos bandos, economicistas y culturalistas, absorbiendo a los institucionalistas en la segunda de las categorías, fundamentalmente teniendo en cuenta su común apelación a factores intangibles. Hoy vamos a exponer un poco más en detalle –de lo que lo hicimos en la vez anterior– las ideas de Hernando de Soto en El misterio del capital. Una breve descripción de su pensamiento y de sus investigaciones bastará para comprender que ciertos institucionalistas pueden confrontar a la cultura como factor explicativo con tanta energía como suelen hacerlo los economicistas. Las disimilitudes, como veremos, resultarán muy flagrantes.Esta es la propuesta simple pero sugerente de Hernando de Soto para explicar la diferencia ente los países desarrollados y los que no lo son: no son los factores culturales, o no lo son principalmente, los que explican la pobreza de algunos países y la riqueza de otros. Por ejemplo, poco tienen en común países Haití, Perú, Filipinas y Egipto, desde el punto de vista de su historia, sus tradiciones o sus identidades culturales. Pero el denominador común sí puede encontrarse en la informalidad para legitimar sus activos y convertirlos en capital líquido, que es el capital capaz de generar riqueza.Presidente del Instituto Libertad y Democracia, economista y empresario, de Soto ha trabajado en Asia, Medio Oriente y América en programas que buscan reposicionar con mejores chances a los pobres y las clases medias. Según el expresivo autor de El otro sendero (otra de sus obras), tener tierras o edificaciones sin títulos impide utilizar esos activos eficientemente, para solicitar préstamos, ofrecerlos como garantía e identificar a sus propietarios como miembros de una comunidad, con sus responsabilidades y sus derechos.Los expertos de los países ricos del mundo están dispuestos a dar con soberbia consejos económicos pero olvidan que, por ejemplo, en tiempos del Lejano Oeste, los EEUU era similares a muchos países latinoamericanos actuales. No se dan cuenta que el registro formal de la propiedad es fundamental a la hora de hacer rendir el capital y sería mucho más útil, siempre según de Soto, que nos recordaran su propia dolorosa experiencia. Además de abrir sus mercados en vez de exigirlo al prójimo, deberían olvidarse por un rato de tanto préstamo. Estudios sistemáticos llevados a cabo por el grupo de colaboradores de Hernando de Soto conducen a la escalofriante conclusión de que el valor de los activos de los países subdesarrollados (no fluidificados por un sistema formal de propiedad) ha llegado a duplicar el circulante total de moneda en los EEUU, equivale casi al valor total de las compañías en lista de las principales bolsas de valores en los 20 países más desarrollados del mundo, es 46 veces todos los préstamos del Banco Mundial en las tres últimas décadas y 93 veces la ayuda para el desarrollo para el Tercer Mundo. Por eso las páginas de El misterio del capital suelen repetir casi como un slogan el concepto de que los pobres del mundo son la solución, no el problema.Puede que Hernando de Soto subestime el papel de los factores culturales, y además abrigue unas esperanzas (respecto de sus recomendaciones legales, políticas y económicas) que van más allá de lo razonable. Porque introducir cambios en el sistema formal de propiedad, al igual que diseñar y aplicar un nuevo sistema tributario, sin buscar apoyo en la "idiosincracia" de cada nación, quizás culmine en una experiencia frustrante.Sin embargo, se compartan o no sus recetas últimas, el periplo que traza El misterio del capital lo convierten en un libro esclarecedor y recomendable (y a su autor en un digno exponente de la tendencia institucionalista). Por otra parte, no deja de ser inspiradora, en cualquier caso, la declaración de fe de Hernando de Soto: "Estoy convencido de que el capitalismo ha perdido el rumbo en los países en vías de desarrollo y en los que salen del comunismo. No veo el capitalismo como un credo. Mucho más importantes son para mí la libertad, la compasión por los pobres, el respeto por el contrato social y la igualdad de oportunidades. Pero por el momentoel capitalismo es la única carta disponible para lograr estas metas".En nuestra próxima y última entrega, completaremos el panorama con las ideas culturalistas de Francis Fukuyama y el agudo esfuerzo de síntesis de Alvaro Vargas Llosa, entre institucionalismo y culturalismo.FUENTESDe Soto, Hernando (2002). El misterio del capital. Por qué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el resto del mundo. Editorial Sudamericana, Buenos Aires.*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
El fenómeno del a veces denominado "cine viajero" o "cine a la intemperie", no es nada nuevo. Por ejemplo, hace un año el autor peruano de un blog comentaba una noticia difundida por el diario El Comercio en estos términos:"Un grupo de jóvenes organizados en una ONG llamada Nómadas está llevando a cabo un proyecto encomiable. Ellos, a bordo de una camioneta, recorren los pueblos más recónditos del país cargando una especie de cine portátil con la finalidad de acercar a los habitantes a la experiencia audiovisual del cine. Llegan a poblaciones excluidas casi por completo de la modernidad; esto incluye, por supuesto, la cinematografía. Por cierto, en países como el nuestro, no sorprende que haya lugares tan postergados de todo aquello que, para otros, es cosa de cualquier tarde: por ejemplo ir a ver una película. Los Nómadas llegan con su proyector, un lector de DVD, sillas…"Por su parte, en julio del año pasado, la publicación digital BBC Mundo daba cuenta de la experiencia de cuatro jóvenes argentinas que recorrían América Latina "con el fin de dar a conocer y proyectar, a la intemperie, las películas de su país". La misma publicación agregaba que dicho proyecto, denominado precisamente "Cine a la intemperie", se proponía exhibir a lo largo y lo ancho del continente durante dos años "unos cien cortos y largometrajes de realizadores argentinos". Según BBC Mundo, el propósito consistía en difundir el cine argentino que suele quedar fuera del circuito comercial y llevar películas a lugares "donde la gente probablemente nunca ha disfrutado de la magia del audiovisual".En el Uruguay, con el título "El cinemóvil: un proyecto nómade", en junio del 2007 el portal digital de radio El Espectador informaba:"Con el apoyo del Instituto Nacional de lo Audiovisual y el Ministerio de Cultura, Pablo Ferraro recorre el país con el cinemóvil, un ómnibus acondicionado para vivir y que lleva, entre otras, películas nacionales a todos los rincones del país, y donde el cine no llega. Su estilo de vida nómade y de distintos paisajes, incorporó el cine a su rutina, sumando actividades a la agenda de las localidades del interior".Pero además de esa experiencia, y con otras variantes, Andrés Varela y Sebastián Bednarik han dado vida a "Efecto cine" como una "plataforma profesional de exhibición itinerante". La tecnología utilizada consiste en una unidad móvil portadora de un proyector HD y pantallas inflables importadas, a lo cual se suma el imprescindible know-how y un trabajo en equipo sin lo cual no sería posible la gestión eficiente que los ha caracterizado. El catálogo está integrado por una decena de películas uruguayas, entre ellas "El baño del Papa", "Matar a todos" y "El círculo".Estas distintas manifestaciones del cine al aire libre no deben ser confundidas con la gran tradición de los EEUU en materia de cine en coche, es decir, cine para ser contemplado desde el automóvil. De este tipo de cines hoy sólo queda abierto apenas un 4% de los que hubo en otras épocas. Pero la experiencia estadounidense refiere a una alternativa diferente para el espectador que ya está habituado a concurrir a salas cinematográficas. El fenómeno sobre el que queremos llamar hoy la atención en nuestra nota, en cambio, intenta acercar el cine a públicos ajenos a veces por completo a esta rama entera del arte. Se trata en realidad de un ejercicio democratizador de cultura que la región debería multiplicar y consolidar.FUENTESArgentinahttp://www.bbc.co.uk/go/toolbar/i/-/home/i/EEUUhttp://www.viajeruta66.es/2008/08/28/todos-los-cines-en-coche-en-usa/Perúhttp://zonadelescribidor.blogspot.com Uruguayhttp://www.espectador.com/1v4_contenido.php?id=97182&sts=1*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
El papel de las políticas culturales públicas siempre constituye una fuente renovada de polémicas. En particular, el rol que deba o no asumir el Estado frente a la cultura es un asunto que reproduce pasiones similares a las que enfrentan, en otro plano, a los alterglobales o globalifóbicos por un lado, con los neoliberales y los partidarios de la globalización por el otro, pasando por todas las voces intermedias, más matizadas y menos escuchadas por esa misma razón.Más allá de posturas políticas, parece irse consolidando la estrategia de que, en algún grado, el Estado y las empresas privadas pueden proponerse objetivos comunes. Cada país proporciona su versión peculiar de esa modalidad, y cada situación nacional será la que indique los énfasis y los diferentes capítulos de esa beneficiosa aproximación. Los acuerdos regionales e internacionales aportan, a su vez, un marco más amplio, a veces más declarativo que orientado a la acción pero de todas maneras generador de elementos que siempre deben ser tenidos en cuenta. En otra ocasión nos ocuparemos del Mercosur Cultural, por ejemplo, pero hoy nos proponemos simplemente comenzar a pensar las especificidades de los incentivos fiscales dentro de las políticas culturales.En Colombia, acaba de ser sancionada por el Presidente Álvaro Uribe en marzo de 2008 una nueva Ley de Cultura, que establece "incentivos tributarios para las empresas que inviertan en la salvaguardia y el desarrollo de manifestaciones culturales, como carnavales y festivales". Esos beneficios se otorgarán también a "propietarios de inmuebles de interés cultural que ayuden a su conservación". La Ley 1185 de marzo de 2008 fue presentada por la Ministra de Cultura, Paula Marcela Moreno, quien según la página web de la Presidencia de la República de Colombia "destacó como una de sus fortalezas los estímulos tributarios para las empresas que inviertan en conservación y fortalecimiento del patrimonio cultural de la Nación".En Brasil, desde hace muchos años el tema ya era abordado con la misma inspiración. Según un artículo de José Álvaro Moisés, "desde 1995, el Gobierno Federal ha venido implementando en el área cultural una vigorosa política de colaboración entre el Estado brasileño, los productores culturales y la iniciativa privada. Dicha política está respaldada por la legislación de incentivos fiscales a las actividades artísticas y culturales y permite, en el caso del cine, que los inversores privados desgraven el 100% de lo que invierten y, en el caso de otras áreas culturales, entre el 66 y el 76%, según la naturaleza de las empresas, pudiendo llegar igualmente a 100% en el caso de las artes escénicas, la música erudita e instrumental, los libros de arte, fondos de museos, exposiciones de arte itinerantes y fondos de bibliotecas públicas". Sin perjuicio de que en otra oportunidad demos cuenta de las modificaciones o innovaciones en la normativa cultural vigente en Brasil, el mismo autor aseguraba que se trataba de "una política fiscal generosa y adecuada, ya que, en función del conocido déficit fiscal del Estado brasileño y de las enormes carencias de recursos para áreas prioritarias, las empresas privadas son invitadas a asociarse al Gobierno Federal y a los productores culturales para asegurar el desarrollo de la cultura".Naturalmente, estas políticas en ninguna parte del mundo despiertan unanimidades. En el caso de Brasil, por ejemplo, un experto en patrocinio cultural como Yacoff Sarkovas ha señalado en más de una oportunidad el peligro de que el Estado resigne al mercado su responsabilidad de definir y emprender políticas públicas en el área de la cultura, al igual que lo hace en la educación o la salud. Pero no deberíamos ideologizar el debate tan prematuramente, antes de entender si la herramienta es idónea o no para alcanzar los fines perseguidos. En el Uruguay, el Consejo Nacional de Evaluación y Fomento de Proyectos Artístico Culturales "aprobó las bases generales correspondientes para la primera convocatoria a proyectos artístico culturales para recibir apoyo financiero de los Fondos de Incentivo Cultural (FI)", según lo establecido en la ley 17.930 del 19 de diciembre de 2005, artículos 235 al 250 inclusive y en el decreto reglamentario 364/2007.La información oficial disponible en Internet explica que "los FI se componen de los aportes de contribuyentes interesados en invertir parte de sus impuestos en las artes y en la cultura. Los aportes podrán ser a un fondo global, a fondos sectoriales o a proyectos específicos que hayan sido seleccionados en el Registro". La norma incorpora distintas categorías que permitirá a los contribuyentes recibir determinados beneficios fiscales, sin perder de vista los objetivos de la convocatoria (citamos textualmente): "Desarrollar la interacción y la cooperación entre el sector artístico cultural y los contribuyentes dispuestos a aportar recursos económicos, a fin de generar inclusión, sentido de pertenencia y responsabilidad en la sociedad". "Facilitar la democratización de la creación, circulación y acceso de los bienes artístico culturales, como forma de garantizar el ejercicio de los derechos culturales de toda la población". Por si apareciese una versión oriental de las críticas de Yacoff Sarkovas, en la presentación de proyectos se valorarán las siguientes características: potencial estabilidad de las estructuras generadas, atención de la producción artístico cultural en diferentes zonas del país y sectores de la sociedad y dos rasgos que parecen muy adecuados para enfrentar las objeciones posibles: los proyectos deberán promover la inclusión social y, préstese mucha atención a este punto, ser "compatibles con una política de apertura e intercambio con el exterior a nivel regional o internacional". Aunque es difícil no simpatizar o incluso cifrar esperanzas en los FI, por ahora nuestro comentario debe ser cauteloso. En realidad, nuestro propósito hoy es mucho más informativo que orientado a tejer líneas propias de una columna de opinión. Se trata nada más, ni nada menos, que poner en tema sobre la mesa.Entretanto, los artistas y los intelectuales, usualmente tan desconfiados como demandantes del Estado, deberían tranquilizarse. Porque las categorías de proyectos que se evaluarán en la convocatoria FI 2009 cubren áreas tan variadas como Música, Teatro, Danza, Audiovisual, Artes Visuales, Letras, Museos, Artesanías y hasta Orfebrería y afines. Y habrá que esperar también la opinión de los contribuyentes, que suelen ser poco escuchados, excepto cuando integran poderososlobbies.FUENTESCOLOMBIAPágina Web de la Presidencia de la República de Colombia:http://web.presidencia.gov.co/sp/2008/marzo/13/16132008.htmlBRASIL"El Incentivo a la Cultura" por José Álvaro Moisés:http://www2.mre.gov.br/cdbrasil/itamaraty/web/espanhol/artecult/incent/apresent/apresent.htm"Patrocinio cultural versus incentivo fiscal", una entrevista concedida hace casi dos años a Yacoff Sarkovas, experto en patrocinio cultural en Brasil:http://zappingdanse.wordpress.com/2007/07/18/patrocinio-cultural-versus-incentivo-fiscal/URUGUAY http://www.fondosdeincentivocultural.gub.uy/index.php/institucional.html http://www.mec.gub.uy/not_destaca2.html*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
Los diarios de todo el mundo lo anunciaron en sus portadas: el 3 de agosto murió el escritor ruso Alexandr Solzhenitsin, a la edad de 89 años. Testigo de los horrores del stalinismo, preso durante años en varios campos de reclusión, Nobel de Literatura, conciencia crítica y buque insignia de los disidentes de la entonces Unión Soviética, Solzhenitsin se hizo célebre por la publicación de Archipiélago GULAG (1973), que no alude a una región geográfica como en estas latitudes creían muchos que se burlaban del anticomunismo –sin haber leído el libro–, sino a una "Dirección General de Campos de Concentración" (Glavnoye Úpravlenie Laguerei).Entre las personalidades políticas de primera línea que acudieron a despedirlo se cuentan Vladímir Putin, Dmitri Medvédev y hasta el ex secretario general del PCUS, Mijaíl Gorbachov, aquel célebre impulsor de la perestroika y la glasnost. La lluvia no impidió que centenares de moscovitas se acercaran al féretro y a la familia del escritor. Pocos días más tarde, según informa El País de Madrid, el propio Putin ordenó al ministro de Educación, Andréi Fúrsenko "preparar propuestas para conseguir que la obra de Solzhenitsin ocupe un lugar digno en el proceso educativo".Las fotos de las agencias internacionales muestran a los sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa con sus vestimentas blancas en torno de la fosa donde habrían de inhumarlo, hecho que no deja de sorprender a los que recuerdan una sociedad que trató de erigirse, entre otras ideas, sobre la del efecto opiáceo de la religión sobre los pueblos. No en vano hace unos años, en el inefable Diccionario Pla de Literatura, editado por Valentí Puig, se dedicaban estas seis líneas al gran ciudadano ruso: "Cuando el escritor ruso Solzhenitsin, premio Nobel, fue expulsado de Rusia, pasó unos cuantos días en Suiza y después se fue a los Estados Unidos. Dijo a los periodistas que le esperaban que «las personas que he conocido, si no poseyeran una raíz religiosa, serían unos salvajes…» No les dijo nada más. Hoy vive en un pueblecito de América del Norte y no dice nunca nada".Nacido en 1918, hijo de un terraniente cosaco y de una maestra, Solzhenitsin cursó estudios universitarios de física y matemáticas. Se alistó en el ejército soviético y llegó a participar en la importante batalla de Kursk, pero en 1945 fue condenado a ocho años de prisión por manifestar sus ideas contra Stalin. Sus papeles fueron confiscados en varias oportunidades, su vida como presidiario fue muy dura, y llegó a padecer un tumor –extirpado con éxito –, que dio origen a otra de sus obras, En el pabellón del cáncer (1968). En 1956, la relativa descompresión generada por el XX Congreso del PCUS le proporcionó un alivio temporario. Sin embargo, los hábitos totalitarios tan arraigados en el Estado soviético no tardaron en volver a convertirlo en objeto de nuevas persecuciones.Además de las ya mencionadas, otras de sus obras son Un día en la vida de Iván Denisovich (1950), El primer círculo (1968), Cómo reorganizar Rusia (1990), El problema ruso: al final del siglo XX (1992), Rusia bajo los escombros (1992), y La rueda roja, novela histórica compuesta por Agosto 1914, Octubre 1916, Marzo 1917 y Abril 1917. Pese a lo que muchos apresurados intelectuales podrían suponer, Solzhenitsin fue también sumamente crítico con Occidente. Se le atribuye, por ejemplo, haber manifestado hacia 1967, en plena guerra fría: "No tengo ninguna esperanza en Occidente, y ningún ruso debería tenerla. La excesiva comodidad y prosperidad han debilitado su voluntad y su razón". En 1978, en una ceremonia de graduación en Harvard, haciendo base de nuevo en su espíritu religioso, expresó: "Hemos puesto demasiadas esperanzas en la política y en las reformas sociales, sólo para descubrir que terminamos despojados de nuestra posesión más preciada: nuestra vida espiritual, que está siendo pisoteada por la jauría partidaria en el Este y por la jauría comercial en Occidente. Esta es la esencia de la crisis: la escisión del mundo es menos aterradora que la similitud de la enfermedad que ataca a sus miembros principales".Es cierto que muchos reparos pueden formularse al pensamiento político, moralista y religioso del enorme ruso recién desaparecido. Entre ellos, sus críticas a la Ilustración, al humanismo agnóstico, o su reproche a la capitulación de EEUU en Vietnam. No es difícil advertir, por ejemplo, los peligros implícitos en desarrollar hasta las últimas consecuencias este tipo de ideas, dirigidas a un público norteamericano: "Por supuesto, una sociedad no puede permanecer indefinidamente en un abismo de arbitrariedad legal como es el caso en nuestro país [la Unión Soviética]. Pero también le resultará denigrante elegir la automática suavidad legalista, como es vuestro caso. Después de décadas de sufrimiento, violencia y opresión, el alma humana anhela cosas más altas, más cálidas y más puras que las ofrecidas por los hábitos de convivencia masiva introducidos por la invasión repugnante de la publicidad, el aturdimiento televisivo y la música insoportable".Y tampoco sería raro sorprenderse por el aire curiosamente afín con la actual izquierda alterglobalista y anti consumista de estas frases: "Resulta cada vez menos probable que el estilo de vida occidental se convierta en el modelo a seguir. Hay advertencias significativas de la historia para una sociedad amenazada de muerte. Tal es, por ejemplo, la decadencia del arte, o la carencia de grandes estadistas. Hay otras advertencias abiertas y evidentes, también. El centro de su democracia y de su cultura se lesiona tan sólo por la ausencia de energía eléctrica por algunas horas, pues repentinamente muchedumbres de ciudadanos americanos comienza a saquear y a causar estrago. La capa superficial de protección debe ser muy delgada, lo que indica que el sistema social resulta inestable y malsano".Pero para criticar a un autor primero hay que leerlo, y tratar de entenderlo. Y no juzgarlo en bloque, reparando unilateralmente en sus aciertos o en sus errores. A partir de hoy, o mejor aun, pasados unos días, todos vamos a tener tiempo para espigar más finamente en las páginas de Solzhenitsin, de lo que lo permiten las declaraciones de circunstancia, o los homenajes superficiales, o los olvidos mal intencionados.Por ahora corresponde, sí, consignar lo evidente. Durante décadas se ha calificado como "escritores comprometidos" a muchos intelectuales que usaban –y usan, como es todo su derecho – las libertades de las democracias liberales para alentar, insinuar, o a veces proponer sin ambages, modelos sociales alternativos que implican la supresión de derechos fundamentales. Entretanto, la vida y la obra de Alexandr Solzhenitsin merecen el calificativo de "compromiso" en un sentido mucho más propio y profundo que el manoseado por tantos, desde Jean-Paul Sartre en adelante. Porque no es lo mismo denunciar la tortura y la muerte ante un sistema comunista en pleno apogeo, que denunciar las violaciones de los derechos humanos en sociedades que no suprimen, o han recuperado, las garantías básicas de un Estado de Derecho. Y aquellos luchadores sociales o políticos que con coraje enfrentaron regímenes dictatoriales, lamentablemente carecen de la autoridad moral del autor de Archipiélago GULAG, en aquellos casos en que sus propios objetivos, de ser conquistados, involucraban en forma inequívoca la supresión de los derechos de sus adversarios.La muerte de Solzhenitsin provoca una sensación algo incómoda, algo así como la de una extraña forma de justicia. Eso y no otra cosa parece contener el hecho de que un gran escritor tenga que morir para que muchos de nosotros decidamos volver a leerlo –o a empezar por primera vez a leerlo–, para que eso acelere la merecida muerte de ciertos prejuicios. *Profesor de Cultura y Sociedad contemporánea.Depto. de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
EDUCAR para un mundo global involucra enseñar de otro modo la historia. O por lo menos eso es lo que sugieren algunos respetables autores preocupados por el tema. En pocas palabras: cualquier construcción de bloques políticos y comerciales de escala planetaria, pasa necesariamente por ciertos requisitos simples de enunciar pero difíciles de cumplir. Por ejemplo, respetar la diversidad y el pasado cultural de los futuros socios, y manejar con prudencia la elección de los supuestos puntos en común para lograr acuerdos sustentables.Una primera aproximación al asunto la puede proporcionar Tony Judt, el autor de la monumental "Postguerra. Una historia de Europa desde 1945", cuando estampa este sugerente epígrafe de Ernest Renan en uno de sus últimos capítulos: "Olvidar es un factor esencial para la creación de una nación; el progreso de los estudios históricos supone con frecuencia un peligro para la identidad nacional. La esencia de una nación es que los individuos tienen muchas cosas en común y también que han olvidado muchas otras". (1) Puede desconcertar a algunos lectores esa reivindicación del "olvido", pero la sentencia de Renan –citado por Judt–, empieza a lucir más razonable si se considera la total imposibilidad humana de consumar plenamente su estricto opuesto, la "memoria".Ocurre que la condición inexorable de toda memoria es la selección jerárquica, el recorte, los acentos. Algo brilla en el recuerdo sí y solo sí, al mismo tiempo, el historiador, el docente –o el periodista– ejecuta en forma simultánea la operación de sumergir en la sombra del olvido muchas otras cosas. Y lo que se dice allí sobre las naciones y sus ciudadanos puede afirmarse, acaso con mayor razón, de las estructuras supranacionales y los países que las integran. Quizás haya mucho que olvidar, a la hora suprema de integrarse, porque sin alianzas no hay sobrevivencia.Por su parte, y no ya desde la responsabilidad del historiador sino desde los deberes del educador, alguien afirma: "La identidad europea no podrá surgir de una uniformización cultural imposible, ni deberá construirse contra el «otro» (el Islam sería el más posible candidato a personificar ese otro)". El autor de la frase es Juan Carlos Ocaña, investigador y docente, responsable del espacio digital "La historia de la Unión Europea".Muy oportunamente, Ocaña resume en forma elogiosa las propuestas de Jürgen Habermas para establecer una base sustentable de los posibles acuerdos: "En una democracia liberal, los ciudadanos deben de ser leales y sentirse identificados no con una identidad cultural común, sino con unos principios constitucionales que garanticen plenamente sus derechos y libertades. Esta propuesta es especialmente sugestiva, entronca con lo mejor de la tradición liberal y tolerante de Europa, y huye y combate al nacionalismo étnico, el gran enemigo de la paz y la libertad en la Europa que se adentra en el siglo XXI". (2)Un tercer ejemplo, al cual dedicaremos algunas reflexiones adicionales, nos permitirá esbozar una respuesta a la cuestión de cómo educar en un mundo global. Se trata del español Mario Carretero, catedrático de Psicología Cognitiva en la Universidad Autónoma de Madrid, y autor de "Documentos de identidad". (3)Su investigación linda con varias disciplinas, y ese carácter fronterizo es aprovechado para inyectarle al libro la amenidad propia de algunas de las áreas involucradas. Esto compensa la inevitable aridez de otras: la historia se indaga junto a la enseñanza de la historia, la epistemología junto a la psicología, la construcción tanto intelectual como afectiva de los contenidos de los programas de la escuela y el liceo, junto a las consecuencias sociales y políticas de la educación tradicional en un mundo global. Carretero denuncia la irracionalidad de ciertas prácticas escolares y señala que es más fácil advertirla "desde afuera", cuando miramos los contenidos de la historia patria de otros países diferentes al propio. Ello prepara el camino para advertir las simplezas o deformaciones en el aprendizaje de la historia nacional que a cada uno le tocó en suerte."Documentos de identidad" incorpora ejemplos de la enseñanza de la historia en todo el mundo, pero con especial énfasis en países como Argentina, México, Alemania, España, Estados Unidos y Japón. La preocupación central de Carretero apunta a los efectos negativos que podría tener la enseñanza de las historias nacionales, en tanto suelen tender a una actitud emocional y hostil con otros países, como condición elemental de la propia identidad. Si bien su planteo involucra a todo el planeta, en la Unión Europea el problema adquiere una relevancia práctica inesperada: es imposible continuar con las narrativas escolares que exaltan a los propios héroes mientras se demonizan a los de los vecinos y, al mismo tiempo, encontrar las raíces comunes de tolerancia y respeto mutuo que hagan viable un proyecto continental. Pero sería ingenuo hoy en día, según el autor, sostener una noción de ciudadanía cosmopolita similar a la que postuló la Revolución Francesa, porque se partiría de una falsedad: basta mirar las escandalosas desigualdades del planeta. "Ni la postura patriótica ni la cosmopolita pueden hoy satisfacernos", sostiene Carretero (p. 308). "La mayoría de los analistas actuales de la educación –por ejemplo Delval, Postman, Savater–, coinciden en destacar la importancia de una cultura de paz y entendimiento ciudadano que permita comprender al otro. En ese objetivo suelen estar de acuerdo todos los agentes educativos de la mayoría de los países. Sin embargo, no lo están en lo referente a cómo se lo lleva a cabo y con qué contenidos" (p.28)."Documentos de identidad" es una obra imprescindible para quienes se interesan por los estudios internacionales. El inteligente prólogo del catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, José Álvarez Junco, logra decirlo de un modo más neto, y casi preferible a las fermentales incertidumbres de Mario Carretero: o se suprime la historia en la escuela, y se enseña una nueva asignatura denominada, por ejemplo, "Mitos y leyenda patrias", o se educa a todos en el "paradigma ilustrado" que también tiene mucho de mítico, pero por lo menos en principio no excluye a nadie del festín global.En sus palabras: "Podríamos pensar en volver al paradigma ilustrado y, tomando como sujeto a la humanidad en lugar de la nación, enseñar un relato basado en la idea de progreso, y explicar cómo el género humano ha ido paulatinamente superando la miseria, la opresión, la violencia y la injusticia. Es también un cuento de hadas, pero al menos no le hace daño a nadie, no se dirige contra ningún grupo étnico ni ningún vecino; y sus posibles efectos moralizantes, si llega a tenerlos, irán en el buen sentido" (p.16).NOTAS(1).- JUDT, Tony, "Postguerra. Una historia de Europa desde 1945", Ed. Taurus, Madrid, 2006, p.145.(2).- OCAÑA, Juan Carlos, "La historia de la Unión Europea", www.historiasiglo20.org/europa/index.htm (3).- CARRETERO, Mario, "Documentos de identidad. La construcción de la memoria histórica en un mundo global", Ed., Buenos Aires, 2007.*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.Depto de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay
Los recientes discursos de las principales figuras del Partido Demócrata han vuelto a estimular la ilusión de muchos ciudadanos estadounidenses. El ex presidente Bill Clinton, y su carismática esposa Hillary han apoyado con discursos vibrantes la candidatura presidencial de Barack Obama. Todas las alocuciones, incluida la del propio senador por Illinois, han tenido la cuota de emoción y de fuerte identidad alternativa a la del ciclo republicano de George W. Bush, como para llamar la atención e incluso despertar el entusiasmo en algunos sectores de la opinión pública latinoamericana.Paradójicamente, América Latina no ha estado entre las prioridades de la Casa Blanca desde hace ya demasiado tiempo, ni es fácil prever lo contrario si además de nuestro lado tampoco parece haber mucho interés. En países como el Uruguay es imposible juzgar asuntos como el de un TLC sin mezclarlos con animosidades políticas que impiden concentrarse en las cuestiones técnicas y de conveniencia que, por lo menos, son tan relevantes como las otras.Escribir el propio destinoHijo de una antropóloga norteamericana y de un keniata culto, Obama nació en Honolulu, y egresó de la Universidad de Columbia en Ciencia Política, y de la Universidad de Harvard en Derecho. Pero ya se han difundido muchos datos pintorescos sobre su origen, y sobre la posibilidad de ser el primer afroamericano que ocuparía la presidencia de los Estados Unidos, como para insistir en esos aspectos. Por ejemplo, algunos observadores han señalado con cierto toque de humor que ha sido el cine y la TV los que le han preparado el camino, por especular tantas veces desde la ficción con una persona de color rigiendo los destinos de la gran nación norteña, y con ello los del mundo.El análisis para evaluar los "dichos", debe tomar en cuenta algunos "hechos", so pena de incurrir en bizantinismo. Pero atender los hechos descuidando ciertas dimensiones simbólicas puede oscurecer su significado y hasta la razón de ser de traerlos a colación.Vamos a comparar ahora dos discursos de Obama, muy diferentes por su forma y por su contenido. En primer lugar, he aquí algunos de los dichos de Obama en su discurso en Iowa, en enero de este año, con fuertes reminiscencias de Martín Luther King:"La esperanza es lo que llevó a una banda de colonos a levantarse contra un gran imperio; lo que condujo a la mayor de las generaciones a liberar un continente y sanar a una nación; lo que condujo a hombres y mujeres jóvenes a sentarse en comedores de los que estaban excluidos por su color, enfrentarse a las mangueras y desfilar por Selma y Montgomery en favor de la causa de la libertad".A la esperanza de los más desfavorecidos y a la lucha por los derechos civiles de las personas de color, Obama agregaba luego la voluntad de escribir la historia con las propias manos, e invocaciones muy similares a las que solía utilizar John F. Kennedy:"La esperanza, la esperanza es lo que me ha conducido hasta aquí, con un padre de Kenia y una madre de Kansas y una historia que sólo podría ocurrir en los Estados Unidos de América. La esperanza es el cimiento de este país, la creencia de que nuestro destino no será escrito para nosotros, sino por nosotros; por todos los hombres y mujeres que no se conforman con el mundo tal como es, sino que tienen el valor de rehacerlo tal como debería ser".En aquel discurso de Iowa el candidato demócrata también insistía en su apelación a la gente común y a la importancia de la fe para generar cosas buenas:"Juntas, las personas corrientes podemos hacer cosas extraordinarias; porque no somos una colección de estados demócratas y estados republicanos, somos los Estados Unidos de América; y en este momento, en estas elecciones, estamos otra vez dispuestos a creer".Cómo llegar a comandante en jefeAhora, en segundo lugar, pasemos a su último discurso, en Denver, que cambió el lirismo del discurso de Iowa por palabras no menos emocionales pero mucho más confrontativas. El cambio de estrategia tal vez se explica porque la competencia está muy reñida con John McCain, su par republicano.En materia de política exterior, afirmó por ejemplo: "Somos el partido de Roosevelt. El partido de Kennedy. Por lo tanto, no me digan que los demócratas no defenderemos este país. Nunca dudaré en defender esta nación, pero sólo enviaré tropas a la guerra con una misión clara y el compromiso sagrado de darles el equipo que necesiten en combate y los beneficios que se merecen cuando regresen a casa".Pero Obama no solamente prometió el regreso de las tropas de la guerra Irak sino también reconstruir las fuerzas armadas para "poder enfrentar conflictos futuros":"También renovaré la diplomacia dura y directa que puede prevenir que Irán obtenga armas nucleares. Si McCain quiere tener un debate sobre quién va a ser el próximo comandante en jefe, ése es un debate que quiero tener".Y he aquí unas frases que deben ser leídas con atención:"Queremos abrir esta convención para estar seguros de que los que quieran venir puedan unirse a nuestro partido y unirse al esfuerzo de recuperar nuestro EEUU. Nosotros no estamos construyendo nuestra campaña electoral de arriba para abajo sino de abajo para arriba".Esa simpática apelación a los de abajo, pese a las intenciones del candidato demócrata, plantea inevitablemente la primera incógnita, que apunta a las reales bases de sustentación de una posible administración Obama.Los discursos deben leerse en paralelo con las acciones, los dichos con los hechos. Teniendo en cada palma unos y otros, o a veces una mezcla indiscernible en una misma mano, los "hechos" hasta ahora más o menos verificables incluyen que Barack Obama, acompañado de otros dirigentes políticos, trató de impulsar normas para controlar armas convencionales y una legislación más transparente sobre el uso de fondos federales. Al igual que al premio Nobel pero desafortunado –políticamente– Al Gore, le han preocupado la prevención del fraude electoral y el calentamiento global. Como a tantos, han llamado su atención el terrorismo nuclear, la independencia energética, y cómo y cuándo emprender el regreso de Irak –evitando nuevas consecuencias indeseables, o tan graves como las de haber permanecido allí tanto tiempo y de ese modo–. El sueño de un sistema de salud con mayor cobertura para todos los estadounidenses lo aproximan a las fracasadas iniciativas anteriores de Hillary Clinton.Pero el mundo ya no es el de la Guerra Fría, tensa pero manejable. Hoy, en un mundo multipolar, el enemigo puede estar, y atacar, en cualquier parte. Fenómenos de muy distinta escala pueden desequilibrar el conjunto: un conflicto en Georgia, un inesperado giro de la política exterior de China, una teocracia islámica petrolera, inmigrantes resentidos en Europa, las pandillas maras en El Salvador y otros lugares, el narcotráfico en cualquier esquina del planeta, el complejo militar industrial en casa, la economía, o los lobbies de cualquier naturaleza, por no hablar de los escándalos privados de los que se nutre la TV rápida.Ya lo supo Clinton, cuando unas "relaciones inapropiadas" con una becaria casi lo dejan del otro lado del borde del poder. Del escaso poder, si se mira bien, que detentan los líderes políticos en sociedades democráticas, y si se lo compara con el pasado, o con el presente de las sociedades autoritarias. En sistemas en precario equilibrio, "una tostada quemada puede llevar al divorcio", decía hace años Alvin Toffler.El silencioso peso del mundoEs muy sugerente que Oprah Winfrey, una popular presentadora televisiva, le haya dado su apoyo a Barack Obama desde hace mucho tiempo. "The Oprah Winfrey Show" es seguido por millones de espectadores norteamericanos, y su protagonista recaudó fondos con mucha eficiencia para la campaña del candidato demócrata. Palabras más o menos, "creo en esta persona", le dijo Winfrey a Larry King en la cadena de televisión CNN. Pero eso no convierte a Obama en Berlusconi, ni torna a los gigantescos y heterogéneos Estados Unidos en algo semejante a Italia. Tener alguien de los medios a favor es muy bueno, pero hay que disponer de algo más que de la simpatía de los medios.También es sugerente que, con exceso perdonable por las circunstancias, Al Gore haya comparado a Obama con Abraham Lincoln, por su capacidad de despertar la esperanza en tiempos de estancamiento, y por convocar a la unidad en tiempos de divisiones. Todo el mundo sabe, después de haber visto "Una verdad incómoda", que la retórica de Gore es indudablemente aguda y persuasiva. Una muestra es su juego con el término "reciclaje", aludiendo a su preocupación ambientalista, al atacar al candidato republicano John McCain: "Hey, creo en el reciclaje, pero esto es ridículo. Si les gusta el enfoque Bush-Cheney, John McCain es su hombre. Si quieren un cambio, entonces voten por Barack Obama y Joe Biden".Tener los mejores discursos a favor es muy bueno también, pero hay que disponer de algo más que de buenas plumas para escribirlos y de picos de oro. Sobre todo si hay que enfrentarse con halcones. Desde los múltiples intereses corporativos y la porosidad de las fronteras, hasta ciertos incontrolables fenómenos psicosociales y económicos, el silencioso peso del mundo no puede enfrentarse sólo con corazones valientes y hermosas palabras.Algunas encuestas sobre la autopercepción de los votantes estadounidenses, arrojan algunos resultados que vale la pena comentar. Cuando la pregunta se formula en términos de cercanía emocional, el Partido Demócrata obtiene mejores chances. Pero cuando el encuestado debe definir su proximidad en términos más fríos, los republicanos resultan favorecidos. Esa ambigüedad exquisita es trasladable a la figura y al último discurso de Barack Obama: concita muchas simpatías, eso es indudable, pero despierta también muchas incógnitas.De aquí a noviembre debería hablarse también del republicano John McCain, y por si acaso, averiguar algo más sobre Joe Biden, el candidato demócrata a la vicepresidencia. El seductor Barack Obama es un símbolo demasiado cálido (fuerte como señal, frágil como ser humano) que ya debe estar congregando muchos enemigos silenciosos*Profesor de Cultura y Sociedad contemporánea.Depto. de Estudios InternacionalesFACS – ORT Uruguay