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Instantáneas I La historia de las izquierdas: Viejos y nuevos desafíos "La historiografía del movimiento obrero latinoamericano está delimitada por dos presupuestos teóricamente discutibles. Por un lado, al ver su desarrollo através del prisma de la 'Modernidad', se recurre a un conjunto de variables indicativas económicas que refuerzan empíricamente la idea de un continuo industrial progresivo. Por otro lado, la 'modernidad' a nivel político se expresaen el ascenso progresivo de la clase obrera y de la sociedad según sean las formas y grados de participación política. El tránsito lineal e irreversible de lo prepolítico a lo político o la cristalización de una serie continua de lo tradicional-autocrático-democrático signan las opciones de esta historiografíaobrera paradigmática". Ricardo Melgar Bao, El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna, Madrid, Alianza, 1988, p. 18. Si bien el movimiento anarquista, el movimiento socialista y sus familias políticas se habían convertido en objeto de la indagación histórica muy tempranamente en la Argentina gracias a la labor de historiadores militantes como Diego Abad de Santillán, Jacinto Oddone y Sebastián Marotta, su incorporación a los estudios académicos data del último medio siglo. En las décadas de 1970 y 1980 las izquierdas emergen en los estudios académicos—pensemos por ejemplo en El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, la obra clásica de Iaacov Oved, de 1978— aunque todavía subordinadas a las historias del movimiento obrero. La Biblioteca Política Argentina que dirigió Oscar Troncoso desde 1983 para el Centro Editor de América Latina acompañando (y al mismo tiempo alimentando) el despertar de la vida política después de siete años de dictadura militar, ofreció un amplio catálogo de estudios sobre las izquierdas, donde predominaban todavía los historiadores militantes de las décadas anteriores (Jacinto Oddone, Alicia Moreau, Oscar Arévalo, Leonardo Paso, Norberto Galasso), a los que se habían sumado nuevas obras provenientes del periodismo y el ensayismo político (Emilio J. Corbière, García Costa, Hugo Gambini, Dardo Cúneo, etc). De todos modos, esta colección le abrió espacio a una nueva generación de historiadores profesionales del movimiento obrero y de las izquierdas que vieron aparecer allí sus primeras obras (Juan Carlos Torre, Hugo del Campo, Mónica Gordillo, Edgardo Bilsky, Ricardo Falcón, Arturo Fernández, Dora Barrancos, entre muchos otros). En colecciones paralelas a la de Troncoso aparecieron también los primeros trabajos de Cristina Tortti y de Juan Suriano, y se reeditó la Historia del Movimiento Obrero en fascículos dirigida por Alberto Pla. Fueron pocos los investigadores que perseveraron en la historia obrera durante las décadas de 1980 y 1990, cuando ese campo conocía un reflujo tanto a nivel local como global. Algunos ensayaron estrategias de renovación temática y metodológica (Hugo del Campo con sus estudios sobre la corriente sindicalista, Juan Carlos Torre con los sindicatos peronistas, Mirta Lobato con las mujeres obreras, Leandro Gutiérrez con la cultura obrera, por mencionar sólo algunos casos). Paralelamente, la historia obrera clásica era sostenida a contracorriente por dos centros independientes, CICSO y PIMSA. En contrapartida, una verdadera oleada de producción sobre las izquierdas tuvo lugar durante los últimos 20 años. Con el nuevo siglo, "las izquierdas" ingresaron por derecho pleno en el campo académico. En un principio empujados por la efervescencia de la "historia reciente", en años posteriores decenas de jóvenes investigadores desarrollaron tesis de grado y posgrado que excedieron el universo de las organizaciones armadas de la nueva izquierda, abordando diversos momentos y figuras del anarquismo, el socialismo, el sindicalismo, el antiimperialismo, el comunismo, el antifascismo, el trotskismo, el maoísmo, el guevarismo y las más diversas familias políticas de las izquierdas argentinas. Los últimos veinte años vieron sucederse coloquios y congresos sobre las izquierdas, obras individuales y colectivas, colecciones editoriales, revistas especializadas, ediciones de fuentes, centros de documentación, programas de investigación colectiva y un sinnúmero de manifestaciones que, finalmente, terminaron por convertir a "las izquierdas" en objeto de la investigación histórica con plena legitimidad académica. Si en la década de 1970 los investigadores profesionales consagrados al estudio de las izquierdas se contaban con los dedos de una mano, medio siglo después constituyen un campo que moviliza varias decenas de investigadores. El repliegue de la historia obrera tradicional dejó libre un espacio de visibilidad para el despliegue de las fuerzas y los movimientos de las izquierdas mismas, independiente de su peso mayor o menor dentro del movimiento obrero. Asimismo, los cuestionamientos a la historia política tradicional fueron desplazando el interés desde la dimensión institucional de los partidos políticos (los congresos, el comité central, el programa, la línea política) a una historia centrada en las diversas manifestaciones de la cultura de izquierdas, como los procesos de subjetivación militante, la construcción de los liderazgos y los roles de género, la división militante entre trabajo manual y trabajo intelectual, la circulación de impresos, los cursos de formación, las lecturas canónicas y las prohibidas, el rol tenso de los intelectuales al interior de las organizaciones políticas, la dimensión comunicacional de la prensa y de las revistas, la lucha por la conquista militante del espacio urbano; el rol de la música colectiva y de la gráfica en la construcción de un imaginario de izquierdas; el rol de los exiliados, los viajeros, los congresistas, los emisarios en la construcción de redes nacionales, continentales e internacionales que permitieron exceder el nacionalismo metodológico de los estudios sobre la "izquierda argentina". El CeDInCI, fundado en 1998, se instaló justamente en esa encrucijada historiográfica. Para recelo de muchos "ortodoxos" de la antigua historia obrera (a medias profesional, a medias militante), la "cultura de izquierdas" estaba inscripta, incluso en plural, en su propio nombre. De modo que el CeDInCI fue desplegando a lo largo de sus 22 años de vida un programa historiográfico en el que perdían peso y legitimidad el análisis de los programas y los pronunciamientos en los que el historiador trataba de encontrar una mayor o menor correspondencia con la "realidad", privilegiando la dimensión de la experiencia militante en toda su complejidad, las dinámicas y los conflictos inherentes a los grupos humanos, el estudio de los procesos de construcción simbólica, los rituales y las ceremonias militantes y toda la dimensión imaginaria de la cultura de izquierdas. La antropología, el psicoanálisis, la sociología, el socioanálisis, la teoría política, el marxismo crítico, la teoría feminista y los estudios de género fueron los principales aliados en esta estrategia de repensar la historia de las izquierdas, declinada en plural, a la luz de la historia social de la cultura. Resistiendo la "desviación culturalista" de este programa, la antigua historia militante logró conquistar cierto espacio dentro del universo académico. Mantuvo hasta donde pudo la centralidad de la historia obrera, sustancializando las clases sociales e hipostasiando la dimensión del conflicto. Abordó la trayectoria de las izquierdas tal como habituaba a hacerlo el Comité Central: según su capacidad para llevar la conciencia verdadera a la clase obrera, lo que se traduciría en su mayor implantación en tales o cuales gremios. La historia de los intelectuales de izquierda fue escrita según su mayor o menor capacidad de inclinar su cerviz frente a la dirección política. La cultura, en tanto que nivel de la superestructura, fue pensada en términos del "frente cultural", un espacio que debía ser atendido oportunamente, sin amplificarse más allá de que lo que Engels ya había dejado establecido. La historia de una corriente política de la izquierda era entendida como la historia de su capacidad para implantar bastiones en el movimiento obrero con vistas a la revolución. Aunque apelara más de una vez a citas de autoridad de Gramsci, la política era concebida en términos de "asalto" o de "guerra de maniobras", antes que como "guerra de posiciones". Por eso esta perspectiva produjo sobre todo historias endógenas del socialismo, el comunismo o el trotskismo donde las disputas hegemónicas entre las fuerzas sociales aparecen apenas esbozadas en un evanescente telón de fondo. Enormes esfuerzos de meritoria investigación en hemerotecas y archivos se ha visto malogrados por esta matriz empobrecida de historia social y política desde la cual la construcción hegemónica, que empieza justamente más allá del plano corporativo de la organización obrera, no puede ser siquiera pensada. En esta literatura están ausentes incluso las categorías mismas que permitirían aprehender la historia de las izquierdas en toda su complejidad, en su densidad y en su drama histórico. Estos modos de concebir y narrar la historia de las izquierdas están en el centro de las objeciones que formula Roy Hora en "Izquierda y clases populares en la Argentina, 1880-1945", un ensayo sumamente estimulante y provocativo aparecido hace pocas semanas en la revista Prismas. Hora parte de un hecho incuestionable: la incapacidad de las izquierdas históricas para romper cierto "techo de cristal" pues "rara vez superaron el 10 % de los sufragios en elecciones libres y competitivas". Y si bien su ensayo aborda el ciclo histórico que concluye en 1945, no sería difícil proyectar esta constatación, con los ajustes del caso, sobre la segunda mitad del siglo XX. El fondo de esta dificultad hegemónica no se debería tanto a problemas de "incomprensión" de las dirigencias políticas de izquierda (el elitismo de los socialistas, el frentismo oportunista de los comunistas o el sectarismo de los trotskistas, por poner algunos casos) como en la capacidad integradora del "país más capitalista y moderno de América Latina". Incluso los historiadores de las izquierdas más reconocidos —José Aricó, Ricardo Falcón, Juan Suriano— habrían subestimado los alcances del potencial integrador de un mercado de trabajo que, signado por los altos salarios en términos comparativos a escala internacional, la capacidad de ahorro, el progreso ocupacional, la movilidad social ascendente e incluso la incorporación a las filas de las clases propietarias, había modelado en la experiencia de los trabajadores un horizonte de progreso que se habría erigido en un "obstáculo formidable" para la radicalización de sus demandas. A esa experiencia en el mundo laboral habrían venido a sumarse otras dimensiones de la integración social, política y cultural como el crecimiento del sistema de salud pública, el aumento de la alfabetización y la expansión del sistema público de educación así como el carácter liberal de la Constitución nacional con su reconocimiento a los diversos credos y cultos, con su libertad de prensa, de opinión y de asociación, a los que vino a añadirse la apertura del régimen político a partir de 1916. Contra el arraigado retrato de una sociedad expulsiva que habría nacido de un sobredimensionamiento del ciclo que se abre con la Ley de Residencia y que alcanza su clímax en la Semana Trágica de 1919, o del que se abre con el golpe militar de 1930, Hora nos devuelve la imagen de una República abierta a acoger a las sucesivas oleadas de perseguidos de Europa, desde los communards de 1871 hasta los republicanos españoles de 1939, pasando por los socialistas expulsados por las leyes de Bismark e incluso por los anarquistas italianos de fines del siglo XIX (pp. 56-57). El autor no desconoce, desde luego, los momentos represivos del Estado sobre los trabajadores, pero los considera "poco significativos" (p. 57) en términos relativos (comparados con otras experiencias a un lado y otro del Atlántico), además circunscriptos a momentos excepcionales (1902, 1910, 1919, 1920-21, 1930, 1943) y focalizados en actores políticos particulares: el anarquismo entre 1902 y 1921, el comunismo entre 1930 y 1945. Por fuera de estas circunstancias accidentales, "la evidencia histórica indica que, en repetidas ocasiones, las autoridades mediaron en los conflictos entre capital y trabajo, a veces a solicitud de los propios asalariados", antes incluso que los radicales llegaran al gobierno (pp. 57-58). El ensayo de Roy Hora tiene el mérito indiscutible de cuestionar los alcances interpretativos de ciertos relatos endógenos fundados sobre todo en las propias fuentes partidarias, ofreciendo un cuadro histórico en el que las izquierdas son reconsideradas dentro del abanico de posibilidades de organización, movilización y transformación social que ofrecía una formación social determinada. Al mismo tiempo, pone sobre el tapete los supuestos de buena parte de los estudios de historia de las izquierdas que concebían a las condiciones para el despliegue de un proyecto inspirado en el deseo de cuestionar el orden sociopolítico como una suerte de invariante histórica, colocándolas de ese modo por fuera de la historia humana. En este relato alternativo, las clases no aparecen sustancializadas ni definidas a priori, sino que se constituyen sobre una experiencia colectiva que, en última instancia, se asienta en las peculiaridades del capitalismo argentino. Buscando explicaciones más allá de los errores programáticos o los aciertos interpretativos de las izquierdas, el ensayo se desplaza del análisis del registro discursivo para inscribirse en el plano de las condiciones económicas, sociales y políticas en que se forjaran las clases populares bajo el influjo de un proyecto de impronta moderada y laborista, y en el que sólo en circunstancias históricas específicas se sintieron atraídas por los discursos impugnadores del orden establecido. Las dificultades de las izquierdas en erigir un partido de clase con arraigo de masas no se derivaban entonces de las otrora llamadas "condiciones subjetivas" —las concepciones políticas de las fuerzas de izquierda— sino de las propias "condiciones objetivas" que ofrecía la Argentina de la primera mitad del siglo XX: una "sociedad sin rígidas fronteras de clase y cuyas jerarquías se hallaban sometidas al efecto disolvente de la movilidad social y ocupacional", en la que "la cultura asociativa trabajó en contra de la aspiración a construir una subcultura obrera autónoma —sindicato, club social y deportivo, biblioteca y centro cultural— como la que forjaron las experiencias socialdemócratas europeas más exitosas" (p. 57). No es difícil adiviniar aquí la actualización de algunas hipótesis avanzadas en la obra obra ya clásica de Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra (1995). Pero las hipótesis de Gutiérrez y Romero son radicalizadas con el apoyo de una serie de investigaciones de sólido nivel académico que fueron abriéndose paso a lo largo del último medio siglo para constituirse en lo que Eduardo J. Míguez ha denominado la "nueva ortodoxia revisionista". Es así que Roy Hora puede sustentar su argumentación no sólo en su considerable obra previa sino en la abundante producción de la tradición historiográfica en la que se inscribe —y que remite a los nombres de Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo, Eduardo J. Míguez, Hilda Sabato, Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, entre varios otros, así como a figuras provientes de otros espacios, como Natalio Botana o Luis Alberto Romero. La "reacción neoclásica" (como la llamó el propio Cortés Conde) terminó por constituir una escuela (en el sentido amplio del término) cuyas primeras obras nacieron a comienzos de la década de 1960 en el espacio del IDES y en las últimas décadas, a medida que iba arrojando el lastre del cepalismo y estilizando su teoría de la modernización, se fue asentando sobre todo en el ámbito de la Universidad Torcuato Di Tella y en la de San Andrés. El ensayo de Hora, más allá de señalar matices sutiles en torno a las interpretaciones de autores como Aricó, Falcón y Suriano, tiene por blanco implícito ese conjunto de estudios sobre las izquierdas que "suelen mirar el problema del lugar político de las clases laboriosas con los ojos sesgados de los impugnadores del sistema. Enfocados en los momentos de crisis antes que en los más frecuentes y extendidos de normalidad, suelen apoyarse en relatos sobre la organización obrera que sobreestiman la importancia de sus grupos disidentes, entonces minoritarios, y en la prensa militante que promovía sus reclamos. En este sentido, esa literatura ofrece un ejemplo típico de los sesgos de interpretación nacidos de una selección parcial de la evidencia documental, amén de más interesada en la retórica de combate que en las prácticas concretas y el contexto más amplio en que se desplegaba la acción colectiva" (p. 56). La crítica es certera y la polémica que viene a abrir es sin lugar a dudas auspiciosa. Difícilmente se podría estar en desacuerdo con una perspectiva que invita a desustancializar las clases sociales en pos de una concepción relacional de las fuerzas sociales y que convoca a pensar los alcances y los límites de las corrientes políticas no sólo en el juego de su propio campo sino también en sus propias condiciones materiales-sociales de existencia. Pero el marco histórico que ofrece como alternativa corre el riesgo equivalente de las corrientes que impugna, aunque en un sentido opuesto. Es que frente a los relatos históricos construidos sobre los momentos de crisis, Hora levanta un modelo alternativo focalizado "en los más frecuentes y extendidos de normalidad". El punto de partida es el año 1880, donde no aparecen trazas de "acumulación primitiva", violencia constitutiva, pillaje, apropiación, trabajo forzado ni "campaña del desierto". El capitalismo argentino y su modelo liberal parecen haber nacido inmaculados. Es significativo que el autor no se proponga pensar la historia argentina conforme una dialéctica de crisis recurrentes y ciclos de normalidad siempre provisorios, sino como un proceso de inserción internacional, modernización capitalista e integración social exitosos en el mediano plazo, al menos hasta el inicio de la "decadencia argentina". A la inversa de las perspectivas que critica, en este relato funcionalista del proceso histórico el conflicto social no sólo es excepcional sino que queda rebajado al rango conceptual de mero accidente histórico. Frente al "luchismo" de ciertas perspectivas ciegas a los momentos de negociación, no deja de ser oportuno recordar que en 1902, mucho antes de las experiencias de diálogo y negociación entre Estado y trabajadores que ensayará el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, incluso dirigentes anarquistas como Constante Carballo y Francisco Ros podían ingresar a la Casa Rosada a dialogar con dos poderosos ministros de Estado. Sin embargo, resulta poco convincente la secuencia posterior que ofrece Hora como ilustración de sus tesis —la asamblea de estibadores que no refrendó el acuerdo de sus líderes, la humillación que afectó el prestigio de los ministros, la imagen de debilidad que ofrecía el propio presidente Roca ante la oposición— que terminaría por explicar el estallido de la primera huelga general de la Argentina (noviembre de 1902) y a la sanción de la Ley de Residencia ese mismo mes como el resultado de un encadenamiento (evitable) de accidentes. En la comprensión de este proceso han desaparecido las condiciones materiales invocadas en la argumentación central —manifiestas en los reclamos de los distintos gremios que se fueron escalonando a partir de las demandas iniciales de los estibadores, que pedían cargar bolsas que no superaran los 65/70 kilos. ¿ Es posible que circunstancias perfectamente plausibles como la "humillación" de los ministros o la necesidad de Roca de demostrar firmeza hayan derivado en la sanción de una Ley votada en forma express por las dos cámaras que venía a violentar nada menos que la sacrosanta Constitución liberal de 1853, y que se mantuvo vigente durante más de medio siglo, desafiando hasta el año 1958 los sucesivos intentos de derogación? Como diría el viejo Hegel: pequeñas causas, grandes efectos.1 La huelga misma aparece en el relato como un hecho accidental que podría haberse evitado si los actores se hubieran comportado conforme a su racionalidad esperada, de no ser por el "influjo indebido" que los anarquistas ejercían "sobre el común de los trabajadores". Pero el ejemplo muestra exactamente la situación inversa: son los líderes anarquistas los que negociaron con el gobierno mientras que fue la asamblea de los estibadores la que los desautorizó. Desde luego que puede estudiarse la racionalidad propia de las huelgas de masas, pero es muy difícil, sino imposible, pensar la dinámica de acumulación de demandas materiales y simbólicas propias de los grandes procesos colectivos desde la teoría del racional choice. La racionalidad del comportamiento de aquellas franjas de los obreros migrantes que acompañaron la experiencia del radicalismo primero y del peronismo después es perfectamente comprensible. También la de aquellos que lograron ascender rápidamente en la escala social y alcanzaron altos grados de integración social, política y cultural, adhiriendo incluso a la ideología liberal, en alguna de sus variantes. Pero no debería ser difícil concebir una voluntad de transformación radical del orden social por parte de los que, en la división del trabajo, les tocó acarrear bolsas de 100 kilos en sus espaldas, ni de los que trabajaban 14 horas diarias, ni de los cientos de miles o incluso de los millones de "perdedores" que pagaron los costos de la modernización argentina. El riesgo de pensar la historia "desde el lugar de los impugnadores del sistema" cede aquí su lugar a otro riesgo (sobre el que la historiografía contemporánea suele ser mucho más indulgente): pensar la historia con los ojos sesgados de los integradores del sistema. Roy Hora es convicente al mostrar los límites de los relatos convencionales de historia de las izquierdas autocentrados en su propio despliegue y documentados con sus propias fuentes, pero la productividad historiográfica del modelo tan sólidamente funcionalista que ofrece como alternativa genera toda una batería de interrogantes. Enfatizando los ciclos de normalidad por sobre las crisis, los procesos de integración sobre los de exclusión, el consenso sobre la violencia, la negociación sobre el conflicto, el modelo histórico que ofrece invierte más que supera aquel que vino a impugnar. Las condiciones de posiblidad de la izquierda quedan pues acotadas a la emergencia accidental de un conflicto de clase, para terminar clausurándose una vez que el error se corrige, el conflicto desaparece y el sistema retorna a las rutinas de la normalidad. En su esquema, quizás podrían comprenderse el fracaso ineluctable del anarquismo más allá de 1912 o los límites insalvables de corrientes como el sindicalismo revolucionario en sus años de mayor radicalidad, el trotskismo (o el clasismo de la décadas de 1960 y 1970, si lo proyectáramos sobre el período posterior), pero difícilmente podría explicarse la imposibilidad de las corrientes más reformistas (el socialismo, o el comunismo desde 1935 en adelante) en franquear el "techo de cristal". En este modelo, la ideología que mejor corresponde a la racionalidad de los actores no es otra que el liberalismo. ¿Cómo pensar desde allí fenómenos ya no de la maginitud de las grandes huelgas generales, sino procesos culturales como la tradición antiimperialista de las izquierdas? No tendrían otro interés que el de ideologías de la desviación, en definitiva funcionales a ese latinoamericanismo dependentista que llevó a la Argentina a apartarse de su inserción "en el mundo". Incluso los empeños de las izquierdas por realizar el "programa mínimo" habrían derivado en los altos costos laborales y en el déficit público que aún hoy continuarían gravitando en el corazón de la decadencia argentina. Queda flotando la pregunta si las izquierdas son siquiera pensables desde esa perspectiva, donde sus vertientes más radicales aparecen desplazadas al cuadro de una anomalía, y las izquierdas reformistas reducidas a una astucia de la razón liberal. Colectivo editor 1 Para una discusión argumentada y documentada con la historiografía que ha relativizado o acotado la incidencia efectiva de Ley de Residencia y la Ley de Defensa Social (Barry, Zimmerman, Suriano) para considerarlas como el punto de partida de una serie regular de dispositivos de disciplinamiento por parte de la élite, véase el reciente trabajo de Marina Franco, "El estado de excepción a comienzos del siglo XX: de la cuestión obrera a la cuestión nacional", en Avances del Cesor,vol. 16, nº 20,Universidad Nacional de Rosario, 2019.

Victoria Tin-bor Hui's War and State Formation in Ancient China and Early Modern Europe is a bold and original work. The book is bold in its goals and scope: the primary question motivating it is: "Why is it that political scientists and Europeanists take for granted checks and balances in European politics, while Chinese and sinologists take for granted a coercive universal empire in China?" (p. 1). This question is the starting point of an exploration of two very different outcomes in international politics. The first one is the "logic of balance", which replicates the classical Eurocentric perspective on the tendency towards equilibrium in international systems. The second one is the "logic of domination", illustrated in the book by Chinese theoretical perspectives and empirical example of a tendency toward universal domination. To answer the puzzle over the competing logics in this dichotomy the author will try to convince the reader of the usefulness of her "dynamic theory of world politics that blends Eurocentric and Sino-centric perspectives, connects the ancient and the modern, reconciles alternative trajectories and opposite outcomes, and incorporates persistent continuity and endogenous transformation" (p. 2). Part of the originality (which ideally should not be regarded as original) comes form blending mainstream IR theory with the comparative politics literature on state-formation and state-society relations. Moreover, refreshing insights from classical political theory -both European and Chinese- are common throughout the book. Her method and case selection are also creative and laudable. Tin-bor Hui compares the Ancient Chinese system during the Spring and Autumn period (656-453 BC) and Warring States period (453-221 BC) with the European system in the Early Modern period (defined as AD 1495-1815). Incorporating the case of Ancient China as an integral part of a theory of international politics, and thus departing from a too Eurocentric and temporarily restricted mainstream IR theory, is a praiseworthy project per se. Under the assumption that these systems are "comparable" she embraces the "uncommon foundation" method by using "paired comparisons of uncommon cases" (i.e. Mill's method of difference or most similar systems) in the search of common causal mechanisms that "combine differently with varying initial and environmental conditions to produce radically different outcomes" (p. 8). The overarching goal can be seen as breaking a deterministic view of political processes as a teleology towards balancing –which naively avoids a serious engagement with a "logic of domination." The author creates two theoretical concepts as her basic tools in achieving this goal: "mechanisms of self-strengthening reforms" and "self-weakening expedients." Each of these would be the causal mechanism explaining the "logic of domination" in the former (i.e. the dissolution of a plural system during the Warring States period and the formation of the Qin Empire in China) and the "logic balancing" in the latter (i.e. the preservation of a system of autonomous units in Europe) (p. 34). The core of the theory (and this is an unjust but necessary simplification) is that certain structural and agential motivations induce states to engineer self-strengthening mechanisms (or self-weakening expedients) that open the opportunity for domination (or balance of power). This reader could not agree more with the necessity of exploring alternative logics from the balance of power one. IR needs to engage more satisfactorily with the idea of domination and how it is achieved. The literature most linked to this concept is the one surrounding the "hegemonic stability theory" research program (see the work of Gilpin, Organski and Kugler, Keohane and Kindleberger). (1) The most relevant problem with this literature is that its preoccupation (obsession?) with war as a consequence of the end of hegemony (or of power transitions) leaves the primordial –and temporally and logically precedent!- matter of how states rise as a given independent variable –or, taking rise as the outcome, with a dependent variable that does not vary. The consequence is that IR has almost nothing to say about an essential part of the story of change in the system: how is it that the power to dominate is constructed. Although Tin-bor Hui attempts to have the final word for this political phenomenon, her work remains incomplete and not entirely satisfactory for several reasons. First, the book has a weak theory of state power. The explanation behind the outcome of systemic domination lies in a series of "self-strengthening mechanisms" (effective tax collection, meritocratic bureaucracy, ruthless military stratagems, inter alia) that enable a particular state to conquer the rest of the system. These mechanisms are the result of both agential initiatives and classical neorealist systemic emulation –i.e. states intra-system will tend to reproduce the same type of governmental mechanisms. The Qin state, located in an Ancient Chinese system composed by units pursuing such self-strengthening mechanisms, was enabled to achieve domination by applying these policies. The problem with this argument is that if we assume that these mechanisms are a systemic phenomenon, there is no convincing reason why it would be any easier for a self-strengthened state to conquer other self-strengthened states than it would be for a self-weakened state to conquer its pairs in another system. In other words, if the mechanisms are thought of as systemic, the advantages or disadvantages of pursuing self-strengthening or self-weakening mechanisms would balance out. Even more, it is not difficult to imagine the opposite logic being true –systems with "self-weakened states" would be more prone to Empire- since the existence of weak states opens a window of opportunity for conquer. (2) The gist of the confusion rests in the author, consciously or unconsciously, taking the risk to ignore one of the most basic premises in the discipline: power is relative. The power of a particular state in international politics has no meaning if it is not seen as a characteristic of one unit in comparison to another unit or to the whole system. The consequence of neglecting this maxim might well be that the idea of "self-strengthening mechanisms" as the explanation of domination turns out to have almost a negligible heuristic power. Moreover, her promise of a "dynamic" theory of change does not hold up to the expectations. In a sense, the author has a quite static perspective on history. While, as said before, she is probably right in arguing that the discipline has avoided a serious study of the issue of domination in international politics, the hypothesis that the road to domination lies in internal reorganization and administrative innovation is incomplete to say the least. There are structural and macro-historical processes of state growth that cannot be shunned in this type of analysis. The author would probably recognize that the Swiss cantons, even if implementing the most comprehensive self-strengthening reforms, were never capable of achieving domination of the European system. There is something special about states like France and Qin that made them able to engage in a quest for domination. This "something special" is one of the most basic and relevant processes in History: the rise and fall of political units. The reader cannot but be skeptical on how much of the causal mechanisms of domination lie in her self-strengthening ideas or in more macro-processes of rise and fall in the system. (3) On the other hand, the author has a big underlying assumption about states' motivation that should have been discussed in more depth. This is a kind of Mearsheimerian assumption that states always identify global (or regional) domination as the primary goal. There are several critiques that could follow from here. One could come from a "constitutive" perspective: if the units composing the systems are different in some essential elements, most probably the systems as a whole will be different in some way. One of the basic elements in the formation of the Modern European system was the creation of the idea of "sovereignty" as an inter-subjective constitutive characteristic of the system. Sovereignty needs to be part of an explanation, for example, of why Luxemburg could survive in a neighborhood of dangerous colossus –and at times domination seekers- such as France and eventually Germany. A Luxemburg located in Northern China, without the aid of sovereignty, would probably have fall victim to Qin might. (4) While this does not mean that two different systems cannot be compared, the creation of inter-subjective norms in systemic dynamics should have a more relevant place that the one given in this book. (5) Another theoretical concern is that self-strengthening and self-weakening mechanisms appear to be very prone to tautological and endogeneity problems. It might be argued that she is trying to explain state change by its effect -i.e. "X is a stronger state, because it was made stronger." The ultimate measurement of a self-strengthened state is to achieve domination; but domination is itself the dependent variable explained by the implementation of self-strengthening mechanisms. The idea that states apply self-strengthening mechanisms to dominate and dominate because they are self-strengthened is cyclical and problematic. (6) Even more, her theory assumes that conquest pays, that is, conquest self-strengthens. This is not wrong per se. Nonetheless, it might get the theory in some logical quagmires. For example, Napoleon's quasi domination of Europe was so parallel to Revolutionary France self-strengthening reforms (administrative reorganization, revolutionary military techniques, etc.) that it would be difficult to say which was the cause of which. Lastly, it may be the case that the author has a confused interpretation of her own mechanisms. Self-strengthening and self-weakening mechanisms appear to be causal mechanisms more linked to an explanation of "state power" than "systemic domination". (7) If this were true, she would need another set of mechanisms or variables to explain the occurrence of domination in international relations. An option to try to dissipate the doubts on how the mechanisms work would be to expand the cases studied to systems in which domination happened without self-strengthening (Philip's Macedonia comes as a possible example) or in which self-strengthening reforms did not come accompanied with domination (if we keep, as Tin Bor-hui does, domination as a necessarily territorial phenomenon, the United States in the Western Hemisphere comes to mind). War and State Formation is an interesting book, which by opening several lanes of inquiry -and by sometimes giving weak arguments for the issues at stake- encourages new and original research in these important areas of political science. This alone is sufficient to make the book a worthy and entertaining read.Notas: (1) Admittedly, these works differ a lot from scholar to scholar.(2) For a similar argument using Agent Base Modeling see Lars-Erik Cederman, Emergent Actors in World Politics, Princeton UP, Princeton, 1997, especially Chapter 4.(3) Furthermore, there is an empirical problem related to the conceptual one before discussed: the picture of a weak Europe unable to efficiently sustain wars of domination must be seen in a global context in which the European powers were rapidly conquering the world.(4) For an account of the importance of sovereignty as an essential constitutive characteristic of the European system of states see: Hendrik Spruyt, The Sovereign State and Its Competitors, Princeton UP, Princeton, 1994.(5) This makes one wonder how useful is her theory for the contemporary world…(6) This concern becomes clear when she argues that: "Domination-seekers in early modern Europe failed because they did not follow the logic of domination fully" (p. 109).(7) Which may explain why this reader was incapable of finding a satisfactory definition of "domination".*Department of Political Science, University of Pennsylvania

Amb la victòria de Donald Trump, Netanyahu sap que té les mans lliures per «remodelar» el Pròxim Orient a sang i foc. L'extensió de la guerra al Líban i els intents d'implicar directament l'Iran són una amenaça directa a l'estabilitat mundial, i, potser, la porta d'entrada a la Tercera Guerra Mundial. De fons, la tragèdia de Palestina. Recorrem la història que ens ha portat fins aquí.*Una versió extensa d'aquest article es va publicar prèviament al diari Catalunya Plural El 7 d'octubre de 2023, uns dos mil milicians de Hamàs van penetrar en territori israelià assaltant la base militar des d'on es gestiona la tanca perimetral de Gaza i inutilitzant les torres de control amb l'ajuda de drons, per després atacar localitats, quibuts i un festival de música que se celebrava a pocs quilòmetres de la frontera. En pocs moments, amb precisió i coneixement del terreny, Hamàs havia deixat cec i incomunicat un dels exèrcits tecnològicament més preparats del món. L'operació no tenia res d'improvisada i es va dur a terme justament l'endemà que una part important de les Forces de Defensa d'Israel (FDI) destinades a la zona de Gaza fossin desplaçades cap a Cisjordània per protegir de possibles represàlies els colons que estaven assetjant famílies palestines per expulsar-les de les seves terres.«En poques hores, els milicians es van apoderar de vuit bases militars i quinze poblacions, diversos quibuts inclosos». Les FDI van trigar hores en aparèixer i «quatre dies per recuperar el control de la zona». No sospitaven que Hamàs pogués dur a terme una operació militar d'aquesta envergadura a Israel. Tampoc els serveis secrets israelians van saber preveure un atac que feia com a mínim un any que preparava Hamàs. El greu error polític de HamàsL'atac va ser un èxit militar per Hamàs, però també un greu error polític. L'escomesa per sorpresa dins del territori israelià va significar, sens dubte, una bona dosi d'autoestima per una població palestina que feia temps que es veia abandonada a la seva sort per la majoria dels països àrabs arran del que Donald Trump va denominar «l'acord del segle per l'Orient Mitjà». El pacte deixava tota la vall del Jordà en mans d'Israel, mentre els palestins rebrien 50.000 milions de dòlars en deu anys –fons de l'Aràbia Saudita– per bastir un pseudo-estat sobre Gaza i una disminuïda Cisjordània, i ajudar els refugiats a canvi que renunciïn al retorn i a les seves terres. La signatura dels Acords d'Abraham suposava el reconeixement de l'estat d'Israel per Bahrain i els Emirats Àrabs, decisió darrera la qual estava sens dubte Riad. Més tard s'hi afegien Marroc, a canvi que Tel Aviv admetés la marroquinitat del Sàhara Occidental, i Sudan. El setembre de 2023, Netanyahu anunciava un acord imminent de pau amb l'Aràbia Saudita. En qualsevol cas, matar 1.200 persones, la majoria civils, i segrestar-ne més de 250, cosa que constitueix, sens dubte, crims de guerra i no preveure la brutal resposta del govern israelià va ser un error polític de terribles conseqüències per la imatge de la causa palestina, per a la població de Gaza, i per Cisjordània, on els colons fa temps que assetgen a les famílies palestines. La població de Gaza fa anys que pateix el bloqueig d'Israel, amb el silenci de gran part dels governs àrabs i la connivència del règim egipci, que controla, segons els dictats de Tel Aviv, l'únic pas fronterer que no limita amb Israel.La guerra que necessitava NetanyahuL'atac de Hamàs ha proporcionat a Netanyahu la guerra que precisava per emmudir una creixent contestació interna i protestes massives per la seva decisió d'impulsar una reforma jurídica que suposava posar el Tribunal Suprem al servei del govern i escapar així als tres processos per corrupció que pesen sobre ell. La popularitat de Netanyahu i del seu govern d'extrema dreta feia mesos que anava a la baixa. L'atac de Hamàs del 7-O va revertir la situació i ha permès Netanyahu lligar el seu futur polític a la guerra de Gaza, al Líban i a una possible guerra regional amb l'Iran. Amb la recent victòria de Donald Trump, Netanyahu sap que té les mans lliures per «remodelar» el Pròxim Orient a sang i foc. El govern israelià ha qualificat d'antisemita l'ONU i declarat «persona non grata» al seu secretari general António Guterres, qui va criticar la desproporcionada resposta militar d'Israel i va recordar –també a Hamàs– que «fins i tot les guerres tenen regles». La prepotència del primer ministre israelià, en aquest sentit, no té límits. Després que Israel ataqués deliberadament les posicions de Nacions Unides al Líban, Netanyahu va instar Guterres a que retirés les tropes de pau de l'ONU sota el pretext que eren utilitzades com «escuts humans» per Hezbol·là. Com a Gaza, on està prohibida la presència de premsa estrangera i israeliana, Netanyahu no vol testimonis dels seus crims al Líban.Als països occidentals, fa unes setmanes es commemorava «l'inici de la guerra» arran de l'atac de Hamàs de fa un any. Però els fets del 7-O tenen darrere una llarga història d'ocupació i neteja ètnica. Això no justifica l'atac de Hamàs, però l'atac tampoc justifica la bàrbara resposta d'un Estat membre de Nacions Unides i que pretén ser una democràcia, cosa cada cop menys creïble. La barbàrie mai es pot respondre amb la barbàrie. L'assassinat de 43.000 civils, inclosos 224 treballadors de la UNRWA, mitjançant bombardeigs massius d'infraestructures crítiques (entre el 70 i el 80% de les de la franja han estat destruïdes), la manca d'aliments, d'aigua potable i d'assistència mèdica pel setge imposat pel govern israelià, els desplaçaments forçats d'entre el 90 i el 100% de la població, no és pot denominar guerra, sinó que s'escau més dir-li barbàrie assassina, conculcació del dret internacional humanitari i polítiques genocides.El conflicte més antic del mónA mitjans del segle XIX vivien a Palestina, que formava part de l'Imperi Otomà, uns 13.000 jueus. A finals de segle, però, comencen les primeres adquisicions de terres i migracions jueves cap a Palestina. Quan comença la Primera Guerra Mundial, hi ha 85.000 jueus (12% de la població), 580.000 àrabs musulmans (79%), 60.000 àrabs cristians (8,0%), i 5.000 persones d'altres comunitats. El primer mite del sionisme, «una terra sense poble, per un poble sense terra», és una gran fal·làcia.Acabada la guerra, els Acords de Sykes-Picot reparteixen les províncies del sud de l'Imperi Otomà en mandats britànics (Iraq, Palestina i Transjordània) i francesos (Síria i Líban). Londres, per fer front a la promesa d'establir una llar jueva a Palestina (Declaració Balfour), afavoreix la immigració jueva, cosa que aviat deriva en enfrontaments entre àrabs i jueus.Amb la fi de la Segona Guerra Mundial, el descobriment de l'Holocaust afavoreix noves emigracions de jueus europeus cap a Palestina. Alhora, els sectors sionistes més radicals emprenen accions armades contra el colonialisme britànic. Londres declara la situació insostenible i el 1947 les Nacions Unides aproven la resolució 181 que dividia Palestina en un Estat àrab, on viurien uns 10.000 jueus i 725.000 àrabs, en total el 45% del territori; i un Estat jueu, on residirien 498.000 jueus i 407.000 àrabs. Cap dels dos estats tindria continuïtat territorial. Jerusalem i el seu hinterland, amb 100.000 jueus i 105.000 àrabs, quedaria sota jurisdicció internacional. Els estats àrabs votaren en contra, perquè s'oposaven a la partició de Palestina i a la creació d'un Estat jueu. El Pla no es va arribar a aplicar mai. Londres anuncià que es retirava de Palestina i el 14 de maig de 1948 David Ben-Gurion declarava la independència d'Israel, ràpidament reconeguda pels Estats Units i la Unió Soviètica. Començava així el que Avi Shlaim denomina la fase oficial i internacional de la primera guerra àrab-israeliana, amb la implicació de diversos exèrcits àrabs. La no oficial, amb característiques de guerra civil, havia començat molt abans i s'havia cobrat més de 2.000 víctimes.La NakbaEntre maig de 1948 i juliol de 1949, la guerra oficial va provocar uns 18.000 morts, dels quals 6.000 eren israelians, 8.000 àrabs de Palestina i 4.000 dels exèrcits àrabs. Segons Nacions Unides, uns 800.000 refugiats palestins van haver de marxar cap a Gaza i Cisjordània. Fins aquells moments, la despossessió havia estat anònima, individualitzada. Ara la despossessió esdevenia col·lectiva, de tot un poble que no només perdia el seu mitjà de treball, sinó també la terra que durant incomptables generacions havia estat casa seva. Era 1948, l'any de la Nakba (el desastre), quan els palestins foren expulsats per les bombes de l'artilleria, primer, i a trets de fusell, després, fugint a camps de refugiats de Cisjordània. Entre 1948 i 1967, Gaza serà administrada per Egipte, Cisjordània serà annexionada per Jordània i els àrabs palestins expulsats d'aquests territoris malviuran en camps de refugiats amb l'esperança del retorn. Els que no havien estat expulsats, avui el 20% de la població d'Israel, esdevindran ciutadans de segona del nou estat, que es consolida sobre el 78% de la superfície de l'antic mandat britànic de Palestina amb fronteres que encara avui reconeix la comunitat internacional.Amb la tercera guerra àrab-israeliana de 1967, denominada Guerra dels Sis Dies, Israel envaeix Gaza, Cisjordània i la totalitat de Jerusalem. El somni sionista d'ocupar tota Palestina s'havia acomplert. Només calia expulsar els palestins, ara dels territoris ocupats, i que la comunitat internacional reconegués com a part d'Israel els nous territoris conquerits, cosa que, afortunadament, no ha fet encara a dia d'avui.Fins el moment present, els palestins han viscut sotmesos a un règim d'apartheid. Es neguen a abandonar les seves terres, perquè saben que l'exili és un camí sense retorn. Els israelians nouvinguts han anat ocupant Cisjordània tros a tros amb nous assentaments. Hi ha 750.000 colons que assetgen les famílies palestines, Check Points per visualitzar l'ocupació, carreteres d'ús exclusiu pels israelians i un mur de dimensions descomunals. L'objectiu darrer, cosa que no amaguen els líders israelians d'ultradreta, és acabar amb els palestins o obligar-los a marxar al Sinaí o a Jordània.Un conflicte sense solució militarA pesar de la massacre que està perpetrant a Gaza, Netanyahu no ha pogut alliberar els hostatges. Ni acabar amb Hamàs: aquest és fruit de la violència de l'ocupació i de la despossessió, humiliació i frustració d'un poble que se sent abandonat per la comunitat internacional, inclosos els governs dels països àrabs i musulmans. Els descendents d'aquells primers refugiats de 1948 s'agrupen avui en 27 camps regits per la UNRWA a Gaza i Cisjordània, on hi viuen 2.876.665 persones. En altres 31 camps de refugiats de la UNRWA situats al Líban, Síria i Jordània hi viuen 3.710.840 refugiats més, especialment a Jordània. El conflicte no té solució militar i la solució dels dos estats no és la més idònia. Seria millor un sol estat plenament democràtic, on tots els ciutadans gaudissin dels mateixos drets. Avui dia, però, atès que la violència i l'odi amaren el conflicte fins extrems impensables, la solució dels dos estats amb supervisió internacional per garantir la seguretat sembla la única possible. L'actual govern d'Israel –ni la majoria de governs d'Israel–, però, no l'acceptarà mai i l'elecció de Trump l'ajorna una vegada més. Al mateix temps, els moviments de pau, sovint integrats per palestins i israelians, cada cop tenen més dificultats per subsistir i alguns han desaparegut. En aquest context, Netanyahu ha col·locat l'etiqueta d'antisemita a tots aquells que s'atreveixen a criticar al seu govern. Però si algú està posant en perill la imatge i el futur d'Israel, i està malbaratant l'herència de l'Holocaust –i, per tant, peca d'antisemitisme– és el propi primer ministre israelià.L'extensió de la guerra al Líban i els intents d'implicar a l'Iran amenacen amb desbordar el conflicte. En un món dominat per la testosterona dels principals dirigents (Trump, Putin, Netanyhau, Hamàs, Hezbolà…) i per la doble vara d'Occident a l'hora de jutjar les accions dels diferents actors, existeix una amenaça directa a la pau i l'estabilitat mundial que obre la porta a una Tercera Guerra Mundial. Paraules clau: Palestina, Israel, Gaza, Líban, Hamàs, Netanyahu, Acords d'Abraham, Nakba, ONU, UNRWATotes les publicacions expressen les opinions dels/de les seus/ves autors/es i no reflecteixen necessàriament els punts de vista del CIDOB o dels seus finançadors

Wäre die Gegenwart eine andere, hätte im Mai 2020 die achte Ausgabe der Konferenz "Theater und Netz", einer Initiative von nachtkritik.de und der Heinrich-Böll-Stiftung, stattgefunden. Stattdessen ergab sich für Theaterschaffende, Kritiker*innen und Publikum reichlich Gelegenheit, das Verhältnis von Theater und Netz in actu auszuloten: Durch die Ausgangsbeschränkungen befeuert, verlagerte sich das Theatergeschehen in die digitale Experimentierstube. Im Oktober erschien nun der Band Netztheater, der in 21 Beiträgen die Erfahrungen der vergangenen sechs Monate reflektiert –fundiert durch die Expertise der im Format "Theater und Netz" seit 2013 geleisteten Pionierarbeit. Die Kürze der zwei- bis siebenseitigen Beiträge, gepaart mit der Erfahrungsdiversität aus Herstellung, Rezeption und wissenschaftlicher Auseinandersetzung, hat entscheidende Vorteile: Hier wird nicht lange umständlich unter Ausrufung irgendeines "Post-" herumgeredet oder die beliebte Formel strapaziert, Theater müsse "neu gedacht" werden. Die Beitragenden verbindet die gemeinsame Sache und so kommen sie rasch zum Punkt. Als Hybrid aus theoretischen Positionen und reflektierender Praxis bündelt die Publikation praktisch verwertbares und weiterentwickelbares Wissen kompakt und beinahe in Echtzeit. Daher verhandelt diese Rezension die Beiträge nicht chronologisch, sondern führt einander ergänzende Perspektiven zu zentralen Aspekten wie Dramaturgie, Community, Interaktion etc. kommentierend zusammen: Der Band eröffnet mit einem Praxisbericht des geglückten Burgtheater-on-Twitter-Experiments #vorstellungsänderung, das tausende Mittweeter*innen auch abseits des Abopublikums rekrutierte. Projekte wie dieses geben Hoffnung, dass die Theater, die sich im Netz oft als singuläre kulturelle Leuchttürme gebärden, durchaus von den Praktiken der Sozialen Medien profitieren können: Like, share, comment, retweet sind schließlich nichts anderes als digitale Kürzel für gemeinschaftsstiftende Interaktionen, basierend auf Emotion, Zuspruch, Diskussion und Multiplikation. Vielleicht sind in Zukunft ja auch vermehrt offen und öffentlich geführte Dialoge zwischen Theaterhäusern zu erwarten? Netztheater geht davon aus, dass die Suche nach digitalen künstlerischen Ausdrucksformen sich nicht erst daraus ergibt, dass Hygieneregeln und Distanzierungsvorgaben die Modi des Zuschauens kurzfristig verändert haben. Auch tradierte Annahmen über das Publikum sind zu überprüfen. In ihrem kollaborativen Text "Das Theater der Digital Natives" beobachten Irina-Simona Barca, Katja Grawinkel-Claassen und Kathrin Tiedemann, dass die Digitalisierung längst "in Form von Alltagstätigkeiten und Wahrnehmungsweisen" (S.16) im Theater angekommen sei. Das Theater ist kein geschützter Ort, an dem die Zeit stehen geblieben ist. Vielmehr tragen die Zuschauer*innen die Welt, in der sie leben, unweigerlich in ihn hinein. Das betrifft auch Praktiken des Multitaskings bzw. des 'Second Screen', also die Gleichzeitigkeit mehrerer Interfaces und Informationsquellen. Jahrhundertelang war der zentralperspektivische Blick der Barockbühne prägend für die Organisation einer exklusiven Aufmerksamkeit im Theater. Wiewohl es also eine neue Erfahrung für die Theaterhäuser ist, "Nebenbeimedium zu sein" (S. 20), wie Judith Ackermann betont, ist es höchste Zeit, diese 'verstreute' Aufmerksamkeit im Inszenierungsprozess aktiv mitzudenken und gezielt einzusetzen. Dabei ist die Diversität des Publikums inklusive der unterschiedlich ausgeprägten Media Literacy zu beachten, denn nicht alle Zuschauer*innen werden sich augenblicklich z. B. in einer gamifizierten virtuellen Umgebung zurechtfinden: "Indem ich im digitalen Raum Zusatzinformationen – Hintergrundinfos zum Stück, zur Produktion – zu meinen Inszenierungen streue, kann ich zum Beispiel auch dem 'analogen Publikum' einen Mehrwert bieten, der es aber nicht verschreckt." (S. 22) Für eine Dramaturgie des Digitalen ist Aristoteles allenfalls partiell ein guter Ratgeber. Zu viele Komponenten sind neben 'der Story an sich' an der Architektur der Erzählung beteiligt. Einige Elemente des 'klassischen' Storytellings lassen sich psychologisch für den digitalen Raum begründen: Das Überschreiten der 'Schwelle' etwa wird als zentraler Moment markiert, zumal die Spielregeln für das Dahinterliegende noch nicht festgelegt sind – die Verständigung auf "Floskeln, Rollen und Situationen" (S. 71) hat erst zu erfolgen. Friedrich Kirschner, Professor für digitale Medien an der Ernst Busch Berlin, schlägt vor, die zur Vermittlung von "Rollen- und Erlebnissicherheit" (ebd.) dringend nötigen Ausverhandlungsprozesse im Rahmen der jeweiligen Inszenierung ästhetisch zu gestalten. Dabei setzt er auf ein Miteinander, "das im Gegensatz zu den treibenden Kräften der Plattformhalter auf Erkenntnis gerichtet ist; das Handlungsfähigkeit vermittelt anstelle von Determinismus" (S. 73). In diesem Sinne schlägt Ackermann überdies vor, "modular" zu denken, also "leichte Ein- und Ausstiegsmöglichkeiten" zu schaffen, "indem man immer wieder die Möglichkeit gibt dazuzustoßen" (S. 21). Wiederholt wird das Serielle als Chance für neue Theaterformen ausgewiesen, beispielsweise um "durch gemeinsames, geteiltes Wissen über einen langen Zeitraum […] eine Beziehung zu Figuren auf[zu]bauen, sie mit der eigenen Lebensrealität ab[zu]gleichen und mit Freund/innen [zu] diskutieren" (S. 72), wie Kirschner in "Teilhabe als Notwendigkeit: Theater als Raum pluraler Gemeinschaften" schreibt. Um diese Gemeinschaftsbildung ist es auch Christiane Hütter zu tun: Die Community ist das Herzstück des Theaters, weshalb die künstlerische Energie aktuell vor allem darauf zu verwenden sei, "dass Leute wiederkommen, dass sich Routinen und Rituale entwickeln, dass serielle Formate entstehen" (S. 45). Diese Community aufzubauen, "das ist ein Handwerk, das eine Strategie, Zeit und Inhalte benötigt" (S. 30), weiß auch Christian Römer, Referent für Kulturpolitik und Neue Medien der Heinrich-Böll-Stiftung, in seinem Plädoyer "Für ein Theater @home!". Essentieller Bestandteil dieser Strategie, die vorerst noch strategisch auf eine Gemeinschaft "vor der Bezahlschranke" setzen müsse, sei die "Arbeit an der eigenen Identität als Theater im Netz" (ebd.). "Ein Schaufenster in die eigene Vergangenheit stärkt die Bindung des Publikums an 'sein' Theater." (S. 29) Man möchte hinzufügen, dass die "Verbindung zur [eigenen] Geschichte" (ebd.) auch nach Innen identitäts- und strukturbildend wirken und so womöglich die ein oder andere Erschütterung abfangen kann, die die Theaterschaffenden gegenwärtig persönlich und als Gemeinschaft erleben. Wie zugkräftig Selbstmarketing bzw. 'Branding' in Sachen Follower*innenschaft ist, lässt sich beispielsweise bei erfolgreichen Influencer*innen beobachten. Der Dramatiker und Dramaturg Konstantin Küspert zeigt in "Sozialmediale Theaterräume: Die performative Parallelwelt von TikTok" überaus schlüssig auf, welche "Grundelemente theatraler Praxis" in Social-Media-Formaten zu finden sind: "TikToks müssen, um erfolgreich zu sein, praktisch immer eine Pointe haben, meistens überraschend und lustig, und damit grundsätzliche Elemente einer Narration – teilweise regelrechte Fünf-Akt-Strukturen oder Rekontextualisierungen im Miniformat – nachbauen." (S. 26) Auffällig sind auch Praktiken des Samplings, wie sie schon in Hans-Thies Lehmanns Postdramatische[m] Theater, das jüngst seinen zwanzigsten Geburtstag feierte, zu finden sind: Denn auch bei TikToks wird "reinszeniert, kontextualisiert und koproduziert" (ebd.). Aber manchmal ist es gerade das Ähnliche, das trennt. Man stelle sich etwa einen Burgschauspieler auf der Bühne eines Kölner Karnevalsvereines vor. So verlockend wasserdicht die von Küspert angestrengte Gleichung auch anmutet, lässt sich eigentlich nur in der konkreten Anwendung überprüfen, "was vom eigenen Formenrepertoire übersetzbar ist" (S. 84). Der schmerzliche Verlust öffentlicher Orte, zu denen auch das Theater als Raum der gesellschaftlichen Verständigung gehört, zieht sich leitmotivisch durch die Texte des Sammelbandes. "Die Corona-Krise ist eine Krise der Versammlung" (S. 35), bringt Dramaturg Cornelius Puschke diesen Umstand zu Beginn seines "Plädoyer[s] für 1000 neue Theater" auf den Punkt. Dass es sehr wohl auch im Internet Formen von Gemeinschaftsbildung gibt, die sich auf dezentrale Weise organisieren, beobachtet Christiane Hütter mit kritischem Interesse: "QAnon und Konsorten glänzen mit orchestriertem Storytelling, outgesourced an viele, mit einem übergeordneten World-building-Framework, das Inkonsistenzen erlaubt" (S. 41). Eine Aufgabe des Theaters könnte es sein, positive Gegenangebote zu entwerfen, die dieser Sehnsucht nach Gemeinschaft, Austausch und gemeinsamer Erzählung entsprechen. Wie aber können solche Dialog und Austausch befördernden Formate aussehen? Die interdisziplinäre Künstlerin und Game Designerin Christiane Hütter, aus deren Feder insgesamt drei Texte des Bandes und zwei Interviews stammen, entwirft zu diesem Zweck eine "Typologie von Interaktion, Kollaboration und Partizipation" in übersichtlich tabellarischer Form, denn häufig enttäuschten 'interaktive Stücke' durch "Pseudo-Interaktions-Möglichkeiten" oder "asymmetrische Interaktion" (S. 44). Angesichts der pandemiebedingten Einschnitte in die Möglichkeit, durch Handlungen 'stattzufinden', ist es eine der wichtigsten Herausforderungen an Inszenierungsprozesse, die Agency der Zuschauer*innen sinnvoll zu integrieren. Die Nachtkritikerin Esther Slevogt plädiert explizit dafür, die Webseiten der Theater als "Portale in den digitalen Raum" und "Interfaces" (S. 109) zu behandeln. Diese verstehen sich gegenwärtig eher als Sende- denn als Empfangskanäle; die einstigen Gästebücher sind längst in selbstverwaltete Facebook-Gruppen migriert und bilden hier den kulturkritischen Versammlungsort einer recht spezifischen Theaterklientel. Eine Brücke zwischen analog und virtuell, Inszenierungs- und Alltagsgeschehen könnten hybride Formate herstellen. Der Theaterregisseur Christopher Rüping beschreibt Hybridität durchaus als Challenge, weil "sich die kulturellen Praktiken des einen und des anderen so beißen". Eine Inszenierung, die so divergente Rezeptionsbedingungen berücksichtigt, sei entsprechend komplex im Herstellungsprozess und müsste "auf achtzehn Ebenen gleichzeitig" funktionieren: "Interaktivität, die nur im digitalen Raum stattfindet, während ich analog zuschaue und davon ausgeschlossen bin, ist merkwürdig." (S. 94) Zudem ist es auch für Darsteller*innen eine neue Erfahrung, auf die weder Ausbildung noch bisherige Praxis sie angemessen vorbereitet haben. So stellt Ackermann die berechtigte Frage: "Wie kann den Schauspieler/innen das Gefühl vermittelt werden, dass sie keinen Film machen, sondern dass sie mit Personen interagieren, die nicht Teil der performenden Gruppe sind – auch wenn diese Personen nicht physisch kopräsent sind?" (S. 21) 'Gemeinsames Erzählen' prägt die Entstehungsgeschichte unserer Kultur, Gesellschaft und Sozialisation. Keine Entwicklung ohne Kooperation, keine Innovation ohne Vorstellungsvermögen. Netztheater könnte ein System der jahrhundertelangen Professionalisierung von Theater neu in Bewegung bringen, weil es Expertisen unterschiedlicher Provenienz bedarf und den Grundgedanken von Crowdsourcing in Schaffensprozesse integriert. Aber sind wir wirklich bereit für künstlerische Formate mit offenem Ausgang? Widerspricht das nicht dem Prinzip von Inszenierung? Müsste man das Profil der Regie – der ja gerade im deutschen Sprachraum besondere Deutungshoheit zukommt – womöglich neu definieren? Aktionen von Zuschauer*innen, die aktiv am Handlungsverlauf mitschreiben, sind schwer zu antizipieren; die Interventionen von Trollen und Bots brechen unerwartet in den Handlungsverlauf ein. Aber vielleicht ist es angesichts der Erschütterungen von 2020 gar keine dumme Idee, statt vorgefertigter Handlungsbögen flexibel adaptierbare Aktionsmodelle zu entwerfen, mit denen auf den Einbruch des Unvorhergesehen reagiert werden kann. Frank Rieger vom Chaos Computer Club beforscht Mixed-Reality-Projekte bereits seit den 1990er-Jahren. "Hybride Räume, digitale und interaktive Formate" hätten bereits eine lange Geschichte, allerdings gäbe es immer wieder "unrealistische Annahmen über das, was die Technik am Ende leisten können wird" (S. 61). Mitunter behindere aber gerade die entgegengesetzte Annahme die Umsetzung: "Man kriegt ein staatliches Theater für eine große Produktion nur dazu, das auch im digitalen Raum zu machen, wenn die das gleiche Gefühl von ernsthafter Technik haben" (S. 94), weiß Regisseur Christopher Rüping aus eigener Erfahrung. Andere Internetformate bewiesen, dass es nicht immer schweres Gerät erfordert, denn "im digitalen Raum dieses Erlebnis [von Gemeinschaft] zu stiften" sei etwas, das "jedem mittelmäßigen Streamer gelingt" (ebd.). Die Ursache für solche Trugschlüsse sieht Rieger in der Inselexistenz, die viele Theater fristen. Der Branche fehle noch immer eine "breite Kultur des ehrlichen Erfahrungsaustausches, der Diskussion von technischen, inhaltlichen und Projektmanagement-Fehlern" (S. 62), sodass das Rad immer wieder neu erfunden werden müsse. Dem entgegenzuarbeiten beabsichtigt die im vergangenen Jahr gegründete Dortmunder Akademie für Digitalität und Theater. Gemäß ihrer Open-Source-Strategie will sie "Nerdkultur […] ins Theater reinbekommen" (S. 67) und die Erkenntnisse ihrer prototypischen Arbeit in Tutorials, Talks und Wikis zugänglich dokumentieren. In ihrer Auswertung der Netztheaterexperimente des ersten Pandemie-Halbjahres bemerken die Bandredakteur*innen Sophie Diesselhorst und Christian Rakow, dass "das Gros […] piratischen Charakter" hatte. "Es entstammte der Freien Szene oder ging auf Initiativen von Einzel-Künstler/innen zurück, die sich ihre eigene Infrastruktur bauten und einfache technische Lösungen jenseits des Stadttheater-Apparats fanden." (S. 89) Man kann annehmen, dass dieser Innovationsgeist zumindest teilweise der Not geschuldet war. Denn selbst Projekte an etablierten Häusern sind häufig von externen Zusatzförderungen abhängig. Um über den eigenen Guckkasten hinauszudenken, haben einige Theater bereits Kontakt zu freien Künstler*innen und Kollektiven aufgenommen. "Es gibt viele kleine Aufträge von Theatern, die sagen: 'Wir wissen nicht, wie es weitergeht. Wollen Sie etwas ausprobieren?'" (S. 97), schreibt die britische Kritikerin Alice Saville. Diese vorsichtige Kontaktaufnahme birgt die Chance, das Gespräch darüber zu beginnen, wie sich festgefahrene Strukturen künstlerisch und wirtschaftlich öffnen lassen. Eine Möglichkeit wäre, Theater künftig als "Agenturen für das Dramatische" zu denken, wie am 13.11.2020 bei der Onlinetagung "Postpandemisches Theater" vorgeschlagen wurde, die ebenfalls auf die Initiator*innen des Sammelbandes zurückgeht. Für die Pluralität und Interdisziplinarität der Branche steht übrigens auch, dass keine der Autor*innenbiographien einen linearen Verlauf aufweist, geschweige denn sich auf eine einzige Berufsbezeichnung zurückführen ließe. Eine der aktuellen Herausforderungen besteht darin, Jobprofile zu überdenken. In Christiane Hütters Entwurf für ein "Theater der Gegenwart" ändert sich die Organisationsstruktur auch auf der Leitungsebene: "Es geht in Zukunft vor allem auch darum, die Gesamtprozesse zu koordinieren, Projektmanagement zu machen, Herstellungsleitung für Situationen, Care-Arbeit fürs Team." (S.45) Ein Kernanliegen der Publikation ist das Plädoyer für eine 'vierte', digitale Sparte – wobei zu bemerken ist, dass das digitale Theater sich diesen vierten Platz vielerorts mit dem Theater für junges Publikum teilt. Dieser Befund ist symptomatisch, werden doch Digitalität und Jugend oft zusammengedacht. Berücksichtigt man die zeitliche Dimension –"in naher Zukunft wird es nur noch Digital Natives geben" (S. 16) – wird rasch klar, dass es sich um eine voreilige Schlussfolgerung handelt. Die sich andeutende Marginalisierung verheißt wenig Gutes für die so dringend nötigen Finanzierungsstrukturen und Fördermodelle, zumal auch die Verantwortung, diese 'vierte Sparte' zu gestalten, damit demselben Personenkreis zugesprochen wird. Folgerichtig wird immer wieder sachlich bemerkt, dass zum Aufbau einer künstlerischen Infrastruktur tatsächliche Ressourcen in Form von Zeit, Geld und neuen Stellenprofilen am Theater benötigt werden. Einige Häuser haben bereits erste Schritte gesetzt und beschäftigen neben Positionen wie Social Media oder – neudeutsch – Community Management nun auch Programmierer*innen. Das Staatstheater Augsburg, das sich bereits im Frühjahr "einen Namen als VR-Hochburg mit einem umfangreichen Spielplan an Virtual-Reality-Produktionen" (S. 99) machte, hat mit Beginn der Spielzeit 2020/21 Tina Lorenz als "Projektleitung für Digitale Entwicklung" eingestellt; das Schauspielhaus Zürich holte für seine Webserie Dekalog den Designer für Virtuelle Interaktion, Timo Raddatz, ins Boot. Für eine "Digitale Sparte" argumentiert auch Elena Philipp, die die Münchner Kammerspiele, das Staatstheater Augsburg und das Hebbel am Ufer als Case Studies ins Feld führt. Die Nutzung digitaler Technologien beschränkt sich aber naturgemäß nicht nur auf die künstlerische Außenwirkung, sondern bietet auch ganz praktische Lösungen: Produktionsvorgänge –und sogar der ökologische Fußabdruck –können beispielsweise durch 'virtuelle Bauproben', 3D-Modelle und die Nutzung von Extended Reality (XR) wesentlich erleichtert werden. Mit der routinemäßigen Nutzung digitaler Technologien stehen auch neue Inhalte in Aussicht. Derzeit erfahre die Form zu große Aufmerksamkeit, zitiert Philipp Tina Lorenz, die konkrete Vorschläge für inhaltliche Schwerpunkte abseits der tausendsten Neuauflage von Goethe und Schiller macht: "Noch ist das Medium die Message, aber wir müssen Geschichten für das digitale Zeitalter entwickeln, über die Gig Economy, Smart Cities oder darüber, wie Kommunikation, Aktivismus und soziale Bewegungen im 21. Jahrhundert funktionieren." (S. 102) Der Blick der Herausgeber*innen inkludiert auch Länder, deren staatliche Subventionsstrukturen weit weniger privilegiert beschaffen sind als im deutschsprachigen Raum. Alice Saville stellt in ihrem Beitrag "Keine Show ohne Publikum" einige Beispiele aus "Großbritanniens immersive[r] Theaterszene im Lockdown" vor, die ja aufgrund ihrer Organisationsform –weit mehr Touring Companies als feste Ensembletheater –ein gewisses Training in innovativer Raumgestaltung besitzt. Der Stadtplaner und Theaterleiter Trevor Davies berichtet von seinen Erfahrungen mit der hybriden Performancereihe "Wa(l)king Copenhagen", für die 100 Künstler*innen eingeladen wurden "ab dem 1. Mai 2020 über 100 Tage lang 100 kuratierte zwölfstündige Walks […] über stündliche Livestreams digital [zu] übertragen" (S. 54). Und die Kuratorin und Kritikerin Madly Pesti erzählt am Beispiel Estlands, bei dem sich die Einwohnerzahl und die Summe der jährlichen Theaterbesuche entsprechen, von der gelungenen Kooperation von Theaterhäusern und Rundfunk, die auf ein über Jahrzehnte gepflegtes Verhältnis zurückgeht: Da die Rechte der beteiligten Künstler*innen vom Estnischen Schauspielerverband vertreten wurden, konnte eine Sonderregelung für die Dauer des Ausnahmezustands verhandelt werden, um die künstlerischen Arbeiten im kulturellen Webportal des Nationalrundfunks kostenlos zugänglich zu machen. Angesichts des vergleichsweise neuen Terrains muss das Theater sich fragen, was es aus den Erfahrungen anderer Branchen lernen kann. Denkt man beispielsweise an die wirtschaftlichen Nöte des Onlinejournalismus und die mühsame Etablierung von Paywalls, ist es sinnvoll, frühzeitig über Verwertungsmodelle bzw. den Preis von 'gratis' nachzudenken. Es gilt zu prüfen, inwiefern Limitation (zeitlich, kapazitär, Ticketing), Exklusivität (Sonderformate, Blicke hinter die Kulissen, Stichwort Onlyfans) oder Partizipations- und Mitgestaltungsoptionen als wertsteigernde Maßnahmen praktikabel und tragfähig sind. Im Kontext von Big Data ist zudem branchenweit zu diskutieren, wie sich Theaterhäuser zu privatisierten Plattformen, die ja den digitalen Raum dominieren, verhalten sollen. Erschwerend kommt hinzu, dass die ungeklärte Rechtesituation im deutschsprachigen Raum auf Netztheaterexperimente nachgerade innovationsfeindlich wirkt. "Man kann nicht Theater im Internet machen und dann aber straight die Copyright-Gepflogenheiten des Analogen anwenden wollen" (S. 93), spricht die Dramaturgin Katinka Deecke im Interview ein Feld mit raschem Klärungsbedarf an. Wiewohl alle Texte von den Lehren aus spezifischen Best Practices leben – schließlich werden die neuen Ausdrucksformate von Pionieren "des Ausprobierens, Aneignens und Entdeckens" (S. 76) entwickelt – versammelt die Publikation in einem eigenen "Produktionen"-Kapitel gezielt Besprechungen einzelner Projekte. Sinnigerweise stammen diese Texte mehrheitlich von Menschen, die berufsbedingt einen größeren Überblick über die Rezeption der Szene besitzen: Kritiker*innen und Redakteur*innen. So kommt Elena Philipps Untersuchung des "Aufbau[s] von Online-Programmen an Theatern" beispielsweise zu dem Schluss, dass "begleitend zu einer Theaterästhetik" – beispielsweise "für Virtual-Reality-Umgebungen" – auch "das Publikum dafür entwickelt" (S. 101) werden müsse. Der Umgang mit neuer Technologie ist schließlich für alle Beteiligten zunächst eine Terra incognita. Sophie Diesselhorst berichtet vom Online-Zusammenspiel der "Netztheater-Experimente aus Schauspielschulen", etwa der vielbeachteten Produktion Wir sind noch einmal davongekommen der Münchner Theaterakademie August Everding, die sich das Artifizielle des Mediums spielerisch überhöht zunutze machte und vermittels kluger Discord-Regie die Videokästchen in Bewegung setzte. Schade, dass die zitierten Experimente nicht zur Nachschau verlinkt bzw. verfügbar sind. Ein Grund hierfür könnte neben der prinzipiellen Unverfügbarkeit einmalig ausgestrahlter Livestreams sein, dass auch andere Quellen knapp einen Monat nach Erscheinen der Publikation bereits der 'Transitorik' des Internets zum Opfer gefallen sind. "Virtuelle[n] Festivalauftritte[n]" widmet sich Esther Slevogt, allen voran dem Berliner Theatertreffen mit seinen streambegleitenden Sonderformaten, die mittels Chat und Videotelefonie erstmals Fachdiskurse, die sonst wenigen Eingeweihten vorbehalten sind, mitsamt den dazugehörigen Gesichtern im Internet teilten. Für das Festival Radar Ost entwarf das Künstlerduo CyberRäuber ein weboptimiertes 360-Grad-3D-Modell des Deutschen Theaters, innerhalb dessen in verschiedenen 'Räumen', inklusive der Unterbühne, Veranstaltungen im Videoformat eingesehen werden konnten. Rückgriffe auf analoge Formate – die Berliner Volksbühne entschied sich etwa für eine Magazinanmutung bei der Gestaltung ihres Festivals Postwest – können laut Slevogt durchaus inspirierend sein: Als "Transfererleichterung für das Denken immaterieller Räume" genüge mitunter eine simple Lageplanskizze, wie es schon 1995 die Association for Theatre in Higher Education der Universität Hawai'i bewies. Wenn es gilt "Übergangsschleusen von der analogen in die digitale Welt benutzer/innenfreundlich zu gestalten", votiert Slevogt ganz klar für "Pragmatismus" (S. 109). Netztheater räumt mit dem weitverbreiteten Missverständnis auf, dass das Digitale allenfalls ein Substitut für 'das Echte' sei. Es ist an der Zeit, sich von falsch verstandenen Authentizitätsdiskursen und einer Überbetonung der 'leiblichen Ko-Präsenz', die die Theaterwissenschaft – die ja damit eine ganz eigene Agenda vertrat – an das Theater herangetragen hat, zu verabschieden. Netztheater will niemandem etwas wegnehmen. Es will das tradierte Theater keineswegs abschaffen, nicht den intimen Moment der Begegnung zweier Menschen ersetzen. Es sucht vielmehr nach technologisch unterstützten Erzähl- und Interaktionsformaten, in denen solche Begegnungen ebenfalls möglich sind. Das Digitale hat unser Denken bis in seine neurologischen Strukturen hinein verändert, die Art, wie wir kommunizieren und interagieren, wie wir uns organisieren, uns in der Welt verorten. Es hat sich in unser Verhältnis zu unseren Körpern eingeschrieben, unseren Zugang zu Wissen erleichtert und auf Herrschaftswissen basierende Hierarchien abgeschafft oder zumindest verschoben. Die Fülle an Information ist nahezu unnavigierbar geworden, Fake News haben unser Vertrauen in glaubwürdige Quellen erschüttert. Das Internet hat eine Vielzahl von alternativen Wahrheiten und alternativen Realitäten geschaffen. Das ist beängstigend, zumal in Zeiten einer Pandemie. Das 18. Jahrhundert hat das Theater als Laboratorium gedacht und die Bühne als Ort, an dem Probehandeln möglich ist, um etwas über unser Menschsein zu erfahren. Auch das Netztheater ist ein solches Laboratorium, ausgestattet mit den Gerätschaften der Gegenwart, die etwa Aufschluss darüber geben können, wie unsere Wahrnehmung beschaffen ist oder wie sich Aufmerksamkeit organisieren lässt. "Theater ist die Institution mit dem ältesten Wissen über die gesellschaftliche Kraft des Spielens." (S. 15) Philosophie und Soziologie veranschlagen im Spiel die Grundlage unseres Menschseins. Es wäre fatal, die verfügbaren virtuellen Spielzeuge und technischen Gadgets jenen Player*innen zu überlassen, deren Interessen wirtschaftlich, militärisch oder politisch getrieben sind. Indem wir unser über die Jahrtausende gewachsenes Wissen über Theatralität und Inszenierungsformen einsetzen, um spielerisch zu experimentieren, erlernen wir den Umgang damit und finden heraus, welche Weltgestaltung mit ihnen möglich ist. Die Lektüre der Beiträge zeigt deutlich: Die vielfach beschworene Minimaldefinition des Theaters – A geht durch einen Raum während B zuschaut – beinhaltet keinerlei Spezifikation, dass B sich dabei im selben Zimmer befinden muss.

La educación para la paz tiene ya tras de sí una rica tradición. Arranca en el siglo XIX, con propuestas plurales que van adquiriendo cada vez más fuerza y difusión. Aunque su implantación va siendo diferente en los diversos países, tanto en sus formas como en su intensidad, a nivel general logra una configuración y consolidación ya maduras en los ochenta del siglo pasado. Lo hace sintetizando tres grandes fuentes de inspiración y fudamentación: la tradición de la no violencia, con su tesis clave de que el fin de la paz está ya en los medios o vías hacia ella; la tradición de la renovación pedagógica en sus variadas expresiones; la investigación para la paz (piénsese en personas tan influyentes como Galtung, con su famosa distinción entre violencia directa, estructural y cultural) que le va a aportar consistencia sociopolítica, y, además, un conjunto de categorías que la orientarán en el modo de entender la violencia a la que confrontarse y la paz a la que aspirar, así como en la manera de abordar nuestra connatural conflictividad (educación para la paz como educación para el conflicto). Con el amparo de la UNESCO, el enfoque de la educación para la paz resultante de esa síntesis se aplicó en muchos lugares, además de a algunas violencias de expresión local, a las grandes violencias a nivel planetario, destacándose: a) la de las guerras: las guerras reales existentes sobre todo en países del hemisferio Sur y la gran amenaza de guerra nuclear ligada a la carrera de armamentos entre los bloques militares en el Norte (OTAN/Pacto de Varsovia), muy sentida en Europa; b) la de la violencia estructural responsable de la pobreza y miseria de la mayoría de la población, situada sobre todo en los entonces llamados "países en desarrollo"; c) la violencia cultural, la incubada expresamente en la "cultura de las armas" y más ocultamente en otras versiones culturales, transmitida a través de los diversos medios socializadores, que, incluso, podía estar presentes en las dinámicas escolares oficiales a modo de "currículo oculto". Progresivamente, el panorama de violencias que debía afrontar la educación para la paz se fue ampliando, de acuerdo con las nuevas realidades y sensibilidades sociales. Apareció así la demanda de una educación multicultural/intercultural que se confrontara con la violencia de motivación racista y xenófoba; de una educación ecológica que se hiciera cargo de la responsabilidad de los humanos en la destrucción de la biosfera; de una educación impulsora de la igualdad de género, frente a la violencia de motivación patriarcal; o, mirándonos hacia dentro, de una educación contra el acoso y hostigamiento en el ámbito escolar. Etc. Evidentemente, la educación para la paz no quedaba definida únicamente por su temática. La definía decisivamente su objetivo de ser una vía para la paz. Y su intención, de cara a ello, de sintetizar contenidos formativos con renovación de las estructuras escolares para que no fueran expresión de violencia, con fomento de relaciones intersubjetivas adecuadas y con metodologías activas ligadas a las dinámicas de gestión positiva de los conflictos. Se destacaba, en este sentido, que había que imbricar lo cognitivo con lo afectivo y lo motivacional, a fin de generar en quienes se educaban actitudes activas y comprometidas de paz, tanto hacia los cercanos como hacia los lejanos. Creo que, durante varias décadas, lo que ha hecho la educación para la paz es recontextualizar ese modelo asentado en los ochenta. Necesitamos, por supuesto, seguir haciendo esta recontextualización, tanto a nivel local como general. Por ejemplo, respecto al nivel general, no podemos ignorar cómo se está mostrando la injusticia estructural en las actuales expresiones de la globalización, o cómo están apareciendo novedosas y muy crudas formas de violencia terrorista y de guerras, o qué modalidades de crisis ecológicas estamos provocando. En cuanto al nivel local, deben tenerse en cuenta los avatares de cada país ligados a la violencia y la paz, como, en Colombia, su actual proceso de paz. ¿Pero basta la recontextualización? Pienso, por mi parte, que se impone una auténtica renovación de la educación para la paz. Una renovación que suponga transformaciones relevantes en el modelo, pero, evidentemente, asumiendo todo lo positivo de él, que es mucho, a fin de conducirlo a una mayor maduración y fecundidad. Una renovación que no tiene que partir de cero, porque de hecho, con mayor o menor conciencia de sí misma, se está poniendo ya en marcha en diversos lugares y con diversas iniciativas que piden no solo su generalización en la educación, sino su resituación en un marco de sentido general y fundamentado. Una renovación –paso ya a concretar su perspectiva- que tiene que situar la columna vertebral de su propuesta en una reestructuración de la mirada. Me explico en lo que sigue. El foco primario de la mirada de la educación para la paz ha estado asentado, como lo sugiere la propia terminología, en la búsqueda de paz. Es decir, ha estado orientado a un futuro de paz, desde el afrontamiento educativo de un presente de violencia. ¿Cuál ha sido la limitación de este enfoque –en el que me he integrado activamente, la crítica es desde dentro-? Que las víctimas de la violencia estaban presentes, pues era su existencia la que definía la violencia y porque se educaba para que no hubiera víctimas, pero sin que modularan intrínsecamente la educación para la paz. Lo que quiero proponer ante esta constatación es, precisamente, una focalización primaria de dicha educación en ellas –en esto consiste la reestructuración de la mirada-, por sentido de justicia, por sentido de realidad y por coherencia con el bien intrínseco de la educación, y reconfigurar desde ella todo el modelo. Para que se entienda lo que quiero decir, conviene partir de algo que en los ochenta se propuso generalizadamente y que expresaba el contacto más intenso con la víctima contemplado en el modelo de educación para la paz: el enfoque socio-afectivo. Con él se pedía que en el proceso educativo, quienes se educaban experimentaran vivencialmente la opresión implicada en la violencia que se quería trabajar, por supuesto, de forma tenue y transitoria. Por ejemplo, realizando un juego de rol que provocara que un sector de "señalados" sufriera la estigmatización espontánea de sus compañeros, de forma tal que, luego, tras desvelarlo y evaluar lo vivido, se aplicara lo aprendido experiencialmente a la realidad de los socialmente estigmatizados con toda crudeza, motivando así vital y empáticamente el compromiso transformador. Se trataba en definitiva de alentar el ponerse, aunque fuera mínimamente, en la piel de la víctima, con la consecuencia o correlato de que algunos se ponían inconscientemente en la del victimario. No es que no deba seguir practicándose esta metodología. Lo que pide la nueva mirada que estoy defendiendo es que sea resituada en una atención y acogida educativa de las víctimas mucho más focal. ¿Por qué? Porque incluso cuando se hace correcta y fecundamente esa práctica socio-afectiva, adolece de dos limitaciones importantes si el acercamiento a la víctima se acaba en ella. En primer lugar, en tal práctica, aparecen dos grandes sujetos activos y uno pasivo. Los agentes activos son, por un lado, el propio violento con su violencia, al que se quiere denunciar y desactivar; por otro lado, los agentes de paz que se quieren fomentar con la educación, con su acción a favor de la paz. La víctima, en cambio, es el sujeto pasivo, el sujeto receptivo de los compromisos de justicia y solidaridad de estos segundos agentes. Pues bien, el modelo renovado de educación para la paz centrado en las víctimas resitúa a estos sujetos. El agente primario, el interpelador decisivo de todo el proceso, con su presencia testimonial directa (física o virtual) cuando es posible, esto es, cuando es superviviente, pero también con su impacto de asesinado, pasa a ser la propia víctima. Es ella la educadora primaria, activa, tanto frente al violento al que denuncia y ante el que se resiste, como ante la persona con actitud receptiva de lo que ella testimonia. Como puede verse, el que era sujeto pasivo se hace activo, mientras que a los sujetos activos se les invita a una inicial y decisiva "pasividad de la receptividad" en la que tendrán que asentar con coherencia moral su actividad ya no solo solidaria sino colaborativa con la víctima. Esto cambia muchas cosas, no solo pedagógicamente, sino también moralmente. No es que esté pidiendo que sea la víctima la que se encargue de la educación para la paz. El educador formal seguirá siendo clave, la responsabilidad fundamental seguirá estando en él, pero deberá expresarse en forma de coordinación y desarrollo de esa presencia activa de la víctima y de todo lo que debe considerarse antes y después de ella. Una educación para la paz con esta focalidad no solo educa mejor; en el propio proceso educativo hace justicia a la víctima, en forma de reconocimiento pleno de ella. Por último, este centramiento en la víctima hace mucho más improbable que se caiga en marginaciones de víctimas en la educación para la paz, con la grave contradicción que ello supone. Mi experiencia en el País Vasco con la violencia de ETA, me ha mostrado lo difícil que es que se integre en la educación escolar para la paz a expresiones de violencias (y por tanto a sus víctimas) en las que concurre alguna de estas circunstancias: que la violencia en cuestión tenga una motivación política que provoca que no haya acuerdo social general de condena; que el desacuerdo, socialmente crispado, tenga su reflejo en la propia comunidad educativa; que se trate de una violencia que tiene ramificaciones amenazantes para los educadores que la combaten. La tentación de inhibirse, de no abordarla aunque se aborden otras formas de violencia, aduciendo indebidamente ante ella el criterio de neutralidad educativa, es muy grande. Pues bien, cuando esta educación es vertebrada por las víctimas, tal inhibición resulta moralmente insoportable, aunque haya que plantearse procesos prudenciales para hacerles el lugar educativo al que tienen derecho. La segunda gran transformación que provoca la centralidad de las víctimas en la educación para la paz tiene que ver con la temporalidad. Como ya he adelantado, la focalización en el horizonte de paz nos hace mirar, desde el presente, hacia el futuro. En cambio, la víctima que testimonia su victimación, interpelándonos, nos hace mirar, desde el mismo presente, hacia el pasado, hacia su pasado de victimación, en el que está el violento como su victimador. Habrá que acabar mirando al futuro en el que se realiza la paz y la justicia, pero con mirada mediada por ese pasado. Esto hace aparecer en la educación para la paz cuestiones que habían sido tenidas en cuenta solo excepcionalmente. En primer lugar, la de la memoria. Es clave recordar y recordar bien, tanto por parte de la víctima, como del victimario, como de la sociedad que pudo considerarse "espectadora". Es clave implicar en nuestra memoria la memoria de la víctima que, sin dinámicas de venganza, nos cuenta lo que pasó, no solo empírica sino moralmente (el mal es también algo que sucede). Es clave situarla, como memoria personal y social, en la compleja memoria de los historiadores. Todo lo cual pide incorporar a los referentes tradicionales en la educación para la paz otros referentes novedosos, como el del reconocimiento, o el de la "justicia anamnética" asentada en la verdad, o el de la "paz memorial", frente al poder opresor del olvido injusto. Igualmente, ya mirando al futuro, motiva plantearse horizontes de reconciliación en los procesos de resolución de los conflictos, que fueron poco considerados; y, en el marco de ellos, abrirse a cuestiones como la de la "justicia restaurativa" ante el delito. La gestión de los conflictos seguirá siendo clave, pero añadiendo una atención crítica para que la paz que se busca no se haga a costa de la injusticia con el pasado de victimación. Al menos en esta última década, en diversos lugares, se están haciendo presentes en la educación para la paz iniciativas que implican de hecho esta refocalización en las víctimas que estoy proponiendo. Considérense estas líneas como un reconocimiento de ellas y, además, como una llamada, no solo a que sean compartidas por la comunidad educativa, incluso a nivel internacional, sino a que sean acrecentadas y enmarcadas en un modelo educativo dialogado, flexible y abierto a transformaciones, que les permita realizar todas sus potencialidades. Para tal tarea, creo que el papel de la Universidad es muy relevante, tanto a nivel de la teoría como de la praxis, en interconexión.

Introducción: El consumo de drogas lícitas e ilícitas es un problema importante en muchos países puesto que acarrea una serie de consecuencias sobre la convivencia social, la seguridad y el bienestar de las personas. El consumo repercute así directamente sobre las bases sociales, culturales, político-administrativas y económicas de un país, constituyendo un 'potencial peligro para sus objetivos de desarrollo, crecimiento y su democracia'. Por ejemplo, sólo el consumo de alcohol, principal problema de salud pública en Chile, genera al país una pérdida anual de 1.800 millones de dólares por la menor productividad, las muertes prematuras y el gasto médico social que ocasiona. Por ello, la intervención social o prevención y, antes que ella, la generación de información sobre la base de estudios científicos, al atender una problemática social de relevancia, constituye una actividad primordial permitiendo orientar las políticas preventivas y correctivas frente a la oferta y demanda de drogas. En ese sentido, diversas investigaciones han corroborado que el consumo de drogas lícitas e ilícitas es un fenómeno presente en todos los estratos sociales y que no se diferencia mayormente según el sexo de las personas. Las evidencias recogidas arrojan como resultado una serie de tendencias hacia fines de la última década, tales como el aumento de la población consumidora, la incorporación de drogas nuevas, un creciente consumo juvenil, así como una iniciación cada vez más temprana en el consumo. Diferentas han sido las perspectivas con las que se ha abordado el consumo de drogas a lo largo de las últimas cinco décadas, pero en el último tiempo, la mayoría han confluido a aceptar que el consumo de drogas es una problemática muy abierta en la que los múltiples factores, individuales psicológicos, sociales y culturales que intervienen no permiten, en general, efectuar una explicación de causalidad del fenómeno. Debido a esta complejidad, los estudios se han referido a poblaciones específicas, tales como grupo de trabajadores, escolares, universitarios, etc., o bien, han focalizado la mirada sobre una fase o modalidad particular de consumo, a saber, la iniciación, el consumo ocasional, el consumo habitual, abusivo, dependiente, la abstención al consumo y la reincidencia. De este modo, han logrado asociar, a determinadas conductas de consumo, algunos factores en particular, válidos para esas poblaciones o esas modalidades de consumo. Asimismo, se puede apreciar, que muchos estudios indagan en el consumo de drogas en los estratos socioeconómicos bajos, buscando comprender el consumo como una conducta asociada a - sino acaso determinada por - factores estructurales como la pobreza, la escasa escolaridad, la falta de oportunidades que favorezcan el asenso social, etc., que los constituyen en grupos socialmente más vulnerables frente al consumo de drogas. Por ello, el consumo de drogas es comprendido usualmente como una práctica evasiva frente al entorno social pues refleja, en general, sentimientos de frustración respecto de la imposibilidad de superar esas carencias y limitaciones. En atención a los múltiples factores intervinientes, la presente investigación privilegia una mirada comprehensiva sobre la problemática del consumo de drogas en una población específica, que ha manifestado un aumento significativo en el consumo, nos referimos a la población juvenil en su etapa adolescente. Se explorará en la situación del consumo en escolares entre 8º año básico y 4º año medio en una entorno estructural altamente vulnerable como lo es el medio rural y en establecimientos educacionales con bajos recursos como es el caso de los liceos rurales de dependencia administrativa y económica municipal.Inhaltsverzeichnis:Índice de Contenidos: 1.Introducción10 2.Antecedentes13 2.1Antecedentes con Relación al Consumo de Drogas en Chile13 2.2Aspectos Analíticos con Relación al Consumo de Drogas entre Jóvenes15 2.3Breve Perfil del Sector Rural de Chile20 3.Planteamiento del Problema26 4.Objetivos del Estudio28 4.1Objetivos Teóricos del Estudio28 4.2Objetivos Metodológicos del Estudio29 4.3Objetivos Prácticos del Estudio30 5.Relevancia Sociológica del Estudio31 6.Antecedentes Teóricos34 6.1Consideraciones Sobre Juventud Rural34 6.1.1Concepciones sobre Juventud34 6.1.2Discursos sobre Juventud38 6.1.3Para una Aproximación a la Juventud Rural41 6.2Teorías y Perspectivas de Análisis del Consumo de Drogas entre Jóvenes50 6.2.1Modelo Etico-Legal51 6.2.2Modelo Médico53 6.2.3Modelo Psicosocial55 6.2.4Modelo Sociocultural56 7.Marco Teórico59 7.1Enfoque de Análisis de los Factores Protectores y de Riesgo59 7.2Los Modelos Psicosocial y Sociocultural Expresados en el Esquema de Análisis de los Factores Protectores y de Riesgo63 7.2.1Factores Protectores y de Riesgo Asociados al Consumo de Drogas entre Jóvenes67 7.3Marco Teórico de Referencia; Integración de los Modelos59 7.3.1Factores Psicosociales Asociados al Consumo de Drogas entre Jóvenes70 7.3.2Factores Socioculturales Asociados al Consumo de Drogas entre Jóvenes77 7.3.3Esquematización del Marco Teórico de Referencia81 7.4Conceptualización84 7.4.1Precisiones Teóricas del Consumo de Drogas entre Jóvenes88 7.4.2Factores Asociados al Consumo de Drogas92 7.5Hipótesis del Estudio95 8.Marco Metodológico97 8.1Diseño de la Investigación97 8.2Universo y Diseño Muestral97 8.2.1Cálculo de la Muestra98 8.2.2Universo y Tamaño de los Estratos100 8.2.3Distribución de la Muestra101 8.3Definición de las Variables103 8.3.1Definición Nominal, Real y Operacional de las Variables relativas al Consumo de Drogas103 8.3.2Definición Nominal, Real y Operacional de las Variables Asociadas al Consumo de Drogas112 8.3.3.1Definición Nominal, Real y Operacional de las Variables Independientes Demográficas133 8.3.3.2Definición Nominal, Real y Operacional de las Variables Independientes Socioeconómicas136 9.Resultados Generales sobre el Consumo de Drogas140 9.1Características Generales de la Muestra140 9.2El Consumo de Drogas157 9.2.1El Consumo de Drogas: Tasas de Prevalencias y Tipos de Consumo157 9.2.2Caracterización General de los Consumidores170 9.2.2.1Caracterización de los Consumidores Actuales de Tabaco171 9.2.2.2Caracterización de los Consumidores Actuales de Alcohol177 9.2.2.3Caracterización de los Consumidores Actuales de Tranquilizantes183 9.2.2.4Caracterización de los Consumidores Actuales de Marihuana188 9.2.2.5Caracterización de los Consumidores Actuales de Cocaína194 10.Factores Asociados al Consumo de Drogas200 10.1Verificación de la Teoría200 10.2Análisis de los Factores de Riesgo Asociados al Consumo de Drogas: Precisiones Metodológicas203 10.2.1Factores de Riesgo Asociados al Consumo de Alcohol206 10.2.2Factores de Riesgo Asociados al Consumo de Marihuana213 10.2.3Factores de Riesgo Asociados al Consumo de Cocaína221 11.Consideraciones sobre el Consumo Secuencial, Condicional y Combinado de Drogas233 12.Conclusiones y Recomendaciones258 12.1Conclusiones258 12.1.1Prevalencias de Consumo de Drogas en Zonas Rurales259 12.1.2Secuencias o Fases de Consumo según Sexo262 12.1.3Conclusiones en relación a la Nomenclatura utilizada para referirse al Consumo de Drogas265 12.1.4Factores de Riesgo Asociados a las Secuencias de Consumo269 12.1.4.1Factores de riesgo Asociados a las Secuencias de Consumo de Alcohol270 12.1.4.2Factores de riesgo Asociados a las Secuencias de Consumo de Marihuana273 12.1.4.3Factores de riesgo Asociados a las Secuencias de Consumo de Cocaína275 12.1.5Conclusiones y Reflexiones sobre la Tesis de Escalada279 12.1.6Conclusiones Generales sobre el Consumo de Drogas entre Escolares de Liceos Municipales de Zonas Rurales de la Región Metropolitana282 12.2Síntesis y Recomendaciones288 13.Bibliografía295 14.Anexos302 A.Listado de Drogas.302 B.Aspectos Relevantes Relativos al Cuestionario y Pre-test303 C.Antecedentes sobre el Trabajo de Campo306 D.Antecedentes sobre el Procesamiento de la Información308 E.Estadísticos Utilizados311 F.Cuadros Estadísticos316 GDatos relevantes de los Liceos del los escolares encuestados y las Comunas325 H.Conceptos Relacionados con el Consumo de Drogas327 I.El Cuestionario330Textprobe:Prueba del texto: Capitulo 6, Antecedentes Teóricos: 6.1, Consideraciones Sobre Juventud Rural: 6.1.1, Concepciones Sobre Juventud: Antes de revisar los discursos sobre juventud y aún antes de aproximarnos a la situación de la juventud rural, se hace necesario conocer las principales conceptualizaciones existentes sobre juventud. Entre las actuales definiciones se distinguen matices las que varían según la fuente elabora la conceptualización. Un organismo internacional con autoridad en materia juvenil es el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, más conocido a través de sus siglas en ingles (UNICEF). A partir de la Convención sobre los Derechos del Niño, este organismo se refiere a la etapa juvenil o adolescente como aquel ciclo de la vida de los hombres y mujeres comprendido entre los diez y los dieciocho años. Alcanzar la mayoría de edad constituye un hito importante en las sociedades contemporáneas, pues a partir de ella se pierden los privilegios y protecciones especiales de los menores, debiendo asumirse los derechos cívicos y las responsabilidades penales de toda persona adulta. En un documento sobre adolescencia, este organismo señala que ella es 'una de las fases de la vida más fascinante y quizás más compleja, una época en que la gente joven asume nuevas responsabilidades y experimenta una nueva sensación de independencia. Los jóvenes buscan su identidad, aprenden a poner en práctica valores aprendidos en su primera infancia y a desarrollar habilidades que les permitirán convertirse en adultos atentos y responsables. Cuando los adolescentes reciben el apoyo y el aliento de los adultos, se desarrollan de formas inimaginables, convirtiéndose en miembros plenos de sus familias y comunidades y dispuestos a contribuir. Llenos de energía, curiosidad y de un espíritu que no se extingue fácilmente, los jóvenes tienen en sus manos la capacidad de cambiar los modelos de conducta sociales negativos y romper con el ciclo de la violencia y la discriminación que se transmite de generación en generación'. En estas afirmaciones, el adolescente es visto como una persona en sí sana, alegre y optimista, cualidades que se corroen y opacan toda vez que el medio especialmente familiar en que se desenvuelve es negativo. De todas formas, con la incorporación de nociones jurídicas, el umbral o límite de lo juvenil queda establecido cuando la persona alcanza la mayoría de edad. En otra fuente, nos referimos a la Organización Mundial de la Salud (OMS), la referencia a los jóvenes arranca de una concepción ampliada y desprendida de cortes legalistas. Este organismo comprende por juventud aquel grupo de personas cuyas edades fluctúan entre los 15 y los 24 años. Señala que esta etapa de la vida se caracteriza 'por la paulatina madurez de los caracteres sexuales secundarios, el desarrollo de una identidad adulta y por último, por la progresiva independencia socioeconómica de los padres'. La FAO (Food and Agriculture Organization) ha ofrecido otra definición que señala que la juventud es 'el período intermedio que empieza con la adquisición de la madurez física y que termina con el logro de la madurez social, es decir, con el ejercicio de los derechos y deberes sexuales, económicos, legales y sociales del adulto'. En esa línea, Enrique Gil y Elena Meléndez han definido la juventud como el período de tiempo que transcurre desde que un individuo abandona la infancia, es decir, con la pubertad, hasta su ingreso a la edad adulta. Este ingreso estaría señalado por la cuádruple asunción de responsabilidades productivas (trabajo), conyugal (pareja), domésticas (domicilio autónomo) y parentales (una prole dependiente). En Chile, el Instituto Nacional de la Juventud, en cambio, ha insistido en que el período juvenil se ha extendido en un quinquenio (es decir, hasta los 29 años) por diversos motivos. En algunos grupos, los motivos se refieren a la incapacidad económica para independizarse de los padres, lo que prolonga las prácticas juveniles en algunos años. En otros jóvenes, el motivo de la prórroga en la asunción de las responsabilidades netamente adultas encuentra asidero en la exigencia de adquirir más destrezas técnicas y profesionales. Se reconoce con ello, que la obtención de un mayor nivel educacional habilita a los jóvenes a acceder al mercado laboral con mejores posibilidades, convirtiéndose la educación en el principal mecanismo de movilidad social. Finalmente, también se encuentran jóvenes sumidos en prácticas más bien hedonistas que se reflejan en su negación de incorporarse a los sectores productivos esperando prolongar el buen pasar o el tiempo del ocio. Las distintas razones de la mayor moratoria juvenil reflejan la heterogeneidad de la realidad de los jóvenes en nuestro país y ratifican la extensión de este período en cinco años para referirse a ellos. De todas formas, las definiciones mencionadas comparten algunos aspectos, como el hecho que el período juvenil se inicia por factores más bien biológicos y finaliza por factores más bien sociales. Cabe destacar, que nuestro propósito no consiste en elaborar una definición taxativa acerca de lo juvenil. Recordemos, que la naturaleza dinámica de su realidad sólo permite efectuar sucesivas aproximaciones que pueden iniciarse desde distintas perspectivas. Además, una conceptualización no da cuenta de las múltiples diferencias existentes entre ellos. Los jóvenes constituyen una fracción de la población segmentada de acuerdo a criterios etáreos, pero en sí particularmente heterogénea, por lo que cabe hablar de ellos en plural. Distintos autores perfilan sus trabajos en esta dirección para atender la particularidad juvenil y acoger el punto de vista juvenil en sus discursos. De este modo eluden hablar de ellos como personas que adolecen de ciertas herramientas y capacidades. La elocuencia de estos trabajos y los contrapuntos existentes en los discursos sobre juventud, nos obligan detenernos brevemente en algunos estudios ilustrativos.

2005/2006 ; Parkway, strip, viadotto e autostrada sono alcune delle tipologie stradali generate, dal secolo scorso a oggi, direttamente dall'automobile e in cui, per ragioni di sicurezza e comfort, è prevista la totale separazione tra flussi e forme di abitabilità dello spazio, tra l'automobilista e il pedone: per normativa, tutti i possibili utenti non motorizzati e qualsiasi pratica che non contempli il movimento veloce ne vengono infatti escluse. Questa dinamica interessa anche le maglie frammentate della città diffusa contemporanea, in cui l'automobile rappresenta l'interfaccia necessaria per poter vivere un "territorio allargato", dove la strada è anche motore di quella particolare urbanità che, sempre a una certa distanza, si estende lungo le reti e che potremmo definire come effetto urbano. Un tempo la gente stava sulle strade1, i pedoni al centro e carri, cavalli e altri mezzi ai lati, il dominio dell'automobile ha invertito questo rapporto, confinando, nella migliore delle ipotesi, ai bordi queste attività e utenti. Le strade delle le automobili si sono così trasformate in uno dei più grossi problemi per il funzionamento delle città, non solo per la presenza invasiva del "fenomeno infrastrutturale", ma anche e soprattutto perché esse rappresentano sempre più un limite invalicabile per tutte le altre pratiche urbane; la strada è diventato un sistema chiuso, che a sua volta genera discontinuità e forti vincoli per gli utenti non meccanizzati. Va aggiunto che l'influenza di un'autostrada, ad esempio, non si limita allo spazio dei sedimi carrabili, ma porta con se un perimetro molto più ampio determinato dalle fasce di rispetto o pertinenza, attraverso imponenti manufatti di sostegno, nel caso di viadotti e altri rilevati, e con altrettanto importanti dispositivi di separazione e chiusura sia tecnica - gli spartitraffico - che sensoriale, barriere acustiche o visive. Se consideriamo poi le autostrade urbane, che attraversano densi tessuti residenziali, tali effetti non possono che aumentare. Questi grandi tubi per il traffico, che passano ovunque, secondo i principi della via più breve, della velocità di progetto degli standard di sicurezza, si configurano come delle vere e proprie eterotopie, dei mondi paralleli, organizzati da regole proprie che frequentemente non integrano alcuna relazione con i contesti attraversati. Di fronte alla "necessità tecnica" espressa da queste enclave del movimento, l'unico atteggiamento possibile sembra essere la subordinazione, la città cresce sotto, sopra, di fianco e negli interstizi, l'architettura piega i propri codici alle esigenze del manufatto viabilistico. Una condizione che può anche essere sfruttata vantaggiosamente: si pensi al museo Guggenheim a Bilbao e a come si "adegua" al viadotto soprastante. Il famoso intervento di Frank O. Gehry rimane però un esempio raro e isolato, l'ordinario si consuma tra barriere antirumore, guard-rail, isole spartitraffico, muri di separazione, piloni e intradossi di viadotti, elementi tanto banali quanto invasivi, i cui caratteri sono determinati dai costi, dalla normativa e dai regolamenti per la sicurezza. Elementi permanenti e "duri", che chiudono l'orizzonte, che impediscono il passaggio, o che costringono i flussi lenti della città a traiettorie arzigogolate, lungo passerelle aeree o sottopassi, in un regime di separazione, che attraverso dispositivi e manufatti tecnici garantisce distanza tra le diverse velocità, generando contemporaneamente un largo "consumo di spazio" e di risorse. Se questo è l'atteggiamento più diffuso, esiste tuttavia un'ampia serie di esperienze progettuali e di teorie che hanno sperimentato forme di riavvicinamento ai canali di traffico, in aderenza ai flussi, proponendo forme di condivisione dello spazio-strada, di promiscuità d'uso, di ibridazione tra i manufatti tecnici e gli spazi dell'abita- Introduzione re, di integrazione dei sedimi automobilistici con gli spazi per il pedone, facendo del binomio velocità/frizioni una vera e propria strategia del progetto stradale. Tali esperienze dimostrano che le strade delle grandi reti che attraversano i contesti naturali e urbani possono smettere di essere esclusivamente concepite come canali che smistano i flussi secondo la sola logica dell'efficienza idraulica. Dimostrano che anche le strade delle automobili, in cui la velocità determina distanze, forme e usi, possono diventare spazi in cui vivere e soprattutto in cui stare. Questa ricerca è orientata, attraverso la messa in campo di tre livelli di lettura (spessori, codici e interfacce) a individuare le forme, le misure, le caratteristiche e le strategie del possibile avvicinamento e commistione dei flussi verso usi multipli delle infrastrutture di comunicazione, specialmente di quelle veloci. Questi tre livelli corrispondono anche a delle grandezze fisiche, dimensioni e dispositivi della strada, ed in particolare lo spessore è inteso come profondità, o spazio di emanazione connesso allo spazio-strada (sotto, sopra, affianco e tra), e non sempre usato dalle automobili; i codici sono intesi come le relazioni che legano le tre dimensioni principali della strada (sezione, tracciato e bordo); l'interfaccia è infine considerata come l'insieme degli spazi-soglia che dividono e connettono il sistema strada con gli altri sistemi locali. L'intenzione è di superare il dibattito attualmente polarizzato tra due posizioni inconciliabili: la prima legata a una idea di strada intesa come fattore di sviluppo a tutti i costi, incurante delle ragioni del territorio, la seconda espressa da chi vede ogni sviluppo infrastrutturale come una minaccia intollerabile all'ambiente. Si è quindi deciso di ripartire dalla questione primaria, vale a dire quella legata allo spazio, laddove il campo privilegiato di osservazione è quello del canale di traffico e la possibilità di trasformarlo in spaziostrada, ovvero in supporto dotato di un proprio specifico spessore disponibile alle molteplici funzioni associabili al movimento. In particolare, la prima parte sviluppa una riflessione sulle forme dello spessore a partire dall'ambiguità dei due principali paradigmi dello spazio-strada, ovvero quello della strada come macroarchitettura e dell'edificio come organismo complesso che integra anche la strada, e quello dello spazio-strada "in bilico" tra luogo e collegamento. Si è quindi cercato di individuarne l'origine attraverso l'osservazione di prototipi, di progetti instauratori, messi a confronto con le proposte delle avanguardie, le utopie, le visioni e le teorie degli architetti poi assunte come nucleo tematico da cui partire per una interpretazione del significato plurale della strada, da spazio aperto,inteso come superficie, a quello di manufatto, inteso come volume. Questa parte è divisa in tre sezioni, di cui la prima ha come obiettivo la costruzione di un lessico, la seconda la messa a fuoco del rapporto tra infrastruttura e architettura attraverso le "prime architetture della strada" e la terza la sistematizzazione dei materiali iconografici e d'archivio di due casi studio, rispettivamente sulle possibilità di "urbanizzazione" delle autostrade italiane (Autilia di Giò Ponti) e sulla capacità della strada di diventare edificio complesso, macroarchitettura alla scala della città (Coliseum Center di Monaco e Luccichenti). La diffusione del mezzo motorizzato ha avuto un ruolo fondamentale non solo nella trasformazione dei modi di abitare il territorio, ma soprattutto riguardo agli effetti morfologici e funzionali sulle strade, divenute in diverse esperienze (raccolte e sistematizzate all'interno di questa ricerca) la ragione insediativa di architetture e sistemi urbani. La seconda e più ampia parte di questa ricerca si occupa dei codici dello spazio-strada, intesi come regole e misure dello spessore. Si ritiene che gran parte del conflitto strada veloce/spazio abitabile nasca da una cultura progettuale e da una pratica diffusa impostate su un equivoco dimensionale, per cui il sistema di misure che garantisce sicurezza e comfort è inutilmente ipertrofico. Gli esempi selezionati mostrano come questi fattori possano essere comunque soddisfati con misure e geometrie ridotte, che permettono però di modellare lo spazio-strada anche per altri utenti. Sono questi i punti di partenza dell'indagine, che tenta di mettere poi a fuoco le regole compositive e di elaborare strumenti e strategie con cui affrontare il progetto stradale alla scala locale (spazio-strada) in relazione con quella territoriale, dal cordolo alla rete, attraverso tre dimensioni fondamentali ricavate dallo studio di un'ampia casistica di esperienze contemporanee: 1. la dimensione trasversale, che trova una diretta traduzione nella sezione come strumento di articolazione del piano (progetto di suolo) e di controllo della tridimensionalità della strada (volume della strada); 2. la dimensione longitudinale, espressa nel tracciato come strumento di organizzazione dei flussi in relazione alla velocità e ai materiali dei contesti attraversati (progetto di paesaggio e progetto urbano), e come disegno delle forme di prossimità tra diversi mezzi, utenti e velocità (strategia della collocazione); 3. la dimensione relazionale, esplicitata nelle forme e misure del bordo, come luogo privilegiato del rapporto di scambio con il contesto (aperto/chiuso, continuo/discontinuo, ecc…) e come plusvalore dello spazio-strada, in quanto spazio soglia a disposizione, "luogo in attesa di…". Chiude la trattazione il capitolo dedicato alle interfacce della strada, ovvero l'insieme di dispositivi pensati con il preciso scopo di mediare il rapporto tra automobili e altri utenti, tra strada e contesto, tra diverse velocità. L'attenzione si è focalizzata sulle superfici orizzontali e verticali, oltre che sulle possibilità di ispessimento, trasfigurazione e accoglimento di usi complementari, per arrivare ai casi più estremi di applicazione delle tecnologie wireless, con le conseguenti ipotesi di decomposizione dello spazio-strada avanzata dagli esempi riportati. Queste tre sezioni, oltre a individuare altrettante attitudini della strada a generare una propria specifica architettura (traffic architecture2), corrispondono anche a tre livelli di complessità del tema infrastrutturale e della sua capacità di diventare altro o di accogliere altri usi. L'intenzione è sempre di evitare l'equivoco della specializzazione, ovvero di considerare la strada materiale urbano di dominio esclusivo delle automobili. In questo senso, il recupero delle ricerche e dei progetti di Lawrence Halprin assume il ruolo di modello diretto all'integrazione tra manufatti viabilistici e architetture, verso la sperimentazione di edifici-strada ibridi e di forme di condivisione dello spazio infrastrutturale tra diverse velocità e categorie di utenti. Negli stessi anni, le proposte di Giò Ponti configurano assetti dei tracciati e dei nodi autostradali come possibili sistemi insediativi delle strade veloci. Queste ipotesi sono il risultato di un periodo storico particolarmente fertile per l'infrastruttura, che fa riferimento alla situazione generale determinata dal boom economico, dalla costruzione dei grandi itinerari di attraversamento e dalla parallela diffusione dell'automobile come mezzo di massa. Dall'America all'Europa, con un nucleo particolarmente prolifico in Italia, la speranza verso la capacità della strada di generare il "mondo nuovo" guida ricerche e sperimentazioni sull'infrastruttura come supporto in grado di accogliere qualsiasi cosa,dotato di una propria autonomia e di un proprio statuto spaziale. È la stagione dei grandi concorsi di architettura per quartieri popolari, università, centri direzionali, in cui la strada disegna le regole compositive di architetture che guardano al territorio, di macro-edifici impostati sulle corsie di traffico, di spazi la cui composizione è determinata dal fattore velocità. Poche di queste visioni hanno trovato una diretta realizzazione, ma l'importanza di queste idee depositate al suolo arriva fino ad oggi. Dopo la crisi petrolifera mondiale degli anni settanta e il conseguente spostamento generale dell'attenzione disciplinare verso altri temi (ad esempio il progetto urbano e lo spazio aperto negli anni ottanta) è emerso un nuovo atteggiamento, un misto tra pragmatismo e neo-utopia. Alcuni grandi eventi degli anni novanta, soprattutto europei come i programmi nazionali olandesi di espansione residenziale, i Datar o i Vinex, hanno contribuito a generare una nuova sensibilità per il tema infrastrutturale e in particolare per quello del progetto stradale, non più come prezzo da pagare ma come strumento di trasformazione del territorio. A partire da alcuni progetti, primo fra tutti il Moll de la Fusta di Manuel de Solà Morales a Barcellona, la strada non è più vista come "consumo di spazio" e di risorse, ma come occasione di riassetto per la città e il paesaggio. In particolare, l'ampia azione di riqualificazione urbana in Spagna, iniziata negli anni novanta parte proprio dalla concezione del progetto stradale come progetto urbano e di spazio pubblico. In Francia, sempre nelle stesso periodo, la Direction des Routse, attraverso programmi nazionali promossi dal governo, avvia un processo di riqualificazione delle autostrade esistenti e di costruzione di nuovi corridoi di attraversamento con l'obiettivo di "ristrutturare" il paesaggio del sud della Francia. Analogamente in Olanda i piani Vinex e altri interventi effettuati sulla base dei documenti nazionali di pianificazione (Architectuur Nota) (come il recente Making Space, Sharing Space) hanno visto nel progetto stradale l'occasione di correzione per politiche rivelatesi fallimentari, nel loro promuovere la "dispersione" e la frammentazione del paesaggio della randstad. Il progetto della strada diventa in questo caso progetto di densità e di concentrazione. Le esperienze soprattutto spagnole, francesi e olandesi degli ultimi quindici anni, pur largamente legate alle sperimentazioni precedenti, assumono un carattere di particolare interesse, soprattutto per la capacità di trasformare le utopie di un tempo in strategie tanto paradossali quanto pragmatiche. Una serie di proposte operative che, unendo gli aspetti tecnici a una visione integrata dell'infrastruttura, del paesaggio e dell'architettura, costituiscono un orizzonte di ricerca nuovo e necessario. ; XIX

Con la victoria de Donald Trump, Netanyahu sabe que tiene las manos libres para «remodelar» Oriente Próximo a sangre y fuego. La extensión de la guerra al Líbano y los intentos de implicar a Irán son una amenaza directa a la estabilidad mundial, cuando no la puerta de entrada a la Tercera Guerra Mundial. De fondo, la tragedia del pueblo palestino. Recorremos la historia que nos ha llevado hasta aquí.*Una versión extensa de este artículo se publicó previamente en el diario Catalunya Plural El 7 de octubre de 2023, unos dos mil milicianos de Hamás penetraron en territorio israelí asaltando la base militar desde donde se gestiona la valla perimetral de Gaza e inutilizando las torres de control con la ayuda de drones, para luego atacar localidades, kibutzs y un festival de música que se celebraba a pocos kilómetros de la frontera. En pocos momentos, con precisión y conocimiento del terreno, Hamás había dejado ciego e incomunicado a uno de los ejércitos tecnológicamente más preparados del mundo.La operación no tenía nada de improvisada y se llevó a cabo justamente al día siguiente de que una parte importante de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) destinadas en la zona de Gaza fueran desplazadas hacia Cisjordania para proteger de posibles represalias a los colonos que estaban acosando familias palestinas para expulsarlas de sus tierras.«En pocas horas, los milicianos se apoderaron de ocho bases militares y quince poblaciones, varios kibutzs incluidos». Las FDI tardaron horas en aparecer y «cuatro días para recuperar el control de la zona». No sospechaban que Hamás pudiera llevar a cabo una operación militar de esta envergadura en Israel. Tampoco los servicios secretos israelíes supieron prever un ataque que hacía como mínimo un año que preparaba Hamás. El grave error político de HamásEl ataque fue un éxito militar para Hamás, pero también un grave error político. La acometida por sorpresa dentro del territorio israelí significó, sin duda, una buena dosis de autoestima para una población palestina que hacía tiempo que se veía abandonada a su suerte por la mayoría de los países árabes a raíz de lo que Donald Trump denominó «el acuerdo del siglo para Oriente Medio». El pacto dejaba todo el valle del Jordán en manos de Israel, mientras los palestinos recibirían 50.000 millones de dólares en diez años –fondos de Arabia Saudí– para construir un pseudo-estado sobre Gaza y una disminuida Cisjordania, y ayudar a los refugiados a cambio de que renuncien al retorno y a sus tierras.La firma de los Acuerdos de Abraham suponía el reconocimiento del estado de Israel por Bahréin y los Emiratos Árabes, decisión detrás de la cual estaba Riad. Más tarde se añadían Marruecos, a cambio de que Tel Aviv admitiera la marroquinidad del Sáhara Occidental, y Sudán. En septiembre de 2023, Netanyahu anunciaba un acuerdo inminente de paz con Arabia Saudi. Pero matar a 1.200 personas, la mayoría civiles, y secuestrar a más de 250, lo que constituye, sin duda, crímenes de guerra y no prever la brutal respuesta del gobierno israelí fue un error político de terribles consecuencias para la imagen de la causa palestina, para la población de Gaza, y para Cisjordania, donde los colonos hace tiempo que acosan a las familias palestinas. Los habitantes de Gaza hace años que sufre el bloqueo de Israel, con el silencio de gran parte de los gobiernos árabes y la connivencia del régimen egipcio, que controla, según los dictados de Tel Aviv, el único paso fronterizo que no limita con Israel.La guerra que necesitaba NetanyahuEl ataque de Hamás ha proporcionado a Netanyahu la guerra que precisaba para enmudecer una creciente contestación interna y protestas masivas por su decisión de impulsar una reforma jurídica que suponía poner al Tribunal Supremo al servicio del gobierno y escapar así a los tres procesos por corrupción que pesan sobre él. La popularidad de Netanyahu y de su gobierno de extrema derecha hacía meses que iba a la baja. El ataque de Hamás del 7-O revirtió la situación y ha permitido a Netanyahu ligar su futuro político a la guerra de Gaza, al Líbano y a una posible guerra regional con Irán. Con la reciente victoria de Donald Trump, Netanyahu sabe que tiene las manos libres para «remodelar» Oriente Próximo a sangre y fuego.El gobierno israelí ha calificado de antisemita a la ONU y declarado «persona non grata» a su secretario general António Guterres, quien criticó la desproporcionada respuesta militar de Israel y recordó –también a Hamás– que «incluso las guerras tienen reglas». La prepotencia del primer ministro israelí, en este sentido, no tiene límites. Después de que Israel atacara deliberadamente las posiciones de Naciones Unidas en el Líbano, Netanyahu instó a Guterres a que retirara las tropas de paz de la ONU bajo el pretexto de que eran utilizadas como «escudos humanos» por Hezbolá. Como en Gaza, donde está prohibida la presencia de prensa extranjera e israelí, Netanyahu no quiere testigos de sus crímenes en el Líbano.En los países occidentales, hace unas semanas se conmemoraba «el inicio de la guerra» a raíz del ataque de Hamás de hace un año. Pero los hechos del 7-O tienen detrás una larga historia de ocupación y limpieza étnica. Esto no justifica el ataque de Hamás, pero el ataque tampoco justifica la bárbara respuesta de un Estado miembro de Naciones Unidas y que pretende ser una democracia, lo que es cada vez menos creíble.A la barbarie nunca se le puede responder con barbarie. El asesinato de 43.000 civiles, incluidos 224 trabajadores de la UNRWA, mediante bombardeos masivos de infraestructuras críticas (entre el 70 y el 80% de las de la franja han sido destruidas), la falta de alimentos, de agua potable y de asistencia médica por el seísmo impuesto por el gobierno israelí, los desplazamientos forzados de entre el 90 y el 100% de la población, no se puede denominar guerra, sino que sería más correcto llamarle barbarie asesina, conculcación del derecho internacional humanitario y políticas genocidas.El conflicto más antiguo del mundoA mediados del siglo XIX vivían en Palestina, que formaba parte del Imperio Otomano, unos 13.000 judíos. A finales de siglo, sin embargo, comienzan las primeras adquisiciones de tierras y migraciones hacia Palestina. Cuando empieza la Primera Guerra Mundial, hay 85.000 judíos (12% de la población), 580.000 árabes musulmanes (79%), 60.000 árabes cristianos (8,0%), y 5.000 personas de otras comunidades. El primer mito del sionismo, «una tierra sin pueblo, para un pueblo sin tierra», es una gran falacia.Acabada la guerra, los Acuerdos de Sykes-Picot reparten las provincias del sur del Imperio Otomano en mandatos británicos (Irak, Palestina y Transjordania) y franceses (Siria y Líbano). Londres, para hacer frente a la promesa de establecer un hogar judío en Palestina (Declaración Balfour), favorece la inmigración judía, lo que pronto deriva en enfrentamientos entre árabes y judíos.Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, el descubrimiento del Holocausto favorece nuevas emigraciones de judíos europeos hacia Palestina. Al mismo tiempo, los sectores sionistas más radicales emprenden acciones armadas contra el colonialismo británico. Londres declara la situación insostenible y en 1947 las Naciones Unidas aprueban la resolución 181 que dividía Palestina en un Estado árabe, donde vivirían unos 10.000 judíos y 725.000 árabes, en total el 45% del territorio; y un Estado judío, donde residirían 498.000 judíos y 407.000 árabes. Ninguno de los dos estados tendría continuidad territorial. Jerusalén y su hinterland, con 100.000 judíos y 105.000 árabes, quedaría bajo jurisdicción internacional. Los estados árabes votaron en contra, porque se oponían a la partición de Palestina y a la creación de un Estado judío. El Plan nunca llegó a aplicarse. Londres anunció que se retiraba de Palestina y el 14 de mayo de 1948 David Ben-Gurion declaraba la independencia de Israel, rápidamente reconocida por Estados Unidos y la Unión Soviética. Comenzaba así lo que Avi Shlaim denomina la fase oficial e internacional de la primera guerra árabe-israelí, con la implicación de varios ejércitos árabes. La no oficial, con características de guerra civil, había comenzado mucho antes y se había cobrado más de 2.000 víctimas.La NakbaEntre mayo de 1948 y julio de 1949, la guerra oficial provocó unos 18.000 muertos, de los cuales 6.000 eran israelíes, 8.000 árabes de Palestina y 4.000 de los ejércitos árabes. Según Naciones Unidas, unos 800.000 refugiados palestinos tuvieron que marchar hacia Gaza y Cisjordania. Hasta esos momentos, la desposesión había sido anónima, individualizada. Ahora la desposesión se convenía en colectiva, de todo un pueblo que no sólo perdía su medio de trabajo, sino también la tierra que durante incontables generaciones había sido su casa. Era 1948, el año de la Nakba (el desastre), cuando los palestinos fueron expulsados por las bombas de la artillería, primero, y a tiros de fusil, después, hasta que tuvieron que huir a campos de refugiados de Cisjordania. Entre 1948 y 1967, Gaza será administrada por Egipto, Cisjordania será anexionada por Jordania y los árabes palestinos expulsados de estos territorios malvivirán en campos de refugiados con la esperanza del retorno. Los que no habían sido expulsados, hoy el 20% de la población de Israel, se convertirán en ciudadanos de segunda del nuevo estado, que se consolida sobre el 78% de la superficie del antiguo mandato británico de Palestina con fronteras que aún hoy reconoce la comunidad internacional.Con la tercera guerra árabe-israelí de 1967, denominada Guerra de los Seis Días, Israel invade Gaza, Cisjordania y la totalidad de Jerusalén. El sueño sionista de ocupar toda Palestina se había cumplido. Sólo había que expulsar a los palestinos, ahora de los territorios ocupados, y que la comunidad internacional reconociera como parte de Israel los nuevos territorios conquistados, cosa que, afortunadamente, no ha hecho todavía a día de hoy.Hasta el momento presente, los palestinos han vivido sometidos a un régimen de apartheid. Se niegan a abandonar sus tierras, porque saben que el exilio es un camino sin retorno. Los israelíes recién llegados han ido ocupando Cisjordania pedazo a pedazo con nuevos asentamientos. Hay 750.000 colonos que acosan a las familias palestinas, Check Points para visualizar la ocupación, carreteras de uso exclusivo para los israelíes y un muro de dimensiones descomunales. El objetivo último, cosa que no esconden los líderes israelíes de ultraderecha, es acabar con los palestinos u obligarlos a marcharse al Sinaí o a Jordania.Un conflicto sin solución militarA pesar de la masacre que está perpetrando en Gaza, Netanyahu no ha podido liberar a los rehenes. Ni acabar con Hamás: éste es fruto de la violencia de la ocupación y de la desposesión, humillación y frustración de un pueblo que se siente abandonado por la comunidad internacional, incluidos los gobiernos de los países árabes y musulmanes. Los descendientes de aquellos primeros refugiados de 1948 se agrupan hoy en 27 campos regidos por la UNRWA en Gaza y Cisjordania, donde viven 2.876.665 personas. En otros 31 campos de refugiados de la UNRWA situados en Líbano, Siria y Jordania viven 3.710.840 refugiados más, especialmente en Jordania. El conflicto no tiene solución militar y la solución de los dos estados no es la más idónea. Sería mejor un solo estado plenamente democrático, donde todos los ciudadanos gozaran de los mismos derechos. Hoy en día, sin embargo, dado que la violencia y el odio impregnan el conflicto hasta extremos impensables, la solución de los dos estados con supervisión internacional para garantizar la seguridad parece la única posible. El actual gobierno de Israel –ni la mayoría de gobiernos de Israel–, sin embargo, no lo aceptará nunca y la elección de Trump lo aplaza una vez más. Al mismo tiempo, los movimientos de paz, a menudo integrados por palestinos e israelíes, cada vez tienen más dificultades para subsistir y algunos han desaparecido. En este contexto, Netanyahu ha colocado la etiqueta de antisemita a todos aquellos que se atreven a criticar a su gobierno. Pero si alguien está poniendo en peligro la imagen y el futuro de Israel, y está malgastando la herencia del Holocausto –y, por tanto, peca de antisemitismo– es el propio primer ministro israelí.La extensión de la guerra al Líbano y los intentos de implicar a Irán amenazan con desbordar el conflicto. En un mundo dominado por la testosterona de los principales dirigentes (Trump, Putin, Netanyhau, Hamás, Hezbolá...) y por la doble vara de medir de Occidente a la hora de juzgar las acciones de los diferentes actores, existe una amenaza directa a la paz y la estabilidad mundial que abre la puerta a una Tercera Guerra Mundial.Palabras clave: Palestina, Israel, Gaza, Líbano, Hamás, Netanyahu, Acuerdos de Abraham, Nakba, ONU, UNRWATodas las publicaciones expresan las opiniones de sus autores/as y no reflejan necesariamente los puntos de vista de CIDOB como institución

Die Medienpädagogik ist seit jeher ein dynamisches Feld, was einerseits maßgeblich durch die Entwicklung, Veränderung und Erweiterung medialer Phänomene, den damit zusammenhängenden Anwendungsmöglichkeiten und entsprechend ihrer Bedeutung in der Lebenswelt und im Alltag der Subjekte bedingt ist. Andererseits wird und wurde es gleichzeitig und damit einhergehend durch die vielen Bezugsdisziplinen der Medienpädagogik geprägt. Insbesondere prägend waren und sind die Erziehungswissenschaft, Kommunikations- und Medienwissenschaft, Soziologie, Soziale Arbeit oder auch Informatik. Entsprechend vielfältig sind die Zugänge zum Feld. Seit ihren relativ jungen Anfängen arbeitet sich die Medienpädagogik zum einen an dem Verhältnis zwischen Pädagog*innen, Adressat*innen und Medien ab und zum anderen beschäftigt sie sich mit den Relationen von Medien und Gesellschaft in pädagogischen Kontexten. Medien werden dabei schon seit geraumer Zeit als digitale Medien verhandelt. Aktuell hat sich die Debatte über digitale Medien entsprechend technischer, sozialer und kultureller Veränderungen ausdifferenziert. Die Diskussionen drehen sich dabei aktuell vor allem um Künstliche Intelligenz, kommunikative oder generative KI, um Social Media und algorithmische Empfehlungssysteme oder das Smartphone. Was sind also Medien? Und noch spezieller, welches Wissen über Medien benötigen Medienpädagog*innen, um professionell handeln zu können? Welchen Zugriff haben Adressat*innen auf Medien? Welche Vorstellungen von Medien haben sie und wie fließen diese in ihr Medienhandeln ein? Wie formt schließlich das Denken über Medien medienpädagogische Fragestellungen? Was also vermeintlich einheitlich mit 'den Me­dien' zu verbinden sein könnte, kann sich je nach spezifischem Medium, Zugangsdisziplin, thematischen Schwerpunkten, institutionellem Kontext, Zielgruppenperspektive et cetera durchaus divers darstellen.Ausgehend von den unterschiedlichen Schwerpunkten – wie digitale Medien, Künstliche Intelligenz, Social Media oder das Smartphone – ­können schon mögliche Antworten auf diese Fragen formuliert werden. Zunächst einmal kann recht unstrittig ein historischer Wandel von analogen zu digitalen Medien beobachtet werden. Während analoge Medien physisch organisiert sind und häufig einen abbildenden Charakter besitzen, basieren digitale Medien auf informatischen ­Strukturen­ und entsprechen eher einer Simulation (Missomelius, 2017, S. 234; Gramelsberger, 2008). Künstliche Intelligenz und algorithmische Empfehlungssysteme oder aber Social-Media-Anwendungen sind Ausprägungen solcher digitalen Medien. Das Smartphone ist ein technisches Artefakt, welches über die Oberfläche Zugang zu zahlreichen weiteren digitalen Services wie Social Media, Internet, Mail- und Messenger, Banking-, Musik- oder auch Tracking Apps gewährt, um nur einige zu nennen. All diese Services lassen sich durch Perspektiven der Cultural Analytics (z. B. Manovich, 2013; 2020) oder Critical Code Studies (z. B. Verständig, 2020; Jörissen & Verständig, 2017) betrachten. Übergreifend finden sich zudem Analysen, wie digitale Medien sich kulturell einschreiben. Beispielweise sind hier Perspektiven zu verorten, die Kulturen der Digitalität (Stalder, 2016) besprechen und darauf hinweisen, dass mediatisierte Welten sich aufgrund des digitalen Wandels nunmehr tiefgreifend in den Alltag der Menschen einschreiben (Hepp 2021) bis hin zu Positionen, die Entwicklungen zu postdigitalen Gesellschaften (Cramer, 2019; Schmitt, 2021) beschreiben.Neben diesen aufschlussreichen aktuellen Analysen und Theorien neuer Medienentwicklungen und kultureller Veränderungen, gibt es auch tradierte Sichtweisen, die ebenfalls spannende Perspektiven auf neue Entwicklungen eröffnen können. Aus der Medienwissenschaft finden sich hier bereits Texte aus der Antike, die beispielsweise Prinzipien und Implikationen der Schriftkultur diskutieren (z. B. Platon, 1957), die heute ebenso einen Blick auf digitale Schrift- und Speicherkulturen ermöglichen.
1 Aktuelle Entwicklungen aus traditionellen Perspektiven betrachtet
Die kritische Theorie, vertreten etwa durch Horkheimer und Adorno (1989), Adorno (2018), Benjamin (2002) oder Kracauer (1977), analysiert das Verhältnis von Politik, Macht und Medien. Diese Auseinandersetzungen lesen sich angesichts des Erstarkens des Rechtsextremismus schmerzlich aktuell.Aus poststruktureller Perspektive werden Machtanalysen insbesondere durch Michel Foucault (1976) oder Giles Deleuze (1993) artikuliert. Diese können heute wichtige Impulse rund um Themen der digitalen Überwachung und Datenspeicherung sowie der ökonomischen Vereinnahmung des Subjekts liefern (Han, 2021). ­Häufig finden sich in den Medienwissenschaften, wie im Plural bereits angedeutet, vielfältige Perspektiven und Theorien auf Strukturprinzipien, Herrschaftsverhältnisse und Implikationen der Medien. Hartmut Winkler (2008) hat den Versuch unternommen, einen Überblick über die unterschiedlichen Perspektiven zu geben und den Zugang zu Medien auf verschiedene Strömungen zu verdichten. Dabei identifiziert er sieben Dimensionen, die nicht als additive Aufzählung für mediale Phänomene zu verstehen sind, sondern lediglich Anknüpfungspunkte für Diskurslinien markieren, die je nach medialem Phänomen unterschiedlich angewandt werden müssen, um den Phänomenen gerecht zu werden. Auch wenn die Diskurse hier nur ausschnitthaft thematisiert werden können, ist dies durchaus dienlich, um auch die Zugänge zu systematisieren, die in diesem Band versammelt sind.
1.1 Medien als Kommunikationszusammenhänge
Medien werden zunächst als Funktionszusammenhang von gesellschaftlicher Kommunikation gedacht und nicht als Interkation zweier Menschen. Erst in einer solchen Betrachtungsweise können Medien nicht nur als Kommunikationstechnik zwischen zwei Menschen gedacht, sondern in einem größeren Zusammenhang von Kommunikation verortet werden. Wenn zwei Menschen miteinander sprechen, benutzen sie Sprache. Diese haben sie sich nicht selbst ausgedacht, sondern sie basiert auf einem gesellschaftlichen Aushandlungsprozess von Bedeutungen. Damit ist an individuellen Gesprächen auch gesellschaftliche Aushandlung beteiligt. Wie diese Prozesse der Kommunikation konkret gestaltet sind, erklären semiotische Ansätze sehr gut. Besonders deutlich wird dies durch Ferdinand de Saussure, der die Sprachtheorie geprägt (­Saussure 1967) hat. De Saussure kategorisiert Sprache zunächst in Parole, das heißt die gesprochene Sprache, und in Langue, das Gesamtsystem Sprache. Indem die Parole demnach mit dem Sprechakt und somit mit dem*r Sprecher*in verbunden ist, stellt sie die individuelle und situative Komponente von Sprache dar. Die Langue ist das übergeordnete System der Sprache, die für den Einzelnen nicht zugänglich ist, sondern sich über gesamtgesellschaftliche sprachliche Artikulation entwickelt und tradiert. Zudem basieren Medien auf Vernetzungen von Medien und Menschen. Die analogen Medien waren in diesem Sinne Massenmedien, da sie einen Empfänger mit vielen Rezipient*innen (one-to-many) verknüpft haben. Spätestens mit Internettechnologien und ganz sicher mit Social Media finden wir eine ­andere ­Ausgangslage der Modellierung von denen, die senden und denen, die empfangen vor, die sich sehr dynamisch zeigen kann.
1.2 Symbolische versus performative Medien
Der symbolische Charakter zeigt sich bei Medien darin, dass mit Medien die dingliche Welt lediglich repräsentiert wird. Das heißt, wenn beispielsweise in einem Film eine Gewalthandlung wie ein Mord stattfindet, sind die Schauspieler*innen nicht Täter*innen und Opfer und das Opfer ist nicht verletzt. Angela Keppler (1997) verweist darauf, dass diese Handlungen symbolhaft sind, mediale Gewalthandlungen nur "auf- aber nicht ausgeführt werden" (S. 61). Bei sprachlicher Gewalt, Mobbing oder auch dem ungefragten Filmen mit Handykameras (damit einhergehend häufig die Motivation, das Aufgezeichnete einer größeren Rezipient*innenschaft in Onlinediskursen auszuliefern) ist das anders. Diese medialen Handlungen sind performativ, da sie nicht nur repräsentieren, sondern in die dingliche Welt eingreifen und tatsächlich verletzen (Krämer, 2004), Macht über andere ausüben und "unseren Ort im sozialen Gefüge" (Krämer 2011, S. 14) bedrohen. Es gibt also medial gesehen zwei unterschiedliche Welten: die dingliche und die symbolische Welt. Gleichwohl sind diese nicht vollkommen voneinander getrennt, wie im Fall von performativem Medienhandeln besonders deutlich wird.Die Schwellen zwischen symbolischen und performativen medialen Aspekten stehen mit ubiquitär zugänglichen Medienspähren, Always-On-Kulturen (Turkle, 2008), besonders gut durch Social Media verdeutlicht, zur Disposition und verhelfen Diskursen über die Performativität von Medien zu neuer Brisanz.
1.3 Medien als Technik
Im weiteren Verlauf seiner Ausführungen geht Winkler darauf ein, dass Medien immer auch technische Medien sind und verdeutlicht dies mit der Mediengeschichte. Diese beginnt für viele Menschen mit Gutenbergs Buchdruck oder Fotografie oder anderen 'dinglichen' Entwicklungen. Mit einem solchen Verständnis würde Mediengeschichte dann beispielsweise mit dem Buchdruck beginnen. Die meisten Medienwissenschaftler*innen betrachten aber bereits die Sprache als Medium. Somit sind Menschheitsgeschichte und Mediengeschichte schon immer miteinander verwoben (Winkler, 2008, S. 17). Winkler erklärt dies mit einer Differenzierung zwischen einem weiten und engen Technikbegriff. Ein enger Technikbegriff meint technische Aspekte wie die Hardware des Computers, einen Fernseher mit entsprechender technischer Ausrüstung, Mobiltelefon und so weiter. Ein weiter Technikbegriff beinhaltet auch Sprache, Tanz oder sonstige Riten. Auch sie sind auf Techniken, das schließt auch körperliche Techniken ein, angewiesen. Dies kommt in dem Begriff der Kulturtechniken besonders gut zur Geltung, der auch von Krämer und Bredekamp (2003) verwendet wird, um auf einen weiten Technikbegriff zu verweisen (2003). Aber auch bei der technischen Betrachtung gilt, dass der beispielhafte Fernseher nicht nur aus dem technischen Fernsehapparat besteht, sondern auch auf eine mediale Infrastruktur angewiesen ist. Dieses technische Ensemble des Fernsehens umfasst zum Beispiel die Produktion von Sendungen, die Festlegung von Programmabläufen oder öffentliche sowie private Sendeanstalten. Auch in der Rezeptionssituation lassen sich solche Konventionen finden: Der Fernseher ist in vielen Wohnzimmern der Mittelpunkt, fluchtlinienförmig sind Sideboards, Tische und Sofas auf den Fernseher ausgerichtet. In Zeiten des Second Screen liegen Handy und/oder Tablet auf dem Sofa daneben, damit nebenbei Informationen recherchiert und Nachrichten geschrieben werden können oder eingekauft werden kann.
1.4 Inhalt und Form
Medien haben einen Inhalt und eine Form. Prominent ist diese Perspektive durch Marshall McLuhan (2011) geworden. Die Form muss eingehalten werden, damit die entsprechenden Inhalte über diese Medien kommuniziert werden können (Winkler, 2008, S. 135 ff.). Formen können vielfältig sein, wie sich an bestimmten konventionalisierten Normen der Medienlandschaft wie etwa Genres, Radio- und Fernsehformaten, Erzählkonzepten, Dateiformaten et cetera zeigen lässt. Der Aufbau von Zeitungen veranschaulicht dies. Die Zeitung ist nach klaren Regeln aufgebaut. Die Nachrichten auf den jeweiligen Seiten (z. B. Weltgeschehen, Inlandsgeschehen, Lokales) müssen eine entsprechende Relevanz aufweisen, haben eine Überschrift, manchmal auch eine Illustration und bestimmte Längen. Durch diese Gestaltung wird auch das Lesen vorstrukturiert und eine Übersicht erleichtert. Social-Media-Dienste, wie etwa Instagram, haben spezifische Formen etabliert, in denen Menschen sich artikulieren. Mittels (möglichst ästhetischer, perfektionierter) Smartphoneaufnahmen werden Alltagssituationen (die vorher inszeniert, mehrfach aufgenommen, selektiert, überarbeitet werden können) dokumentiert und kommentiert. Die Bezugsgruppe hat bestimmte Möglichkeiten darauf zu reagieren. Dementsprechend sind Inhalt und Form immer zusammen zu betrachten. Und gleichwohl zeigt gerade ein Blick in die Social-Media-Geschichte, dass Menschen auch immer widerständige Formen der Kommunikation entwickelt und damit Social Media als Medienformat weiterentwickelt haben (boyd & Ellison, 2007).
1.5 Zeit und Raum
Die Überwindung von Zeit und Raum zeigt zwei ganz prägende Dimensionen für Medien. Inhalte können je nach eingesetzten Medien und je nach Kultur unterschiedliche Räume überwinden. Winkler führt an dieser Stelle an, dass die Raumüberwindung in Face-to-Face-Gesprächen nur gering ist, in nicht literalen Stammesgesellschaften örtlich begrenzt, bei Kommunikationen im Internet potenziell weltweit (Winkler, 2008, S. 163 f.). Auch die zeitlichen Dimensionen können ­durchaus unterschiedlich sein. ­Steintafeln überdauern nicht selten Jahrhunderte, ein USB-Stick durchschnittlich etwa zehn Jahre, die Stimme entsteht als Schallphänomen und zerfällt sofort wieder. Mit dem Verweis auf Friedrich Kittler zeigt er auf, dass die Überwindung von Zeit und Raum durch die Medienfunktionen "Übertragung, Speicherung, Verarbeitung von Information" (Kittler 1993, S. 8) erklärt werden kann. Die Speicherung von Inhalten wirkt in die Dimensionen der Zeit, wohingegen die Übertragung die räumlichen Distanzen je nach Medium überwindet (Winkler, 2008, S. 165). Zeit und Raum sind auch unter den Bedingungen digitaler Kulturen immer noch relevant, wobei sich die Wahrnehmung dieser Dimensionen angesichts steter ubiquitärer digitaler Informationen verändert haben dürften.
1.6 Zeichen und Code
Der Zusammenhang zwischen Zeichen und Code ist nicht ganz einfach zu fassen. Als Code bezeichnet Winkler hier das "organisierte Vorwissen" (ebd. S. 255). So besteht die Sprache aus Zeichen, Wörter finden sich in einem Lexikon, die Regeln zur Sprachverwendung werden in der Grammatik festgehalten. Für Sprache ist das also relativ eindeutig geregelt (ebd., S. 250). Jedoch gibt es Medien, bei denen diese Logik zwischen Zeichen und Code nicht so offenkundig ist. Auch wenn im Kontext des Films oftmals von Filmsprache die Rede ist, sind die einzelnen Zeichen und die Grammatik nicht unbestritten zuzuordnen. Zeichen können unter anderem in ikonische und symbolische Zeichen differenziert werden. Ikonische Zeichen weisen eine Ähnlichkeit zum Abgebildeten auf. Symbolische Zeichen verweisen auf Codes, um sie entschlüsseln zu können. Um eine Sprache anzuwenden, ist also umfassendes Wissen notwendig. Eine Fotografie oder ein Film ist in diesem Kontext vermeintlich leichter zugänglich, obwohl Bildsprache mit dem goldenen Schnitt, visuellen Arrangements, Schnitttechniken und dergleichen sehr wohl auf Codes basiert. Leider sehr aktuelle Beispiele zeigen den Zusammenhang von Zeichen und Code noch eindringlicher, wenn etwa rechte Akteur*innen Zeichen benutzen, um diese im Sinne einer dogwhistle1 zu ­benutzen. So ­beispielsweise bestimmte Buchstaben- und Zahlenkombinationen, um unter dem Radar von verfassungsfeindlichen Symbolen trotzdem den menschenverachtenden Idealen des Nationalsozialismus zu huldigen oder aber mit Codes demokratische Bildungsarbeit zu delegitimieren. Verschiedene Akteur*innen und Initiativen haben in diesem Kontext solche Zeichen und Codes zusammengetragen.2
1.7 Unsichtbarkeit von Medien
Medien werden häufig zu einem Teil unbewusst genutzt (Winkler, 2008, S. 299 ff.). Der Spracherwerb vollzieht sich mit dem Heranwachsen sukzessiv. Das Individuum wird sozusagen von Beginn an in das Medium Sprache hineinsozialisiert. Der Mensch selbst nutzt Sprache, intoniert sie, bringt Schallwellen zum Schwingen, überträgt Handbewegungen mittels Schreibwerkzeugen in Schrift. Sprache und Schrift anzuwenden ist sehr stark mit uns selbst und unserem Körper verbunden. Daher wird die Verwendung von Sprache und Schrift selten reflektiert. Auch das Anhören von Musik auf Speichermedien verschleiert ihre technische Verfasstheit. Oftmals wird dies erst wieder bewusst, wenn Störungen auftreten: beispielsweise ein Kratzer auf CD oder Schallplatte oder das Aussetzen des WLANs beim Streaming. Zudem adressieren Teilbereiche der Medien nicht nur kognitive Prozesse. Musik adressiert den Körper beispielsweise auf vielfache Weise und kann über bestimmte Notenkombinationen oder Klangfarben ganz unvermittelt Stimmungen und Emotionen erzeugen. Gleiches gilt für audiovisuelle Darstellungen, die dies mithilfe unterschiedlicher Inszenierungsmittel erreichen können. Die Unsichtbarkeit von Medien wird heute besonders mit Blick auf Algorithmen, die in den Sozialen Medien einen wichtigen Einfluss haben, aber auch in anderen Anwendungen wie beispielsweise in Games oder bei Streamingdiensten zum Tragen kommen. Im akademischen Diskurs sind sie bereits seit Jahren ein wichtiges Thema, in der alltäglichen Nutzungssituation bestenfalls eine Black Box und in der Nutzung oft ausgeblendet. Zudem sind digitale Medien, allen voran das Smartphone, tägliche Begleiter. Daher übernehmen diese Medien und damit verbundene Services, Dienstleistungen, Kommunikationen und Menschen eine ganz prägende Rolle (Rötzer & Turkle, 2008). Weiterhin sensibilisieren Analysen zur Bedeutung des "intimate computing" (Kaerlein, 2016, S. 30) für die Relevanz von Medien, die uns stetig begleiten (ebd.). Eine noch tiefere Verbindung zwischen Medien und Individuum wird in einer medienästhetischen Betrachtung angenommen, in der digitale Kunst Grenzen zwischen Individuum, Medien, Tier und Umwelt aufhebt und damit neue Erfahrungen ermöglicht (hierzu etwa Preiß, 2021).
2 Interdisziplinäre Perspektiven auf Medien und Öffentlichkeit im digitalen Wandel
Die aktuellen Entwicklungen rund um Medien und ihre Einordnung vor dem Hintergrund einer immer komplexeren Welt zu verstehen, ist nicht leicht. Für die medienpädagogische Auseinandersetzung in Praxis und Forschung ist das jedoch eine notwendige Voraussetzung. Die in diesem Heft versammelten Beiträge zeigen Wege und Annäherungen aus unterschiedlichen theoretischen (Kap. 2.1) und empirischen Perspektiven (Kap. 2.2) und machen darüber hinaus deutlich, dass es sich auch lohnen kann, sich vom Offensichtlichen lösen (Kap. 2.3), um damit ein ganzheitlicheres Bild zu erhalten.
2.1 Theoretische Annäherungen
Auf einer theoretischen Ebene über die Auseinandersetzung mit Konzepten und Theorien nähern sich die ersten drei Beiträge dem Thema. Einen Einstieg in die Auseinandersetzung mit der Frage, wie sich Medien und das Verständnis von Medien – und damit ein zentraler Gegenstand der Medienpädagogik in Forschung und Praxis – gewandelt haben und welche Begleiterscheinungen und Konsequenzen damit verbunden sind, bietet der Text von Eik Gädeke und Sandra Hofhues mit dem Titel Medienpädagogik in einer datafizierten und plattformisierten Gesellschaft: Scheinbare Gewissheiten und notwendige Selbstverständigungen. Angesichts der aktuellen Medienentwicklungen und der damit verknüpften Phänomene der Datafizierung und Plattformisierung erarbeiten sie eine Perspektive auf das Selbstverständnis der Medienpädagogik und argumentieren, dass die zentralen medienpädagogischen Konzepte von Medienkompetenz und Medienbildung kritisch überprüft werden müssen, um die aktuellen Herausforderungen durch die Verflechtungen von Medien, Wirtschaft und Politik bewältigen zu können und dadurch zu vermeiden, "dass die Aushandlung disziplinbezogenen Wissens selbst wieder prekär werden könnte." (S. 24) Eng verknüpft mit Datafizierung und Plattformisierung ist das Phänomen der Algorithmisierung, die in viele Medienanwendungen integriert ist und damit auch das Medienhandeln der Subjekte beeinflusst. Ausgehend von der Feststellung, dass "[g]esellschaftliche Strukturen immer auch media­le Strukturen [sind]" (S. 27), geht Thomas Wendt in seinem Beitrag, den er mit dem Titel Die Gesellschaft der Algorithmen überschrieben hat, der Frage nach, wie die Medientheorien von Heider, McLuhan und Luhmann durch den Einbezug von Algorithmen neu gelesen werden können und dadurch Aufgaben für die Medienpädagogik deutlich werden lassen. Mit Verweis auf Couldry und Hepp (2023) stellt er fest, dass die "algorithmusbasierte Konstruktion der Wirklichkeit zahlreiche Spannungen im Blick auf subjektive Autonomie [impliziert], die durch die digitale Präkonfiguration von Handlungsmöglichkeiten immer stärker unterlaufen wird." (S. 28) Dies wirft die medienpädagogisch relevante Frage danach auf, welchen Anteil die Subjekte unter den aktuellen Bedingungen an ihrem eigenen Medienhandeln haben, das sich auch in der Entwicklung der Gesellschaft niederschlägt, und worin hier die Aufgabe der Medienpädagogik besteht, um die Wirkmächtigkeit der Subjekte zu unterstützen. Der Blick auf die Verbindung von Gesellschaft und Medien leitet auch die Ausführungen von Sabrina Schaper zu Medien – Sozialisation – Digitalität: Transtheoretische Perspektiven auf medienpädagogische Sozialisationsforschung und ihre Begrifflichkeiten. Sie möchte damit den 'forschenden Dialog' zwischen Mediensozialisation und allgemeiner Sozialisationsforschung vor dem Hintergrund aktueller Medien- und Gesellschaftsentwicklungen neu anstoßen. Dafür nimmt sie eine transtheoretische Neubestimmung des Konzepts der Mediensozialisation vor, bei der es ihr darum geht, einfache Dualismen von Medium und Nutzer*in zu überwinden und vielmehr am Phänomen orientiert relationale Verstrickungen zwischen Menschen und Medien zu fokussieren. Zu diesem Zweck entwirft sie eine Reflexionsheuristik, um die eigene Perspektive auf die Thematik zu hinterfragen. Anhand einer transtheoretischen Perspektive auf Sozialisation, "bei der es um eine theorieübergreifende Vereinigung von praxeologischen, anerkennungstheoretischen, figurationssoziologischen und posthumanistischen Ansätzen geht, die sich facettenhaft in der bisherigen medienpädagogischen Sozialisationsforschung wiederfinden" (S. 42), entwickelt sie eine Möglichkeit, an die Erforschung von Phänomenen der Mediensozialisation sowie der allgemeinen Sozialisation in der Digitalität anzuschließen.
2.2 Der Medienwandel in empirischen Kontexten
Wie sich der Wandel von Medien bzw. medialen und gesellschaftlichen Strukturen empirisch niederschlägt, darauf fokussieren die folgenden vier Artikel und richten den Blick dabei auf unterschiedliche Zielgruppen. Den Reigen beginnt Lukas Dehmel, der in seinem Beitrag Der Medienbegriff als Element einer Strukturlogik professionalisierten Handelns von Medienpädagog*innen – eine biografische Perspektive das Selbstverständnis professioneller Medienpädagog*innen und ihren damit verknüpften Blick auf Medien untersucht hat. Dabei setzt er am Professionalitätsbegriff von Kai-Uwe Hugger an, der Professionalisierung als die Entwicklung einer Handlungsstruktur begreift. Wie Hugger selbst feststellt, handelt es sich dabei aber nicht um ein an der Realität professioneller Medienpädagog*innen überprüftes Konzept, sondern um "Überlegungen, die vonseiten der Wissenschaft für die Praxis vorgenommen werden." (S. 55) In einer explorativen empirischen Studie untersucht Dehmel die Strukturlogiken des Handelns von drei professionellen Medienpädagog*innen und legt dabei einen Schwerpunkt auf deren medienbiografische Erfahrungen und ihr jeweils damit verknüpftes Verständnis von Medien. Eine strukturlogische Professionalisierung im Sinne Huggers kann er in keinem Fall feststellen. Jedoch zeigt sich in allen Fällen, dass die "prekären Bedingungen der Medienpädagogik als Arbeitssektor […] in starker Spannung zu den pädagogischen Vorstellungen der Protagonist*innen stehen." (S. 62) Einer ganz anderen Zielgruppe wendet sich Jane Müller zu, die wissen will, wie die Relationale Agency zwischen Jugendlichen, Plattformen und Algorithmen bei Jugendlichen im Alter von 14 bis 19 Jahren aussieht. Der Analyse legt sie dabei das Konzept hybrider Figurationen von Andreas Hepp (2022) zugrunde, das davon ausgeht, dass Medien "nicht mehr nur Mittel zum Zweck [sind], sondern eigenaktiv auf die Menschen [wirken], die sie in ihren Alltag einbinden und entsprechend als Akteure innerhalb der Figurationen aufgefasst werden [können]." (S. 65) Die Ergebnisse machen deutlich, dass Jugendliche Agency von Plattformen entweder als eher positiv/neutral werten, sie hinnehmen oder darin vor allem negative Aspekte sehen. Tendenziell bewerten sie die Plattform-Agency umso eher negativ je weniger Agency sie bei sich selbst wahrnehmen. Auch Franziska Hein wirft einen Blick auf die heranwachsenden Mediennutzer*innen. Im Fokus steht dabei aber nicht die Medienaneignung der Kinder und Jugendlichen, sondern die Diskussion des Verhältnisses von Heranwachsen(-den) und Medien im öffentlichen Diskurs. Damit dokumentiert damit eine Metasicht auf medienpädagogische Mediendiskurse, indem sie die ­Perspektive der Medien auf Medien aufgreift. Mit Hilfe der Methode der kritischen Diskursanalyse geht sie anhand der Betrachtung von zwei Fernsehsendungen zum Einfluss der Medien auf Kinder bzw. die kindliche Entwicklung der Frage nach, wie Vorstellungen über Medien durch die Medien­berichterstattung geprägt werden. Dabei stellt sie zwei Beiträge gegenüber, von denen einer aus den frühen 1960er-Jahren stammt, also aus den Anfängen des Fernsehens und der (populär-)wissenschaftlichen Auseinandersetzung damit. Der zweite Beitrag wurde 2020 ausgestrahlt, zu einem Zeitpunkt, zu dem sich sowohl das Fernsehen auf mehreren Ebenen weiterentwickelt hat als auch Wissen aus jahrzehntelanger Rezeptions- und Wirkungs- sowie medienpädagogischer Forschung vorliegt. Im Ergebnis findet sie eine deutliche Orientierung an einem bewahrpädagogischen Narrativ, das "die von Medien ausgehenden Gefahren als Ausgangspunkt für die Frage nach einem adäquaten Medienumgang stellt" (S. 86), und plädiert daran anschließend für einen stärkeren Einbezug der Perspektive der Nutzenden bei der Untersuchung des Verhältnisses von Menschen und Medien. Susanne Lang, ­Michelle Terschi, Tobias Zarges, Iz Paehr und Jasper ­Meiners machen genau dies, indem sie im Projekt s*he/ter Erwachsene, die in ihrer Kindheit sexualisierte Gewalt erfahren haben, in einem partizipativen, transdisziplinären und transformativen Forschungsprozess als "Lived Experience Advisory Group" (S. 90) einbeziehen und dabei wie auch Müller in ihrem Projekt (S. 64 ff.) deren präfigurativen Kommunikationskulturen zugrunde legen. Ausgehend davon, dass "in einer zunehmend mediatisierten Gesellschaft eine dualistische Trennung der Lebenswelten in 'real' und 'virtuell' nicht mehr vorgenommen werden kann" (S. 91), konzipieren sie vireale Kommunikationsräume und untersuchen deren Potenzial für den Austausch von Betroffenen und deren Bearbeitung traumatischer Erfahrungen mithilfe von Avataren. Dabei gehen sie grundlegenden Fragen rund um vireale bzw. vireal-digitale Erfahrungen nach und thematisieren damit Diskurse um symbolische und performative Medien wie die kritische Reflexion von Macht- und Herrschaftsverhältnissen in viralen Räumen sowie deren Potenziale für neue Erfahrungen von Nähe und Distanz. Lang und Kolleg*innen bilden damit den Übergang zu zwei letzten Beiträgen, die den Diskurs gegen den Strich lesen, um dadurch eine andere Sicht auf die Debatte zu ermöglichen.
2.3 Medien im digitalen Wandel anders betrachtet
Mit einer grundlegenden Nichtnutzung von digitalen Technologien und damit verbundenen Vorstellungen von Medien setzt sich Moritz Tischer in seinem Beitrag Kritisch detoxen? Digital Disconnection zwischen Medien, Bildung und kritischer Praxis auseinander, mit dem Ziel, "den Diskurs über Disconnection zu ordnen und dadurch die Frage zu diskutieren, inwiefern und unter welchen Bedingungen es sich bei Disconnectionformen um kritische Praktiken handelt" (S. 102), und unter Zuhilfenahme emanzipatorischer Digital Citizenship Ansätze, wie sie Emejulu und McGregor (2019) beschreiben, Merkmale einer kritischen Disconnection offenzulegen. Aus einer (medien-)pädagogischen Perspektive eröffnen sich durch die Auseinandersetzung mit kreativen, politischen und kollektiven Disconnectionformen Potenziale des Zusammenwirkens von Menschen und nicht-menschlichen Akteuren für "ein tieferes Verständnis von und kritische Perspektiven auf Digitalität und Konnektivität" (S. 110). Abschließend untersucht Sebastian Althoff in seinem Artikel Hass im Netz und die Konstruktion des 'guten' Diskurses. Eine machtkritische Analyse die Diskussionen und Argumentationen, die sich um Hate-Speech artikulieren. Hierbei setzt er aber am Gegenteil von Hate Speech und damit dem ablehnenden Diskurs an und fragt danach, was eigentlich als 'guter' Diskurs beschrieben wird und warum dieser als ein "hegemoniales Projekt" (S. 125 ff.) verstanden werden kann. Aus dieser Auseinandersetzung extrahiert er Sichtweisen, die digitale von analogen Diskursen separieren. Daraus wird ersichtlich, dass analoge Diskurse häufig mit positiven Attributen verknüpft sind, wohingegen digitale Kommunikation häufig negativ gewertet wird. Dies kann dazu genutzt werden, den 'guten' Diskurs auch in einer unkritischen Form zu legitimieren. Althoff zeigt dem entgegengesetzt Potenziale kritikaffiner digitaler Kommunikation auf.Mit den in diesem Heft versammelten Beiträgen werden das Thema Medien und der Wandel des Medienbegriffs in Verbindung mit einer sich ebenfalls wandelnden Öffentlichkeit unter dem Einfluss von Digitalität aus sehr unterschiedlichen Perspektiven betrachtet. Maßgeblich an der Entstehung dieser Ausgabe beteiligt war Andreas Hepp, dem wir an dieser Stelle dafür, dass er sich mit seiner Expertise eingebracht hat, ganz herzlich danken. Allen Leser*innen wünschen wir eine anregende Lektüre und weisen gern schon jetzt auf den Call for Papers zum Thema Medien und Emotionen für merzWissenschaft 2025 hin (S. 129 ff.).

Two attacks, and one defense, of classical liberal ideas appeared over the weekend. "War and Pandemic Highlight Shortcomings of the Free-Market Consensus" announces Patricia Cohen on p.1 of the New York Times news section.  As if the Times had ever been part of such a "consensus." And Deirdre McCloskey reviews Simon Johnson and Daron Acemoglu's "Power and Progress," whose central argument is, per Deirdre, "The state, they argue, can do a better job than the market of selecting technologies and making investments to implement them." (I have not yet read the book. This is a review of the review only.) I'll give away the punchline. The case for free markets never was their perfection. The case for free markets always was centuries of experience with the failures of the only alternative, state control. Free markets are, as the saying goes, the worst system; except for all the others. In this sense the classic teaching of economics does  a disservice. We start with the theorem that free competitive markets can equal -- only equal -- the allocation of an omniscient benevolent planner. But then from week 2 on we study market imperfections -- externalities, increasing returns, asymmetric information -- under which markets are imperfect, and the hypothetical planner can do better. Regulate, it follows. Except econ 101 spends zero time on our extensive experience with just how well -- how badly -- actual planners and regulators do. That messy experience underlies our prosperity, and prospects for its continuance. Starting with Ms. Cohen at the Times, The economic conventions that policymakers had relied on since the Berlin Wall fell more than 30 years ago — the unfailing superiority of open markets, liberalized trade and maximum efficiency — look to be running off the rails.During the Covid-19 pandemic, the ceaseless drive to integrate the global economy and reduce costs left health care workers without face masks and medical gloves, carmakers without semiconductors, sawmills without lumber and sneaker buyers without Nikes.That there ever was a "consensus" in favor of "the unfailing superiority of open markets, liberalized trade and maximum efficiency" seems a mighty strange memory. But if the Times wants to think now that's what they thought then, I'm happy to rewrite a little history. Face masks? The face mask snafu in the pandemic is now, in the Times' rather hilarious memory, the prime example of how a free and unfettered market fails. It was  a result of "the ceaseless drive to integrate the global economy and reduce costs?" (Here, I have a second complaint -- the ceaseless drive to remove subjects from sentences. Who is doing this "ceaseless drive?" Where is the great conspiracy, the secret meeting of old white men "driving" the economy? Nowhere. That's the point of free markets.)The free market has a plan, imperfect as it might be, for masks in a pandemic. Prices rise. People who really want and need masks -- doctors, nurses, police -- pay what it takes to get them. People who don't really need them -- nursery schools -- look at the price, think about the benefit, and say, "maybe not," or take other measures. People reuse masks. Producers, seeing high prices, work day and night to produce more masks. Others, knowing that every 10 years there is a spike in prices, pay the costs of storing masks to make great profits when the time comes. The actual story of masks in the pandemic is the exact opposite. Price controls, of course. Instantly, governments started prosecuting businesses for "price gouging" who dared to raise the price of toilet paper. Governments redistribute income; markets allocate resources efficiently. As usual, the desire to redistribute tiny amounts of income to those willing to stand in line to get toilet paper won out. An entrepreneur tried to start producing masks. The FDA shut him down. (I hope I recall that story right, send comments if not.) China wanted to ship us masks. Yes, China the new villain of globalization gone mad. But their masks were certified and labeled by EU rules, not US rules, so like baby formula they couldn't be imported and sold. More deeply, even I, devoted free-marketer; even at the late night beer sessions at the CATO institute, nobody puts mask distribution in a pandemic as the first job of free markets. There is supposed to be a public health function of government; infectuous diseases are something of an externality; safety protocols in government labs doing government funded research are not a free-market function. As we look at the covid catastrophe, do we not see failures of government all over the place, not failures of some hypothetical free market? California even had mobile hospitals after H1N1. Governor Brown shut them down to save money for his high speed train. We might as well blame free markets for the lines at the DMV.  The idea that trade and shared economic interests would prevent military conflicts was trampled last year under the boots of Russian soldiers in Ukraine.Does anyone think a prime function of free market economics is to stops wars, usually prosecuted by, eh, governments? The standard history of WWI is enough. We do allege that free markets, and free markets alone, make a country wealthy enough to fight and win wars, if the country has the will and desire to do so. The US and NATO military budget vs. Russia's, larger by a factor of 10 at least, seems to bear that out, along with the much greater quality of our weapons.  Heaven help us militarily once the protectionists lead us to state-directed penury. inflation, thought to be safely stored away with disco album collections, returned with a vengeance.Did anyone every vaguely hint that inflation control is a function of free markets? Inflation comes from government monetary and fiscal policy.  And increasing bouts of extreme weather that destroyed crops, forced migrations and halted power plants has illustrated that the market's invisible hand was not protecting the planet.Doe the Times even vaguely think of news as fact not narrative? There have been a lot of migrations. "Forced?" Many due to violence, poverty, ill government. None due to temperature. Halted power plants (more passive voice)? Yes, it was that pesky unfettered free market that shut down power plants... The favored economic road map helped produce fabulous wealth, lift hundreds of millions of people out of poverty and spur wondrous technological advances.Well, a peek of sunlight, an actual correct fact! But there were stunning failures as well. Globalization hastened climate change and deepened inequalities. More fact free narrative spinning. How are "inequalities" plural? Globalization brought the sharpest decline in global inequality in the history of our species. Perhaps it "hastened climate change" in that if China had stayed desperately poor they wouldn't be building a new coal fired power plant a week. US emissions went down because of... choose 1: enlightened policy 2: fracking, a shift to natural gas made only possible by the curious US property rights system absent in Europe, and pretty much over the dead body of the entire energy regulatory apparatus. ***Meanwhile over at WSJ, Deirdre is in classic form. (Again, I have not read the book, so this is Deirdre coverage.) The paragraph that caught my attention and demanded a blog post: We need [according to Acemoglu and Johnson] ... the legislation currently being pushed by left and right to try again the policies of antitrust, trade protection, minimum wage and, above all, subsidy for certain technologies. Messrs. Acemoglu and Johnson are especially eager to regulate digital technologies such as artificial intelligence. "Technology should be steered in a direction that best uses a workforce's skills," they write, "and education should . . . adapt to new skill requirements." How the administrators of the Economic Development Administration at the Department of Commerce would know the new direction to steer, or the new skills required, remains a sacred mystery."Technology should be steered." There it is, the full glory of the regulatory passive voice. Steered by who? Deirdre answers the question with that gem of rhetoric, specificity.  "Administrators of the Economic Development Administration at the Department of Commerce" for example. The theme uniting the two essays: If there is one lesson of the last 20 years it is this: The catastrophic failure of our government institutions. From bungled wars, a snafu of financial regulation in 2008 just now repeated in FTX, SVB, and inflation the evident collapse of the FDA CDC and plain commonsense in the pandemic, the free market is bravely forestalling a collapse of government (and associated, i.e. universities) institutions. we need the state to use its powers "to induce the private sector to move away from excessive automation and surveillance, and toward more worker-friendly technologies." Fear of surveillance is a major theme of the book; therefore "antitrust should be considered as a complementary tool to the more fundamental aim of redirecting technology away from automation, surveillance, data collection, and digital advertising."The question what institution has the technical competence to do this seems to be begging.  "Government subsidies for developing more socially beneficial technologies," the authors declare, "are one of the most powerful means of redirecting technology in a market economy." Well, interpreting the sentence literally,  you have to give it to them. Government subsidies are powerful means of "redirecting technology." Usually to ratholes. Messrs. Acemoglu and Johnson warmly admire the U.S. Progressive Movement of the late 19th century as a model for their statism: experts taking child-citizens in hand.Their chapters then skip briskly through history...seeking to show how at each turn new innovations tended to empower certain sections of society at the expense of others. The "power" that concerns them, in other words, is private power.This is, in fact, the central question dividing free-marketers and others. Private power being subject to competition, we worry more about state power. The essence of state power is monopoly, and a monopoly of coercion, fundamentally violence.  The heart of the book is that technological gains create winners and losers, and Acemoglu and Johnson want that directed by a nebulous bureaucracy. Which will somehow never be infected by, oh, Republicans, or turn in to the endless stagnation of most of the last millennium which actually did pursue policies that forbade technological improvement in order to sustain the incomes of incumbents. Deirdre, who coined the lovely phrase "trade tested betterment" takes it on.  During the past two centuries, the world has become radically better off, by fully 3,000% inflation adjusted. Even over the past two decades the lives of the poor have improved. The "great enrichment" after 1800 and its resulting superabundance has brought us out of misery. Even the poor workers who did not benefit in the short run have done so enormously in the long run. In 1960, 4 billion of the 5 billion people on the planet lived on $2 a day. Now it's fallen to 1 billion out of 8, and the income average is $50 a day. The state didn't do it, and forcing short-run egalitarianism or handing power to the Office of Economic Development can kill it, as it regularly has. Messrs. Acemoglu and Johnson see great imperfections in the overwhelmingly private sources of the enrichment. With such imperfections, who needs perfection?Another way to see the problem is to remember the common sense, refined in Economics 101 and Biology 101, of entry at the smell of profit. ...The great fortunes they deprecate have the economic function of encouraging entry into the economy by other entrepreneurs who want to get rich. This competition cheapens goods and services, which then accrues to the poor as immense increases in real income.Many fortunes, for instance, were made by the invention of the downtown department store. The profit attracted suburban competitors, and at the mall the department-store model began to fail. Jeff Bezos reinvented the mail-order catalog. He is imitated, and the fortunes are dissipated in enormous benefit to consumers called workers. .... It's what happened and happens in a liberal economy.The book uses a lot of history, surveyed by McCloskey. As before, it's criticized a bit as history lite. The history Deirdre covers has the usual imperfections of the free market. I wonder if the book has any history of success of this plan, of governments successfully guiding technological transformations to protect the rights and incomes of incumbents, without in the process killing technical change.  Governments habitually screw up basics like rent control. Figuring out what new technology will do is pretty much beyond the capacity of private investors and book-writing economists. The  idea that bureaucracy has the capacity to figure out not just what new technology will work, but to guide its social and distributional consequences seems... far beyond the historical record of bureaucratic accomplishment. But I am straying beyond my promise to review the review, not the book, before reading the latter. ****I recognize the desire on both sides. Partisan politics needs "new" ideas and a "new" propaganda. In particular, the right is aching for something shiny and new that it can sell to voters, which it regards with the same sort of noblesse-oblige intellectual disdain as the left does. Mind the store, mend the institutions, freedom, rights, opportunity and make your own prosperity are, apparently, not sexy enough. So both sides need new initiatives, expanded governments, to excite the rabble. But we're not here to supply that demand, merely to meditate on actual cause-and-effect truth of what works. Beware the temptation. Update:  In retrospect, perhaps the issue is much simpler. The bulk of economic regulation serves exactly the purpose McCloskey basically alleges of Acemoglu and Johnson: Preserve rents of incumbents against the threats of technological improvements. From medieval guilds to trade protection to taxis vs. Ubers, that is really its main function. So we have an extensive bureaucracy that is very good at it, and extensive experience of just how well it works. Which is, very well, at protecting rents and stifling growth.  

Hace cinco años, al proponernos esta línea de trabajo en el marco del Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre el Pasado Reciente (GEIPAR) teníamos claro que pretendíamos intervenir en la construcción de la agenda de nuestro campo de estudios. Más específicamente, queríamos contribuir al desarrollo de una estructura interpretativa común para lo que, a falta de una menor etiqueta, seguimos llamando "historia reciente", con énfasis en la dictadura (1973-1984), sus prolegómenos y los procesos de transición a la democracia en los años ochenta. Partíamos de la constatación de que lo escrito sobre ese período, aunque rico, sofisticado y abundante, había estado marcado por una asombrosa fragmentación temática, sobre todo teniendo en cuenta que podíamos rastrear ya cinco décadas de sostenida producción académica. En un trabajo publicado en 2012, repasamos esas décadas señalando los diferentes énfasis teóricos, perspectivas disciplinarias y problemas históricos que habían predominado en cada momento.[1] Analizábamos, en primer lugar, los enfoques estructurales y las caracterizaciones socioeconómicas que acompañaron la primera percepción de la crisis a fines de los cincuenta y tuvieron su auge hacia los años setenta para comprender los procesos autoritarios contemporáneos de la región en relación a la economía política de la época. Una segunda etapa empezó luego de los golpes de Estado en la región y se consolidó en Uruguay durante el retorno democrático de los ochenta. Predominó entonces una perspectiva politológica que se centraba en la dinámica de polarización de los actores políticos durante el período previo a la dictadura, en los marcos institucionales de la construcción del Estado autoritario y en las negociaciones de elite que llevaron a la transición a la democracia. Hacia fines de los noventa comenzó un tercer momento que puso acento en los fenómenos subjetivos y la relación entre cultura y política desde los novedosos enfoques de la psicología, la antropología y los estudios culturales, con especial atención a los procesos de memoria relativos a los aspectos más salientes de la represión y el autoritarismo. A partir del cambio de siglo, por último, creció la producción historiográfica al tiempo que se consolidaron las agendas académicas y se intensificó el diálogo entre los diferentes espacios de investigación. En ese mismo texto reconocíamos que, con la llegada de la izquierda al poder en 2004, las nuevas condiciones políticas en términos de acceso a archivos y promoción oficial de investigaciones relativas a la violación de los derechos humanos habían habilitado un análisis sistemático de las practicas represivas y el "terrorismo de Estado". A casi tres lustros, podíamos ya constatar que esas investigaciones habían permitido redimensionar el impacto de las prácticas autoritarias en diferentes aspectos de la vida de los uruguayos no sólo durante el período de la dictadura sino también en los años anteriores y posteriores. Sin embargo, constatábamos también entonces, que los esfuerzos realizados por integrar ese énfasis en la variedad de efectos de la represión y el autoritarismo con una mirada más amplia que contemplara las políticas económicas, las relaciones internacionales y las dimensiones culturales del gobierno autoritario no habían logrado superar la fragmentación del campo de estudios en el que nos inscribíamos. Esa insatisfacción con el estado de cosas en nuestro campo de estudios está en el origen del proyecto cuyos primeros resultados estamos presentando ahora. Al iniciar el trabajo, sentíamos la necesidad de contribuir a la construcción de una narrativa histórica más plural que integrara los diversos aspectos de los conflictivos procesos culturales, sociales, políticos e ideológicos y que, sin caer en reduccionismos, permitiera reconstruir la contingencia histórica en la cual se crearon las dinámicas que derivaron en el autoritarismo (y lo mantuvieron). En ese sentido, nuestra primera decisión fue evitar el obvio corte del golpe de Estado de 1973 y aun el trazado del "camino democrático al autoritarismo", según la feliz expresión de Álvaro Rico, hasta mediados de los sesenta.[2] Conscientes de que las decisiones de cronología son siempre conceptuales, elegimos, en cambio, remontarnos a los años cincuenta cuando aparecieron los primeros diagnósticos de crisis estructural y también tempranas propuestas que cuestionaron la imagen ideal que amplios sectores tenían del país y su inserción internacional (la mentada "Suiza de América"). Nos interesaba también destacar que, si bien algunas de esas propuestas abogaban por una suerte de retorno al pasado, a ese supuesto "Uruguay clásico" congelado antes de los primeros signos de la crisis, otras apostaban a promover los cambios necesarios para alcanzar un futuro radicalmente distinto, del signo que fuera. Desde fines de los sesenta, queríamos señalar, asimismo, estos diversos proyectos enfrentaron respuestas conservadoras que se fueron consolidando en la década siguiente. Nos preocupaba especialmente mostrar que la consecuente profundización del enfrentamiento había hecho que con demasiada frecuencia las memorias del período quedaran encapsuladas en los aspectos relativos a la violencia política como principal marca epocal. De esta manera, otras dimensiones de la conflictividad de esos años eran soslayadas por una literatura que indagaba mucho en las relaciones entre actores políticos y Estado (con el extremo de la llamada "teoría de los dos demonios") y poco en otros aspectos culturales, sociales e ideológicos. Partiendo entonces de la constatación de que existía un océano inexplorado de debates y propuestas que habían signado la segunda mitad del siglo veinte uruguayo, nos propusimos elaborar un glosario de conceptos históricos que nos permitiera recorrer transversalmente toda la época y reconstruir continuidades y discontinuidades. Aunque la inspiración provenía inequívocamente de la llamada "historia conceptual", desde un comienzo tuvimos claro que no podríamos atenernos a sus lineamientos teóricos y metodológicos. Esta perspectiva se distanció de la tradicional historia de las ideas, abandonando el rastreo de genealogías y antecedentes de autores y escuelas de pensamiento para reponer la contingencia de los usos y sentidos de los conceptos modernos, que aparecieron como verdaderos campos de batalla semánticos en la obra de autores tan diversos como Quentin Skinner, Reinhart Koselleck y Pierre Rosanvallon, por mencionar tres tradiciones nacionales esenciales en esta verdadera revolución de la historiografía contemporánea.[3] Este enfoque aterrizó en América Latina al despuntar el nuevo milenio de la mano de Javier Fernández Sebastián y el proyecto Iberconceptos, centrado en el período 1750-1870, cuando se produjo una mutación sustancial en los lenguajes que daban sentido a la vida política y social del espacio Atlántico.[4] El libro Historia conceptual: Voces y conceptos de la política oriental, coordinado por Gerardo Caetano, trajo a Uruguay esta perspectiva de estudio de los más importantes conceptos, lenguajes y metáforas políticas que circularon en este territorio desde mediados del siglo XVII hasta fines del XIX.[5] Más allá del innegable parentesco con estos trabajos adscriptos a la corriente de la historia conceptual, nuestro abordaje de la segunda mitad del siglo veinte uruguayo nos puso en un camino a la vez más simple (o menos sofisticado) en términos teóricos y más complejo en el nivel heurístico. Esto derivaba de la necesidad de dar cuenta de las particularidades de estudiar una época signada por la explosiva ampliación de la esfera pública a partir del desarrollo de las industrias culturales de masas. Además, como dijimos, nuestro punto de partida no era la adscripción a un enfoque historiográfico determinado sino una evaluación crítica de nuestro campo de estudios con la voluntad de ampliar el rango de temas y perspectivas mediante el análisis de las disputas por el sentido de algunos conceptos claves utilizados por los actores del período. Con este objetivo en mente convocamos a un equipo de siete investigadores que en su mayoría estaba realizando estudios de posgrado sobre la etapa que nos preocupaba. Las reuniones mensuales que mantuvimos durante el primer año comenzaron por la discusión colectiva de algunos textos de la llamada "historia conceptual" (incluyendo los autores mencionados anteriormente) para afinar nuestra perspectiva, y se centraron luego en la definición de un posible listado de términos a ser abordados individualmente. Tratamos entonces de identificar qué palabras capturaban mejor los debates y conflictos del período. La palabra "revolución", que sólo por motivos logísticos no quedó en la selección final, permite ejemplificar nuestra búsqueda en esas primeras reuniones: aparecía en los planes desarrollistas elaborados por los gobiernos blancos a comienzos de los sesenta, se hizo por supuesto bandera principal de los diferentes grupos de la izquierda política, encarnó la voluntad rupturista de algunos sectores juveniles de la contracultura y fue utilizada también por el presidente de facto Juan María Bordaberry en los primeros años de la dictadura. Aunque obviamente dibujaba horizontes completamente diferentes para cada uno, su recurrencia indica una extendida demanda de cambios sociales radicales que no se canceló con el corte autoritario de 1973. Así, las tempranas discusiones sobre este ejemplo reafirmaron, además de la importancia de prestar atención a sus usos y significados en boca de cada actor, la pertinencia de asumir una periodización amplia que nos permitiera repensar los cortes temporales más asumidos en nuestra historiografía local. Logramos finalmente definir un listado de conceptos y distribuirlos entre los investigadores intentando contemplar los intereses y perfiles disciplinarios de cada uno. Así, "comunismo" y "democracia" quedaron a cargo del historiador Mauricio Bruno; "crisis" y "homosexual", en manos del especialista en género y doctor en ciencias sociales Diego Sempol; "derechos humanos" y "juventud" fueron asignados a Vania Markarian, con antecedentes en ambos temas; "desarrollo" y "técnicos" a María Eugenia Jung, quien trabaja en su tesis la modernización universitaria; "fascismo" a Gabriel Bucheli, quien se encuentra finalizando su maestría sobre grupos de derecha; "guerra" y "liberación" fueron adjudicados a Carla Larrobla, quien también está culminando su maestría sobre los Tupamaros; "intelectual" y "libertad" a Gabriel Lagos, que proviene de la literatura; "masas" y "modernización" fueron tomados por Isabel Wschebor que se especializa en historia de los medios audiovisuales; "nación" y "orden" por Javier Correa quien ha trabajado también sobre políticas represivas; y, por último, "pueblo" y "cantegril" fueron abordados por Aldo Marchesi, que está iniciando un proyecto sobre desigualdad y pobreza urbana. Todos los investigadores avanzaron con su trabajo en consulta con los coordinadores y sometieron sus primeros avances a la discusión colectiva. Finalmente, sin embargo, las restricciones de recursos y tiempos que todos los universitarios conocemos determinaron que algunos abandonaran el proyecto y otros decidieran concentrarse en sólo una de las palabras que les fueran asignadas. Los cuatro conceptos que ahora presentamos son "democracia", "técnicos", "masas" y "homosexual". Creemos que a pesar de ser sólo una pequeña muestra del ambicioso planteo original los resultados dan cuenta de las búsquedas por renovar la agenda temática de la historia uruguaya de la segunda mitad del siglo XX. Abre el dossier el trabajo de Mauricio Bruno, que recorre a lo largo del período los diferentes significados que fue adquiriendo la palabra "democracia". El principal logro del texto, de acuerdo a nuestro punto de partida, es interpelar una de las tensiones subyacentes en los enfoques de la llamada "historia reciente", específicamente la dicotomía tajante que se suele establecer entre autoritarismo y democracia. Bruno, por el contrario, muestra cómo un amplio espectro de actores, incluyendo aquellos firmes promotores de proyectos autoritarios, intentaron apropiarse del concepto de democracia en esta etapa. En segundo lugar, el texto de Diego Sempol recorre la trayectoria de la palabra "homosexual" desde los años sesenta hasta el retorno democrático de los ochenta. El autor pasa revista a las aproximaciones realizadas desde diferentes campos profesionales y disciplinarios, atendiendo también a su presencia en los debates públicos para sugerir que los cambios políticos tuvieron cierta incidencia en los usos de esa palabra. De este modo, se propone un recorrido original que se escapa de los enfoques políticos tradicionales sobre la historia reciente pero que de todos modos integra la dimensión política de toda disputa por el sentido. También el artículo de Isabel Wschebor sobre el concepto de "masas" dialoga con esa producción académica y amplía la visión predominante de lo político. Mientras en la historiografía del período el término aparece generalmente asociado a la movilización sindical y estudiantil de fines de los sesenta, la autora recupera aquí los usos del concepto en las décadas previas. Por otra parte, vincula sus usos políticos a los significados culturales asociados a la llamada "sociedad de masas" y las transformaciones en el mundo de los medios y las formas de comunicación. Por último, el trabajo de Maria Eugenia Jung pone la atención sobre la palabra "técnicos", que refiere a un actor central del período que ha recibido escasa atención historiográfica. Al detenerse en un tiempo marcado por el incremento del poder de los organismos internacionales en los diseños de las políticas locales a partir de un discurso que enfatizaba las dimensiones técnicas de la transformación por sobre sus consecuencias políticas, Jung muestra la profunda imbricación entre ambos aspectos y las profundas implicancias políticas de un término que parecía rechazar una lectura en esa clave. Se trata sólo de una pequeña porción del listado definido al iniciar el trabajo colectivo y es claro que la muestra es insuficiente para redefinir la agenda de nuestro campo de estudios. Sin embargo, creemos que, tomados en su conjunto, estos cuatro textos logran ampliar el repertorio de temas y actores de nuestra historia reciente y abrir una ventana hacia las posibilidades analíticas de un enfoque de este tipo. Ver: Aldo Marchesi y Vania Markarian, "Cinco décadas de estudios sobre la crisis, la democracia y el autoritarismo en Uruguay", Contemporánea n° 3, 2012. ↑ Ver: Alvaro Rico, Cómo nos domina la clase gobernante: orden político y obediencia social en la democracia posdictadura Uruguay, 1985-2005, Montevideo, Trilce, 2005. ↑ Ver, por ejemplo, Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, "A manera de introducción: Historia, lenguaje y política", Ayer n° 53/1, 2004. ↑ Ver: J. Fernández Sebastián (dir.), Diccionario político y social del mundo iberoamericano I y II, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009 y 2014; Ver también www.iberconceptos.net ↑ Ver: Gerardo Caetano (dir.), Historia conceptual: Voces y conceptos de la política oriental, 1750-1870, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2013. ↑

Editorial
Wir haben in den letzten Jahren eine Trendwende miterlebt. Digitale Spiele, noch vor einigen Jahren in der Öffentlichkeit fast ausschließlich skeptisch betrachtet und in den Medien in Partnerschaft mit Jugendgefährdung, Amokläufen und Gewalt gestellt, werden heute auch auf ihre positiven Potenziale hin untersucht und sogar pädagogisch-didaktisch eingesetzt. Game Based Learning zur Beschreibung für den spielerischen Lernprozess, Serious Games als Kategorisierung für unterhaltsame, interaktive Bildungsprogramme oder Gamification als Integration spielerischer Elemente in nicht-spielerische formale Lernsettings sind hier beispielhafte Schlagworte. Diese Diskussion um Lernpotenziale digitaler Spiele führen wir vor allem deshalb, weil der hohe Motivationsfaktor virtueller Spielszenarien auch für so 'nüchterne' Phänomene wie das 'Lernen' fruchtbar gemacht werden kann.
Die Zunahme wissenschaftlicher Publikationen in den letzten Jahren, die von positiven Effekten von digitalen Spielen berichten, verdeutlicht diesen Stimmungsumschwung in der Diskussion um digitale Spiele hin zu einer ganzheitlichen Perspektive, in der nicht allein schädliche Auswirkungen thematisiert werden. Neben einer 'pädagogisierenden' Indienstnahme greift diese Entwicklung zudem die Bewertung von digitalen Spielen im Alltag auf. Fragt man darauf aufbauend nach medienpädagogischen Konsequenzen, so ist die wichtigste Empfehlung, sich nicht von Meinungen und Mythen über Digitale Spiele leiten zu lassen, sondern das konkrete Medienhandeln Heranwachsender zu erforschen und kennenzulernen. Es gilt, eine holistische, interdisziplinäre wissenschaftliche Perspektive auf digitale Spiele und das Spielen zu eröffnen und aktuelle Forschungsbefunde aufzeigen. Dies ist das Ziel der folgenden Ausführungen und der einzelnen Beiträge dieser Ausgabe der merzWissenschaft, wobei vor allem zwei Aspekte im Vordergrund stehen:Interaktionsräume digitaler Spielwelten zu beleuchten und das Bildungs- und Lernpotenzial digitaler Spiele zu diskutieren. Interaktionsräume digitaler SpielweltenDie Medialität von digitalen Spielen ermöglicht nicht nur, sie als Erzählmedien zu charakterisieren: Diese eröffnen vielmehr auch Kommunikations-, Interaktions- und Sozialräume. Auch hier erleben wir in den letzten Jahren einen Trend, wonach das einsame Offline-Spielen zugunsten des Spielens mit anderen im Netz abnimmt. Sicherlich stellen die in den vergangenen zehn Jahren deutlich schneller gewordenen Netzverbindungen einen sehr wichtigen Grund für die sehr stark gestiegene Anzahl von Online-Spielenden dar. Zudem haben sich auch die wirtschaftlichen Konditionen für den Netzzugang verbessert, wie zum Beispiel an den Flatrate-Preisen abzulesen ist. Zum anderen macht das soziale Miteinander die Online-Games so attraktiv. Unter dem Aspekt der 'Geselligkeit' lässt es sich als starkes Computerspielnutzungsmotiv anführen und rekurriert auf 'virtuelle Gemeinschaften' oder Online-Communitys, die durch computervermittelte Kommunikationsprozesse über Netzwerke entstehen. In den letzten Jahren haben sich viele Kommunikations- und Medienwissenschaftlerinnen und -wissenschaftler genau mit diesem Phänomen beschäftigt: dem hohen Unterhaltungswert, mit und gegen andere online zu spielen. Durch das gemeinsame Spielen werden sozial-interaktive Bedürfnisse befriedigt, die auf dem Wunsch nach sozialem Kontakt, Wettbewerb, Geselligkeit oder auch Anerkennung beruhen. Demzufolge werden hier soziale Gratifikationen vermittelt, sodass heute das Vorurteil des sozial isolierten Computerspielers nicht mehr greift. Darüber hinaus ist zu erwähnen, dass Computerspiele bzw. digitale Spiele auch Anlässe darstellen, außerhalb des Spielgeschehens Kommunikationsprozesse zu ini­tiieren, denn die Einbettung der Rezeption der Spiele in die Bedingungen und Strukturen des Alltagshandelns impliziert den Stellenwert des Mediums und seiner Inhalte als thematische und kommunikative Ressourcen im Alltagsleben. Daraus ergeben sich verschiedene Fragen: Welche Bedeutung hat Spielen für die Interaktion in der Peergroup, in der Familie oder in erzieherischen Kontexten? Wie sind diese Räume strukturiert?Einen ersten Einstieg in das Thema bildet der Beitrag von Elke Hemminger mit dem Titel Lernraum, Fluchtraum, Lebensraum: Digitale Spiele zwischen gesellschaftlichem Diskurs und individueller Spielerfahrung. Wie beschrieben, wurden digitale Spiele – und werden sie teilweise auch heute noch – eher aus einer kulturpessimistischen Perspektive betrachtet, vor allem von Nicht-Spielenden. Die Autorin macht in diesem Zusammenhang eine Kluft aus zwischen der Laienperspektive (der gesellschaftliche Diskurs) und der Innensicht auf digitale Spielwelten (die Bedeutung des digitalen Spiels und die sich daraus erschließenden Räume für die Spielenden selbst). Ein besonderer Fokus der Analyse liegt hierbei auf phänomenologischen Konzepten zur Konstruktion von Wirklichkeit in digitalen Räumen. Die hier dargestellten Erkenntnisse, die auf eigenen Vorarbeiten aufbauen und Ergebnisse einer Kombination aus Diskursanalyse, teilnehmenden Beobachtungen sowie Tiefeninterviews darstellen, sind nicht nur methodisch höchst interessant, sondern es findet entsprechend auch eine reflexive Betrachtung digitaler Spiele im gesellschaftlichen Kontext statt. Ziel des Artikels ist es, zentrale Fragestellungen zu entwickeln, mit denen ein gesellschaftlich sinnvoller Umgang mit der wachsenden Divergenz kleiner sozialer Lebenswelten angeregt werden kann.
Aus diesen Überlegungen ergibt sich konsequenterweise, dass es unter medienpädagogischen Gesichtspunkten zentral erscheint, digitale Spielwelten im Sinne von Kommunikationsräumen, auch als Möglichkeiten der aktiven, partizipativen Teilhabe zu fördern und zu verstehen. Es geht um die Mitwirkung an gesellschaftlichen Prozessen und Diskursen, hier die Chance auf Mitgestaltung digitaler Spielwelten als soziale Lebenswelten. An dieser Stelle setzen Angelika Beranek und Sebastian Ring an. Sie nehmen in ihrem Beitrag "Nicht nur Spiel – Medienhandeln in digitalen Spielwelten als Vorstufe zu Partizipation" digitale Spielwelten und ihre Strukturen hinsichtlich ihrer Partizipationspotenziale für heranwachsende Computerspielende in den Blick. Unter Partizipation verstehen Beranek und Ring die Teilhabe an der Gestaltung der eigenen Lebenswelt mit engem Bezug zu aktuellen Interessen, zu denen selbstverständlich auch – hier bei Heranwachsenden – digitale Spiele gehören. Relevant in diesem Zusammenhang sind Kommunikationsangebote der konvergenten Medienwelt, zum Beispiel Foren, Communitys, Clans, Vertriebs- und Chatplattformen et cetera. So erfolgt in dem Beitrag eine Analyse, die den Diskurs und die Chancen auf Partizipation rahmenden Strukturen digitaler Spielwelten als Spiel- und Interaktionsräume in den Blick nehmen. Um ein besseres Verständnis von pädagogischen Handlungsbedarfen zur Förderung der Beteiligung in digitalen Spielwelten und partizipationsrelevanter Kompetenzen sowie von Ansprüchen an die Gestaltung digitaler Spiele und spielbezogener Kommunikationsplattformen zu erlangen, wird darauffolgend ein Stufenmodell der Partizipation in digitalen Spielwelten entwickelt. Das in dem Beitrag entwickelte Stufenmodell zur Partizipation in digitalen Lebenswelten wird anhand von Beispielen für Aktivitäten von Spielenden auf der einen Seite und Rahmenbedingungen, die Anbieter durch ihre Aktivitäten schaffen können, auf der anderen Seite transparent veranschaulicht.
In einer konvergenten Medienwelt zu partizipieren und an ihr mitzuwirken, ist auch ein Ziel gelungener Medienkompetenzvermittlung. Dies betrifft natürlich auch medienerzieherische Aspekte, wobei hier die Familie eine besondere Rolle im Mediensozialisationsprozess einnimmt. Mit dem Titel "Medienerziehung und Videogames. Welche Rolle spielen die Spielhäufigkeit der Eltern und der von den Eltern vermutete Einfluss von Videogames auf ihr Kind?" wirft Lilian Suter die medienerzieherisch wichtige Frage auf, wie die Spielerfahrung und die Haltung von Eltern bezüglich Videogames mit ihrer Medienerziehung zusammenhängen. Im vorliegenden Artikel wird diese Frage explorativ anhand einer Stichprobe von Schweizer Eltern (n=596) untersucht. Auf Grundlage der quantitativen Schweizer Studie MIKE – Medien, Interaktion, Kinder, Eltern werden Typologien spielender Eltern und ihres medienerzieherischen Einflusses erstellt und diskutiert. Hier kommt die Autorin zu dem Ergebnis: Je häufiger Eltern selbst Videogames spielen und je positiver sie den Einfluss von Videogames einschätzen, desto häufiger befassen sie sich mit dem Umgang ihrer Kinder mit Videogames. Das eigene Spielverhalten der Eltern hat demzufolge einen starken Einfluss auf das erzieherische Handeln.
An dieser Stelle lässt sich konstatieren, dass die Interaktion zwischen Eltern und ihren Kindern mit und über Spiele in der Sozialisation von Heranwachsenden in der Familie als ihrem sozialökologischen Zentrum von besonderer Relevanz ist. Das gilt insbesondere, wenn es auch um Risiken und Gefahren der Mediennutzung geht. Dies kann zum Beispiel eine exzessive Spielenutzung sein, ein Thema, mit dem sich Lena Rosenkranz in ihrem "Beitrag familiale Interaktionen im Kontext einer exzessiven oder suchtartigen Onlinespiele-Nutzung" auseinandersetzt. Nach der Veranschaulichung zentraler Merkmale exzessiver und suchtartiger Onlinespiele-Nutzung werden in dem Artikel drei von zehn angefertigten Familien-Falldarstellungen beschrieben und analysiert, in denen die Nutzung von Online-Spielen ein Problem darstellt. Gerade die Auswertung von Familien-Interviews (hier: männliche Heranwachsende und ihre Mütter) zum Zusammenhang zwischen einer exzessiven Spiele-Nutzung, der Qualität der Familienbeziehungen und adoleszenztypischen Veränderungsprozessen scheint gewinnbringend. Der Einbezug des familiären Kontexts im Rahmen eines qualitativen und längsschnittlichen Designs zur Untersuchung von exzessivem Spielverhalten macht den Beitrag ertragreich. Dabei wird herausgearbeitet, inwiefern (medien-)erzieherische Verhaltensweisen der Eltern sowie adoleszenztypische Veränderungsprozesse das Problem in der Familie erklären können. Abschließend werden Folgerungen für die pädagogische oder psychologische Arbeit mit Familien formuliert.
Eingangs wurde herausgestellt, dass die Anzahl der Onlinespielerinnen und -spieler deutlich zunimmt, während das Spielen offline – gerade unter Jugendlichen und Erwachsenen – eher zurückgeht. Dies mag zwar einerseits den technischen Möglichkeiten und dem Preis-Leistungs-Verhältnis geschuldet sein, die mehr und mehr dazu einladen, online zu spielen, kann aber in Anbetracht der derzeit beliebtesten Onlinespiele auch als ein Indiz für ein bestimmtes Spielgenre angesehen werden, das besonders zum Spielen einlädt. An dieser Stelle wird auf die sogenannten "Massive Multiplayer Online Role Playing Games" (MMORPG) angespielt, deren Nutzendenzahlen erheblich zugenommen haben und die besonders aufgrund ihrer Spielstruktur zum Weiterspielen und zum gemeinsamen Spielen (z. B. durch Raidinstanzen) einladen. In dem Beitrag von Rosenkranz, war es im dritten Fallbeispiel (Daniel) das MMORPG World of Warcraft, das den Befragten besonders fasziniert hat. Mit diesem speziellen Spiel setzt sich auch der nächste Beitrag auseinander, in dem der Umgang mit Konflikten in leistungsorientierten MMORPG­-Gruppen auf Basis einer Untersuchung in "WoW-Gilden" analysiert wird. Betrachtet man Online-Spiele, wie hier etwa das Rollenspiel World of Warcraft, dann ist herauszustellen, dass dessen Erfolg ohne die implementierten Kommunikationsprozesse kaum denkbar wäre. So lautet der Beitrag von Kerstin Raudonat: "Störungen haben Vorrang? Das Störungspostulat im Kontext von Interaktionsräumen digitaler Spielwelten und dem Umgang mit Konflikten in leistungsorientierten MMORPG-Gruppen". Störungen in sozialen Situationen den Vorrang zu geben – das kennen wir beispielsweise auch von der Interviewführung in Forschungskontexten – bedeutet letztlich anzuerkennen, dass bei ihrer Nichtbeachtung stattfindende Prozesse beeinträchtigt werden können. Die Ergebnisse (das Datenmaterial bestand aus Spielvideos, Memos und Screenshots aufgrund teilnehmender Beobachtung in leistungsorientierten Raidgruppen und Interviews mit Langzeitspielenden) ermöglichen hier eine differenziertere Betrachtung. Sie implizieren, dass in speziellen sozialen Spielsituationen (hier in Raidsituationen) die gezielte Missachtung des Prinzips, Störungen den Vorrang zu geben, Gruppenprozesse eher in positiver als in negativer Weise beeinflusst. Zwar ist der Umgang mit Störungen für die Performanz der Gruppe von Bedeutung, so die Autorin, aber eine Auslagerung von Konfliktbewältigung auf Kontexte und Räume außerhalb des Raidens wird als effektiv und auch förderlich für die Gruppe begriffen. Man könnte dies also wie folgt zusammenfassen: Konfliktunterdrückung während der Spielsituation und Konfliktbearbeitung danach.Bildungs- und Lernpotenzial digitaler Spiele Der Umgang mit Konfliktsituationen in sozialen Interaktionen stellt für eine soziale Gruppe immer auch einen Lernprozess dar. Dabei konzentrierten sich die ersten Forschungen zum Thema Computerspielen und Lernen vor allem auf informelle Lernprozesse, also jene, die außerhalb formalisierter und institutionalisierter Lern- und Bildungskontexte stattfinden. Computerspiele, die in erster Linie unterhaltungsorientiert gestaltet sind und mit denen nichtintentionales Lernen verbunden wird, waren bislang dem informellen Kompetenzerwerb bzw. dem informellen Lernen zuzuordnen. Seit einiger Zeit wird jedoch auch die Diskussion geführt, ob sich Computerspiele nicht auch für formale Bildungskontexte wie etwa für die Schule eignen oder sich sinnvoll in die Aus- und Weiterbildung integrieren lassen. Hier hat sich neben dem Begriff der Serious Games ein weiteres Schlagwort etabliert: Gamification, also die Anwendung von Spielprinzipien auf andere Lebens- und Handlungsbereiche. Die Elemente und Mechanismen des digitalen Spiels können bzw. sollen beispielsweise in den formalen Lernprozess übertragen werden. Mit diesem Thema setzt sich René Barth in seinem Beitrag "Gamifizierte Anwendungen zur Beeinflussung nicht freiwilliger Handlungen: Freiwilligkeit und Autonomie im Spannungsfeld institutionell sanktionierter Normen" auseinander. So besitzen gamifizierte Anwendungen trotz ihres extrinsischen Charakters das Potenzial, intrinsisch zu motivieren – so die These des Autors – und können somit einen langfristig positiven Effekt auf schulische Leistungen ausüben. Dies können sie erreichen, indem sie der nicht-spielerischen Situation den Anschein des freiwilligen und mithin des Spielerischen verleihen. Kraft dieser Illusion werden im Grunde unfreiwillige Handlungen schließlich als Bestandteile des freiwillig aufgenommenen 'Spiels' wahrgenommen. Ziel des Beitrags ist es, den Gamification-Ansatz im Hinblick auf den schulischen Zwang (Schulpflicht) zu kategorisieren. Der Beitrag hat somit einen originellen Wert, der sich aus dem Spannungsverhältnis zwischen einem genuin freiwilligen Charakter des Spiels und institutionalisierten Normen ergibt. Der Beitrag weist einen klaren Bezug zu aktuellen Debatten auf und pointiert die Notwendigkeit einer kategorisierenden Begriffsbestimmung von Gamification und ihrer Relevanz für formelle Bildungsprozesse.
Spielen als eine wichtige Form der Weltaneignung hat seit jeher einen festen Platz in verschiedenen Bildungsbereichen, vor allem im Bereich der frühkindlichen Bildung. Welche Potenziale, aber auch Limitationen liegen in der sogenannten Gamification? Mit ihrem Beitrag "Digitale Applikationen in der (Zweit-)Sprachförderung von Grundschulkindern: Möglichkeiten und Grenzen" gehen Ute Ritterfeld, Anja Starke und Juliane Mühlhaus dieser Frage nach. Sie stellen fest, dass Apps ein hohes Potenzial für die Sprachförderung bieten, wenn die Verbindung von sprachförderdidaktischen Prinzipien und Gamification-Elementen gelingt. Die vier in dem Beitrag untersuchten und kostenlos verfügbaren Apps mit Sprachausgabe überzeugten die Forscherinnen aber noch nicht. Anhand einer Beobachtungsstudie (n=36) konnte jedoch gezeigt werden, dass kürzlich zugewanderte Grundschulkinder über die nötige Medienkompetenz verfügen, um Apps intuitiv bedienen zu können.
Bei Serious Games stellt sich – wie auch bei digitalen Spielen im Allgemeinen – die Frage einer zielgruppenspezifischen Konzeption von Spielen. Neben dem Alter werden in der Betrachtung statistischer Nutzendenzahlen vor allem geschlechtsspezifische Differenzen zwischen den Nutzungsgewohnheiten hervorgehoben. Allerdings sind digitale Spiele heute längst kein 'Jungs-Thema' mehr. So hat sich in den letzten Jahren die Nutzungshäufigkeit zwischen den Geschlechtern immer mehr angeglichen. Allerdings bestehen hier trotzdem noch quantitative und qualitative geschlechtsspezifische Unterschiede in der Intensität und der Spieleauswahl. fragt man zum Beispiel, was Mädchen und Frauen sich in Spielen wünschen, dann werden beispielsweise Spiele genannt, die eine gewisse Handlungsfreiheit ermöglichen, anspruchsvolle Rätsel beinhalten oder die Möglichkeit bieten, kooperativ mit anderen zu spielen. Nicht zuletzt wird dabei auch "immer wieder der Wunsch nach weiblichen Spielcharakteren geäußert" (vgl. Witting 2010, S. 119). Dieser Wunsch ist aus der Perspektive der Spielerinnen nachvollziehbar, denn die Hauptcharaktere in digitalen Spielen werden nach wie vor vornehmlich an männliche Spielfiguren vergeben. Die Bedeutung und Repräsentation von weiblichen und männlichen Spielfiguren hat sich dabei zu einem eigenen Forschungsthema entwickelt, wobei insgesamt von Spielerinnen – aber auch von Spielern – ein differenzierteres, weniger klischeehaftes Angebot an Spielfiguren als wünschenswert angesehen wird. Aus diesem Grund wäre es wichtig, bei der Konzeption digitaler Spiele die Vorstellungen von Männern und Frauen über ihre bevorzugten Typen von Spielen und Spielfiguren einzubeziehen. Dieser Herausforderung stellen sich Christiane Eichenberg, Cornelia Küsel und Brigitte Sindelar, die sich in ihrem Artikel "Computerspiele im Kindes- und Jugendalter: Geschlechtsspezifische Unterschiede in der Präferenz von Spielgenres, Spielanforderungen und Spielfiguren und ihre Bedeutung für die Konzeption von Serious Games" genau mit dieser Thematik – allerdings speziell bezogen auf Serious Games – auseinandersetzen. Die Autorinnen bereiten den Forschungsstand zu diesem Sujet auf und fassen entsprechend in ihrem Beitrag aktuelle Forschungsbefunde zu geschlechtsspezifischen Präferenzen bezüglich Spielgenres, Spielanforderungen und Spielfiguren von Computerspielerinnen und -spielern im Kindes- und Jugendalter zusammen. Ziel des Beitrags ist es, medienkonzeptionelle wie auch entwicklungspsychologische Implikationen für Serious Games abzuleiten und kritisch zu reflektieren. Der Begriff Serious Games als Genrebezeichnung im Kontext digitaler Spiele wurde erstmals 2002 in der Veröffentlichung "America's Army" durch die US-Armee verwendet. Dieser kostenlose First-Person-Shooter, konzipiert als Rekrutierungswerkzeug der US-Armee, führte zu einer deutlichen Steigerung der Anzahl der Bewerbungen für den Armeedienst. Heute werden Serious Games für viele unterschiedliche gesellschaftliche Bereiche (Gesundheit, Weiterbildung, Training etc.) als nutzbringend ausgewiesen. Darüber hinaus rekurrieren sie auch auf das Potenzial des Kompetenzerwerbs. In Bezug auf das Thema Kompetenzdimensionen und digitale Spiele im Allgemeinen bieten die Forschungsarbeiten von Gebel, Gurt und Wagner (2004) einen ersten Überblick. Die Autorinnen und der Autor schlagen in diesem Zusammenhang eine Differenzierung vor, die die Kompetenzdimensionen von Computerspielen in fünf Bereiche gliedert: kognitive Kompetenzen, soziale Kompetenzen, personale bzw. persönlichkeitsbezogene Kompetenzen, Medienkompetenz und Sensomotorik. Diese Einteilung lässt sich auch auf Serious Games anwenden, wie der Beitrag von Tobias Füchslin verdeutlicht, in dem vor allem kognitive Kompetenzen im Mittelpunkt stehen: Mit dem Titel "What are you folding for? Nutzungsmotivationen von Citizen Science Online Games und ihre Lerneffekte" stellt der Autor eine Studie mit 260 Spielerinnen und Spielern der Spiele foldit, EteRNA und EyeWire bezüglich ihrer Nutzungsmotivationen und selbsteingeschätzter Lerneffekte der Spiele vor. Der Beitrag hat zum Ziel, digitale Citizen-Science-Projekte als Serious Games für die Pädagogik bzw. zugunsten von Lerneffekten nutzbar zu machen, indem die Nutzungsmotive erfasst werden. Ein Ergebnis der Studie ist, dass die Spiele aus vielfältigen Gründen – nämlich aus sozialen, unterhaltungsbezogenen und kompetitiven Aspekten – genutzt werden. Mithilfe einer Onlinebefragung und der Methode der Clusteranalyse wurden fünf Motivationstypen identifiziert: Enthusiasten, Soziale, Unterhaltene, Kompetitive und Demotivierte. Die Typen unterscheiden sich anhand ihrer Lerneffekte und legen die Wichtigkeit der Nutzungsmotivationen offen. Insgesamt zeigt sich, dass Citizen Science Online Games nicht nur Wissen direkt vermitteln, sondern auch zu eigener Informationssuche anspornen können. Neben der Analyse kognitiver Kompetenzen findet derzeit auch zunehmend eine umfängliche Forschung zu sozialen Kompetenzen im Bereich der digitalen Spiele statt. Soziale Kompetenzen werden häufig auch als "soft skills" ("weiche Kompetenzen") bezeichnet. Es gibt unterschiedliche Überlegungen in der Wissenschaft, wie diese sich differenzieren lassen, allerdings besteht weitgehend Einigkeit darüber, dass es eine allgemeingültige Begriffserklärung nicht gibt, weshalb der Terminus auch im Plural gebraucht werden sollte. für die vorliegende Frage stellung erscheint es sinnvoll, soziale Kompetenzen einerseits auf den allgemeinen Umgang mit anderen Menschen zu beziehen. Dies wäre etwa die Fähigkeit zu Toleranz, Achtung, Empathie oder Sensibilität. Andererseits lassen sich soziale Kompetenzen auch im Hinblick auf den Arbeitsmarkt differenzieren. Hier werden Kompetenzen gesucht, die erstens auf die Zusammenarbeit rekurrieren wie Teamfähigkeit oder Konfliktfähigkeit. Zweitens gibt es bestimmte Führungsqualitäten, die sich als soziale Kompetenzen lesen lassen wie etwa Durchsetzungsfähigkeit, Flexibilität oder Verantwortungsgefühl. Soziale Kompetenzen im medialen Sektor ermöglichen den sinnvollen Umgang mit Kommunikationsmustern. Beziehungen und Beziehungsangebote sind immer stärker medial gebunden und verändern dementsprechend die Parameter der herkömmlichen Kommunikationsbedingungen, sodass sich die Menschen auf neue Beziehungsformen einstellen müssen. Insgesamt stellen die sozialen Kompetenzen, so die derzeitige Diskussion, die erhöhten Ansprüche einer sich verändernden Arbeitswelt dar.
Mit dem Potenzial des sozialen Kompetenz­erwerbs durch digitale Spiele im Hinblick auf Möglichkeiten der Förderung des ethischen Reflexionsvermögens und der moralischen Entscheidungskompetenz setzt sich der Beitrag von André Weßel "Ethik und Games. Möglichkeiten digitaler Spiele zur Reflexion moralischen Handelns" auseinander. Der Autor möchte dabei gleichzeitig ein didaktisches Modell vorstellen, wie diese Reflexionsprozesse in formalen und non-formalen Kontexten gefördert werden können. Das Forschungsdesign ist explorativ, es wurden videogefilmte Spielsessions mit anschließender Gruppendiskussion mit 16- bis 19-Jährigen durchgeführt. Die Auswertung erfolgte mittels qualitativer Inhaltsanalyse. Im vorliegenden Beitrag wird demzufolge auf der Basis einer empirischen Studie der Frage nach den Möglichkeiten digitaler Spiele zur Reflexion moralischen Handelns nachgegangen. Das hierzu entwickelte Forschungssetting kann gleichzeitig als Vorlage für Lehr-/Lernsettings fungieren.
Gute Lehr- und Lernsettings zu konzipieren ist eine herausfordernde Aufgabe medienpädagogisch Handelnder. Die bisher vorgestellten Beiträge sind vor allem theoretisch oder empirisch fundiert. Mit dem letzten Beitrag "The Video Game Education in an Informal Context. A Case Study: The Young People of Centro TAU – a Youth Club of Palermo (Sicily, Italy)" von Annalisa Castronovo und Marcello Marinisi wird darum abschließend ein Best Practice Projekt vorgestellt, das mit unterschiedlichen Partnern durchgeführt wurde. Das Projekt wurde mit Heranwachsenden durchgeführt, die in Zisa, einem der ärmsten Stadteile von Palermo wohnen. Die  Fragestellung des Projekts lautete, inwieweit das Computerspiel SimCity (kompetent) für informelle oder non-formale Lernprozesse nutzbar gemacht werden kann, um kreativ den eigenen Stadttteil zu reflektieren und zu verbessern. Durchgeführt wurde das Projekt im Centro TAU, einem Jugendclub im Zentrum der Stadt. Besonders hervorzuheben bei der Projektkonzeption sind das niedrigschwellige Angebot und die Relevanz des Themas für die Zielgruppe in Bezug auf ihre eigene Lebenswelt. Ziel ist das Erlernen von Medien- und kommunikativer Kompetenz unter unterschiedlichen Gesichtspunkten (z. B. kritisches Reflektieren). Die mit dem Projekt verbundenen medienpädagogischen Intentionen und Ziele fanden bei den Jugendlichen Anklang und konnten erreicht werden.
Insgesamt möchten wir uns bei den Autorinnen und Autoren für ihre Beiträge bedanken, liefern sie doch wichtige, zentrale Forschungsbefunde zu und Einsichten in die Interaktionsräume digitaler Spielwelten, deren Chancen, aber auch Limitationen hinsichtlich des Lernpotenzials digitaler Spiele. Allerdings sind noch weitere theoretische und empirische Arbeiten in diesem Feld vonnöten. Dies betrifft zum Beispiel die Genreeinteilung. Betrachtet man die Genrevielfalt digitaler Spiele, dann zeigt sich schnell, dass Genres wichtige Orientierungspunkte für Produzierende und Handelnde sind. Allerdings besteht eine Schwierigkeit darin, Computerspiele immer eindeutig nach Genres zuzuordnen. In diesem Kontext herrscht zwischen Wissenschaft und Praxis keine genaue Übereinstimmung darüber, wie eine Genre-Zuordnung aussehen könnte. Dies liegt auch vor allen darin begründet, dass häufig digitale Spiele auf den Markt kommen, die sich mehrerer Genres bedienen, wodurch eine konkrete Einordnung erschwert wird. Versucht man, eine Kategorisierung von digitalen Spielen inhaltlich vorzunehmen, dann stellen sich mehrere Probleme. Erstens ist die Genredefinition diffus und zweitens gibt es bei den Spielen starke Genreüberschneidungen. Somit ist die inhaltliche und gestalterische Komplexität vieler Spiele ausschlaggebend dafür, dass eine Zuordnung häufig sehr schwer fällt. Dies zeigt sich zum Beispiel dann, wenn ein Spiel wie Die Sims in drei verschiedenen Jahren unter drei verschiedene Kategorien gefasst wurde: In der JIM-Studie 2005 fiel das Computerspiel Die Sims unter Strategie-/Denkspiele, in der KIM-Studie 2006 unter Simulationsspiele und in der JIM-Studie 2008 unter Strategiespiele. Eine einheitliche Genreeinteilung wäre zwar hilfreich, wurde allerdings bis heute nicht vorgenommen. Christoph Klimmt sieht die Schwierigkeit, digitale Spiele nicht typologisieren zu können, in der "rasanten Verbreitung und ihrer herausragenden Stellung unter den media­len Unterhaltungsangeboten" (Klimmt 2001, S. 480). Diese Einschätzung hat in den letzten 15 Jahren aufgrund der starken Zunahme von Computerspielen an Gewicht gewonnen. Digitale Spiele einzuordnen, stellt Forschende bzw. die Wissenschaft, aber auch die Praxis vor große Herausforderungen. Nimmt man als Beispiel die Unterhaltungssoftware Selbstkontrolle (USK), also die Institution, die die Altersfreigabe für Computerspiele regelt, dann kämpft auch diese mit den Schwierigkeiten der Genreeinteilung. Die USK bemüht sich um entsprechende Genredefinitionen und muss dabei mit der Herausforderung zahlreicher Mischformen, die auf dem Markt zu finden sind, umgehen. Ähnliches gilt auch für die Bundeszentrale für politische Bildung (bpb). Somit ergeben sich Überschneidungen bei den Kategorien, da häufig die Einteilung nicht nur auf den Inhalt rekurriert, sondern auch auf die zu erfüllende Anforderung. In diesem Sinn handelt es sich bei digitalen Spielen um "hochgradig hybride mediale Artefakte" (vgl. Beil 2015, S. 30), die weiterer Forschung bedürfen. Dies trifft gewiss auch auf die Frage nach einer weiteren Klassifizierung von Serious Games zu. So werden Serious Games, die sich mit gesundheitlichen Aspekten auseinandersetzen, als Health Games bezeichnet, doch auch sie vermitteln bestimmte Lernziele und werden zudem auch als Educational Games bezeichnet. Dieses 'Begriffs-Wirrwarr' gilt es aufzulösen. Diese Aufgabe bzw. Herausforderung wird umso virulenter, wenn wir neue Technologien einbeziehen. So ist beispielsweise die Nutzung von VR-Datenbrillen in digitalen Spielen bisher noch kaum erforscht. Eine mögliche These ist, dass diese in der Lage sind, starke Präsenzgefühle auszulösen und Immersion zu erzeugen. Die Unterscheidung zwischen natürlicher und virtueller Realität löst sich auf. Dies könnte auf der einen Seite als Potenzial für Serious Games betrachtet werden, da durch die Nutzung von VR-Brillen beispielsweise eine starke Identifikation mit dem Avatar stattfinden kann und Zusammenhänge besser emotional nachvollzogen werden können. Diese Überlegungen führen zum Beispiel zu der Frage, inwiefern Computerspiele dazu geeignet sind, soziale Kompetenzen, konkret zum Beispiel die Empathiefähigkeit, zu fördern. Dies ist das Ziel der sogenannten Empathy-Games, wobei sich auch hier abermals die Frage der Klassifikation stellt, die bisher noch fehlt. Weiter setzen VR-Technologien voraus, dass sich die Handelnden in gewisser Weise von ihrer Außenwelt, von ihrem sozialen Kontext abschirmen. Gerade dieser Umstand läuft aber auf der anderen Seite einer Förderung von sozialen Kompetenzen entgegen. Hier besteht noch immenser Forschungsbedarf, um die (zukünftige) Medienaneignung in unserer mediatisierten, medienkonvergenten Lebenswelt zu verstehen und Kinder, Jugendliche wie auch Erwachsene entsprechend medienpäda­gogisch kompetent begleiten zu können.

De haber nacido 150 años más tarde, Karl Marx probablemente habría cambiado la formulación de su tan citada máxima por "la política es el opio de los pueblos", o más correctamente, la "politización de lo político es el opio de los pueblos".Marx veía en la religión la negación de la felicidad real del pueblo. Al referirse al opio de los pueblos, plantea que la religión anestesia nuestra capacidad de acción y de pensamiento, pero también posee un carácter terapéutico destinado a reducir (y justificar) nuestro sufrimiento a través de una felicidad ilusoria. Esta felicidad es ilusoria ya que, producto de la proyección de nuestra propia miseria, recreamos la existencia de lo divino concibiendo una versión alienada y falsa del individuo, es decir de un individuo que se desconoce a sí mismo, negando su propia realidad y la manera de alcanzar la felicidad. La religión estaría destinada a justificar y perpetuar la injusticia social, a mantener el status quo y a racionalizar "espiritualmente" la transformación del individuo en objeto productivo. Luchar contra la religión sería luchar contra las interpretaciones ilusorias y mentirosas que esconden la realidad del mundo. Al mismo tiempo, luchar contra la religión sería luchar contra las instituciones del mundo real que han creado a Dios como fundamento normativo de su propia dominación. Es por eso que Marx plantea que al rechazar la religión, rechazamos la felicidad ilusoria que ésta crea, para intentar acceder a la felicidad verdadera. La religión no sería más que la experiencia de algo irreal.Este proceso de emancipación de lo religioso puede ser doloroso y hasta necesitar de la coerción y educación "forzada" del individuo, en particular en el siglo XIX a través de la separación de Iglesia y Estado y el triunfo de las fuerzas laicas. Negar la religión sería el primer paso hacia la crítica del mundo real y la emancipación del individuo de las fuerzas que lo dominan, que lo embrutecen y que le prometen un paraíso ilusorio contra una penitencia terrenal bien funesta.Si la religión era el opio de los pueblos en el siglo XIX, entonces la politización de lo político es su equivalente en el siglo XXI. Y resalto bien Lo político para distinguirlo de La política que es, ella, politizada todos los días. La distinción es relevante, ya que si el primer término hace referencia a la naturaleza misma del poder, el segundo releva del conjunto de prácticas, reglas e instituciones que regulan la actividad humana dentro de la polis, es decir que regulan el uso del poder. Lo político es aquello que radica en el centro de toda comunidad humana y constituye la verdadera polis, es decir el poder.Para los atenienses, este poder debía estar uniformemente repartido entre el conjunto de los ciudadanos, garantía necesaria contra la tiranía y la esclavitud. Si para Aristóteles el Hombre es un animal político, es porque está en su naturaleza, y es su derecho, participar en la gestión de esa comunidad humana en condiciones de libertad e igualdad. Si lo político es entonces la fundación ontológica de toda comunidad humana, la politización de lo político aliena al ciudadano de su propia naturaleza, que es el ejercicio de dicho poder. ¿Por qué? Porque la politización conduce a la idolatría, a la negación de la razón y a la pérdida de espíritu crítico, en definitiva hace de nosotros no ya animales políticos, sino corderos sumisos que renuncian a su derecho a gobernarse.La politización conduce a lo que Marx denominaba como el "mundo invertido"; el marxismo hace referencia a la inversión provocada por la revolución industrial, donde no es el sistema productivo el que está al servicio del hombre sino el hombre al servicio del sistema productivo. En el caso presente, argumento que el mundo invertido politizado es una proyección falsa de la realidad, al servicio de los políticos y del poder personal y no de los ciudadanos y de lo político. Es la reducción del espacio político constitutivo de la polis y del acceso de los ciudadanos a los mecanismos de ejercicio, gestión y control del poder.¿Qué entiendo por politización? La politización tiene tres acepciones principales, las dos primeras positivas, la última negativa. La primera hace referencia al proceso de incorporación de una temática a la vida política, estructurándola en un objeto político gracias a la red de actores e instituciones capaces de construir clivajes particulares sobre la materia, agrupar los intereses partidarios o ciudadanos y proponer soluciones de política pública. Por ejemplo, en el Uruguay el consumo, regulación y legalización de la marihuana se ha transformado en los últimos años en un objeto político. La politización puede igualmente representar un esquema cultural de movilización individual y participativa motivado por la búsqueda de bienes colectivos de naturaleza ética. La politización puede servir entonces para defender grandes causas o promover cambios sociales y políticos drásticos. Los ideales de la revolución francesa, la Carta de las Naciones Unidas o los principios del marxismo son todos ideales políticos politizados que han contribuido a cambiar el mundo.Pero la acepción a la que me refiero principalmente aquí, sin duda de manera reductora, es la politización como una estrategia de maximización rentista del usufructo del poder político y la cooptación (voluntaria) de una parte de la ciudadanía a través de redes, aparatos y políticas públicas destinadas a garantizar de manera privilegiada el acceso a los bienes públicos o a privilegios corporativos. La politización negativa es también la pérdida del espíritu crítico, anestesiado por la creencia casi religiosa y dogmática en ideales difusos e intangibles. Aquí la politización puede asimilarse o confundirse con la "partidización" de la política, del poder y de la sociedad y, en referencia a varias teorías del comportamiento político, reduce la imagen del individuo (y del votante) a la de un agente poco racional, adoctrinado y desprovisto de una real independencia de acción.En resumen, dos tipos de politización negativa emergen, la primera es el resultado de una respuesta pragmática y materialista producto del ordenamiento y regulación institucional de la política; la segunda es, como decía, el equivalente religioso y opiáceo del que Marx hablaba, cambiando tan sólo un dogmatismo religioso por un fanatismo ideológico. Las dos conducen a reducir el campo de acción ciudadano y su control sobre la y lo político.¿Por qué este extenso preámbulo? Porque considero que, en épocas electorales y de balotajes inciertos en nuestras latitudes latinoamericanas, resulta interesante reflexionar sobre el poder ciudadano y denunciar la politización extrema de nuestras sociedades como una amenaza a la democracia, al pluralismo y a la justicia.Cuando la presidenta de Brasil Dilma Rousseff denuncia negativamente la politización por parte de la oposición del tema de la corrupción de Petrobras, en busca de un rédito político y electoralista, en algo tiene razón. Tiene razón en que la principal preocupación de la oposición en este tema no es ética, sino electoralista. Pero donde el oficialismo se equivoca (como se equivocan todos los oficialismos que lavan sus culpas y errores acusando al diablo de reírse de la miseria ajena) es en que el gobierno es el primer responsable de politizar negativamente este asunto. La corrupción es un objeto político que debe ser politizado, en su acepción positiva, es decir que debe discutirse públicamente, penarse (realmente) y erradicarse a través de instrumentos de política pública, como por ejemplo la regulación y la transparencia de los mercados, de los contratos estatales, etc. Rousseff se equivoca en que su gobierno, como todos los gobiernos brasileños (y unos cuantos latinoamericanos) desde el retorno de la democracia, ha fallado a la hora de combatir realmente este objeto político que es la corrupción. Rousseff puede ofenderse de la inmoralidad de la oposición, puede criticar la estrategia electoralista de su contrincante, pero no puede más que culparse a sí misma y a sus antecesores por haber permitido la politización negativa de este tema.El problema más grave es que en la mayoría de nuestros países la politización y partidización extrema han conducido a la ciudadanía (a veces de manera consciente, a veces de manera inconsciente) a renunciar a su rol de animal político. No edificamos más nuestro entendimiento y nuestra valoración de las acciones políticas en el altar de la defensa del mejor gobierno posible. Hemos involucionado progresivamente desde el rol de ciudadanos libres al de primates fanáticos y espumosos, capaces de negar la realidad y escupir contra el viento sencillamente por el adoctrinamiento al que hemos sido sometidos. Somos capaces de excusar lo inexcusable con la misma facilidad que vilipendiamos el más inofensivo defecto. Nuestras ortodoxias ideológicas son el amparo de una clase política a menudo irresponsable e inimputable ¿En qué ayuda eso a construir una mejor sociedad política? ¿En qué ayuda eso a enderezar a nuestros gobernantes y a nuestra clase política? Si la razón de ser del ciudadano es comportarse con la misma idolatría y ceguera que un barrabrava, entonces bien lejos hemos caído del animal político del que hablaba Aristóteles. La politización extrema de nuestras sociedades es el equivalente opiáceo de una rally del Klu Klux Klan, es decir la muerte de la razón y el triunfo de la intolerancia y el fanatismo.No niego la necesidad de tener convicciones firmes ni de guiarse hasta cierto punto por preceptos ideológicos fuertes, ni de defenderlos radicalmente si en ellos creemos. Es justamente la defensa de estos principios lo que contribuye a mejorar la calidad de la política, de las instituciones y del bien general. Pero una defensa extrema puede conducir a limitar el pluralismo y la búsqueda del compromiso, factores constitutivos de las democracias modernas. La amenaza germina cuando nuestros principios se transforman en falsas idolatrías y los hombres políticos en falsos dioses. Germina cuando las ideas ya no son buenas o malas por su contenido sino por su pertenencia a uno u otro lado del espectro político.Para ilustrar brevemente la idea de gestión responsable y compartida de la polis me gustaría terminar con un ejemplo de madurez política de una sociedad ejemplar: el caso de Alemania y su Gran Coalición. No es nada nuevo en la historia reciente de Alemania la conformación de grandes coaliciones entre los Demócrata-Cristianos de la CDU y los Social-Demócratas del SPD. La última en fecha, el Gobierno Merkel III, conformado en diciembre de 2013, cuenta con casi el 80% del Bundestag. Paso por alto las consideraciones relativas a la naturaleza del sistema parlamentario y sus diferencias ciertas con el sistema presidencial. No niego tampoco que los detractores apuntarán a que con este tipo de acuerdos se diluye la capacidad de reforma y se corre el riesgo de cierto inmovilismo político, o que en el caso concreto de la acción iniciada por Merkel, la Canciller buscaba antes que nada evitar el posible bloqueo del gobierno por el Bundesrat (cámara baja) en manos de la izquierda.Sin embargo, creo interesante resaltar aquí ciertos aspectos relevantes. En primer lugar, la idea que una gran coalición va contra la creencia generalizada en la ciencia política que a los partidos perdedores (de tipo mayoritario) no les conviene participar en una coalición de gobierno donde son el miembro minoritario. La lógica querría que, en caso de éxito del gobierno, el principal rédito político lo obtenga el partido mayoritario (en este caso la CDU) y, en caso de fracaso, el partido minoritario quedaría obligatoriamente comprometido y "manchado" por su participación en el gobierno, perdiendo así sus chances de posicionarse claramente como oposición impoluta.En otras palabras, y parafraseando al actual Presidente de la República, la oposición política estaría repleta de "almas podridas" que lo único que desean es ver al gobierno fallar. Y bien, en el caso alemán, los partidos políticos demuestran que no todos están obsesionados por la "destrucción" del gobierno. La segunda reflexión es que tal alianza política sólo es posible en aquellas sociedades donde, a pesar de las diferencias ideológicas fuertes que pueden existir entre la izquierda y la derecha, prima antes que nada la política del consenso y la madurez ciudadana. Lo interesante del acuerdo de Gran Coalición es que no sólo fue ratificado por las elites políticas, sino también por la militancia del SPD, cuando 76% de los adherentes al partido votaron a favor de la Gran Coalición (con un 78% de participación). Esto me lleva a cuestionarme si la izquierda y la derecha alemana son tan diferentes de la izquierda y derecha latinoamericana, francesa, inglesa o española. Más allá de las etiquetas ideológicas adosadas al nombre de los partidos, que sirven más que nada como balizas cognitivas, la izquierda y la derecha modernas actúan principalmente como fuerzas centrípetas, las posturas más radicales estando destinadas antes que nada, como dirían los franceses, a un ejercicio "pour la galerie". Creo realmente que en sociedades democráticas, prósperas y pluralistas, es posible encontrar mayores zonas de consenso que de conflicto entre estas dos fuerzas. La pregunta relevante es entonces la de saber si nuestras sociedades cumplen por lo menos con uno de estos requisitos.En conclusión, me atrevería a formular un breve consejo al conjunto de nuestras clases políticas y ciudadanas (en las que me incluyo) y que, de ser escuchado, mejoraría ciertamente la calidad de la política. Me atrevería a demandarles que sean tan ilustrados como valientes (sobre todo lo primero) y que se alejen de las querellas dogmáticas. Me atrevería a demandarles (sobre todo a la clase política) que, en lugar de adoctrinarnos sobre cómo vivir y qué pensar, y de pontificar al resto del mundo sobre la excelencia de nuestras instituciones democráticas, de nuestro diálogo ciudadano y de nuestro incomparable éxito en la integración social, se inspiren en aquellos que llevan años edificando una sociedad plural, tolerante y anti-demagógica. Les recomendaría entonces que, ante la duda, hagan como los alemanes…*Université Paris I, Panthéon-Sorbonne.

È oggetto del presente lavoro di ricerca il pensiero filosofico-politico e giuridico di frate Bartolomé de Las Casas. Senza pretese di completezza e con il solo scopo di fornire linee guida per la sua valutazione critica, ho analizzato la complessa struttura intellettuale di Las Casas, le cui idee non si manifestano come rispondenti a un'unica e specifica scuola di pensiero, ma si avvicinano a diverse correnti di opinione e si collocano in una posizione d'avanguardia rispetto alla cultura medievale. Pur richiamandosi spesso ai maestri della Scuola di Salamanca e rifacendosi a numerosi fonti tradizionali del diritto, Las Casas riesce a organizzare il materiale così ricavato in maniera coerente, adattandolo a una situazione inedita e rendendolo effettivamente originale. Senza intento di dare risposte definitive, ho provato a offrire uno schema lineare e completo dell'apparato ideologico lascasiano, al fine di dimostrare l'importanza del suo contributo nell'ambito della Filosofia del diritto e della Filosofia politica. Ho scelto di studiare e approfondire le tre opere portanti del pensiero lascasiano: l'Apologética Historia Sumaria, il De Unico Vocationis Modo e il De Regia Potestate, nell'intento di fornire una visione d'insieme del progetto intellettuale di Las Casas e dare una spiegazione organica delle sue tendenze antropologiche, religiose, politiche e giuridiche, tra loro strettamente connesse. Dalla lettura critica dell'Apologética Historia Sumaria si ricava che: 1. in Las Casas esiste l'idea portante di unità del genere umano e da detta idea prende spunto l'intera sua speculazione filosofica: tutti gli uomini, indipendentemente dalle caratteristiche fisiche, dalle condizioni sociali e dal livello culturale, sono uguali, in quanto dotati di ragione. Di conseguenza, tutti gli uomini, di qualsiasi nazione, godono degli stessi diritti naturali, inalienabili e inviolabili e devono essere rispettati allo stesso modo; 2. Las Casas crede nell'ideale evolutivo della società: non esistono società superiori o inferiori per definizione, ma esistono società temporalmente più antiche, che hanno accumulato una maggiore esperienza storica e che, per questo motivo, possono fungere da modello di civilizzazione, come nel caso della società europea. D'altra parte, tutte le società, finanche quella indigena, possiedono la capacità di giungere al livello più alto della cultura mediante l'educazione; 3. infine, Las Casas riprende criticamente il concetto aristotelico di "servo di natura" per interpretarlo mediante gli strumenti fornitigli dal cristianesimo: tutti gli uomini sono ugualmente degni e non esistono servi di natura se non per cause puramente accidentali. Di conseguenza, tutti gli uomini godono dei diritti naturali fondamentali, che non possono essere violati in nessun caso, neppure in nome di una presunta superiorità. Dalla lettura critica del De Unico Vocationis Modo si ricava che: 1. la religione è la colonna portante del pensiero lascasiano, tanto è vero che la fonte più citata nelle sue opere, salvo che nel De Regia Potestate, è la Sacra Scrittura. Pur mantenendo un'impostazione prevalentemente ortodossa, Las Casas mostra degli elementi di avanguardia, schierandosi contro l'assolutismo etico e dicendosi consapevole del fatto che neppure l'universalismo del cattolicesimo può appiattire le differenze; 2. Las Casas è un deciso difensore del rispetto delle credenze, delle culture e dei costumi, anche se diversi da quelli europei. Pur sostenendo che la verità è unica e appartiene alla sola religione cristiana, egli lotta per l'autodeterminazione religiosa dei popoli, i quali devono decidere autonomamente se aderire alle idee evangeliche o meno. Si colloca fuori dalla grazia di Dio chi tenta di imporre il Vangelo mediante la violenza e la sopraffazione, perché l'unico modo per attrarre gli uomini alla vera religione è quello persuasivo dell'intelletto e attrattivo della volontà. Solo il metodo pacifico è legittimo e conduce gli uomini sulla via della giustizia; 3. dunque, secondo Las Casas non è possibile imporre un sistema di valori, in generale, e una religione, in particolare, per quanto detentrice della verità. Nello specifico, egli si schiera contro l'uso della guerra al fine di evangelizzare: essa è iniqua, tirannica e ingiusta e costituisce un grave attentato contro il diritto naturale; 4. infine, Las Casas getta le fondamenta perché si possa incominciare a parlare di libertà religiosa, intesa non solo come un tentativo di non forzare i popoli a convertirsi al cristianesimo, ma anche e soprattutto come impegno a rispettare le culture e le credenze religiose diverse e proprie di ciascun popolo. Dalla lettura critica del De Regia Potestate si ricava che: 1. in Las Casas è preponderante la visione contrattualista: l'uomo è un soggetto comunicativo e l'insicurezza, il bisogno e la precarietà lo inducono a riconoscere l'altro, a stringere con lui patti certi e a rispettarli; 2. il pensiero di Las Casas è democratico e anticipa la modernità, basti pensare ad alcuni principi tipici del giusnaturalismo posteriore: il popolo come unica fonte del potere sovrano, il patto sociale come costitutivo del potere, il carattere volontario dell'associazione politica, il potere del principe come giurisdizione e non come dominio, il governo delle leggi e non delle persone, le libertà originarie e l'uguaglianza di tutti i popoli; 3. i principi sopra elencati diventano costitutivi dell'identità e autonomia di ciascun popolo e da essi nasce il concetto di libertà politica, intesa come la possibilità di godere e di esercitare nella pratica i propri diritti. Las Casas è chiaro nell'affermare che i cittadini, nell'assoggettarsi a un'autorità non perdono la loro sovranità, né tantomeno le loro libertà primigenie. Infatti, il grado di perfezione di una comunità è direttamente proporzionale alla libertà di cui godono i suoi cittadini: a maggiore libertà corrisponde maggiore perfezione; 4. infine, il nucleo centrale del trattato consiste nell'ammonizione dei governanti che compiono fatti o atti lesivi degli interessi e dei diritti dei cittadini. Nella pratica, afferma Las Casas, il governante non può alienare la giurisdizione, i beni fiscali o le proprietà del regno e dei privati. Egli, infatti, è solo un mandatario della comunità e non può agire se non avallato dal consenso di tutti i componenti. Esponendo l'idea del dominium, cioè della proprietà su se stessi e sui propri beni, Las Casas denuncia le prevaricazioni degli spagnoli sugli indios e, in particolare, la pratica dell'encomienda. Come è evidente, l'originalità del pensiero di Las Casas non risiede nelle idee singolarmente considerate, facilmente riconducibili a correnti filosofiche a lui precedenti, quanto nel loro congiunto: studiate organicamente, esse rappresentano un armonico inno alla libertà, alla democrazia e alla pace e fanno di Las Casas il filosofo dei diritti. Partendo da fonti tradizionali e ricorrendo a dottrine che non destano il sospetto di eterodossia, Las Casas propone qualcosa di nuovo, che servirà da spinta verso la modernità. Egli riprende i materiali intellettuali tipici del medioevo e della cristianità per disporli in maniera originale, così che possano essere adattati ai prima inimmaginabili scenari, che con l'incontro dell'America si prospettano reali per l'umanità. In tal senso, non bisogna dimenticare che Las Casas vive e scrive in un periodo di transizione epocale, in cui si verificano episodi cruciali per il passaggio dalla tradizione alla modernità. Egli opera in un periodo in cui un nuovo mondo può essere costruito, oltre che immaginato: infatti, l'originalità del progetto lascasiano diventa ancora più pregnante se si considera il suo impegno nel realizzarlo nel contesto delle Indie. Oltre a dimostrare coraggio morale e forza intellettuale, Las Casas è esempio di attivismo; infatti, la sua produzione, che si compone di una grande quantità di opere, è interamente finalizzata all'applicazione pratica. Con le sue teorie Las Casas vuole riuscire a gestire l'incontro tra Vecchio e Nuovo Mondo e a mediare tra gli interessi di popoli diversi, che adottano universi simbolici in gran parte discordanti tra loro. Egli prova ad affrontare la difficile transizione storica che l'Europa si trova a vivere dopo la scoperta dell'America, senza cadere in logiche imperialiste e in ideologie belliciste, ma piuttosto proponendo un modello che, ante litteram, potrebbe definirsi di pluralismo pacifista. Con un atteggiamento che non ha precedenti nella cultura europea, Las Casas inaugura un approccio plurale alla realtà prospettatasi dopo il 1492: egli abbandona il triviale pregiudizio razzista e incomincia ad ascoltare il punto di vista degli "altri", anche se infedeli, e tenta di accogliere serenamente le diversità. Las Casas non propone l'immagine della superpotenza europea destinata a governare il mondo, ma sottolinea la reciprocità di diritti e doveri tra spagnoli e indigeni autoctoni, insistendo sul doveroso rispetto dei costumi altrui. Egli è convinto sostenitore che ciascun popolo possiede una propria storia, un proprio destino e propri valori di riferimento, che devono essere rispettati. In altri termini, ogni popolo possiede una propria cultura, le cui caratteristiche dipendono dalle precondizioni antropologiche e sociologiche in cui si forma e che, di conseguenza, è particolare, contingente e provvisoria. Las Casas, dunque, si schiera contro il monismo culturale e pur riconoscendo la possibilità dell'esistenza di culture temporalmente più avanzate, come quella europea, non conferisce loro una funzione egemonica, ma anzi si prodiga perché le diverse culture possano rispettarsi e dialogare tra loro al fine di migliorarsi vicendevolmente. Ad esempio, così come gli spagnoli possono insegnare agli indigeni l'arte della dialettica, gli indigeni possono insegnare agli spagnoli l'arte del vivere secondo natura, ed entrambi trarne beneficio. Dunque, Las Casas denuncia il carattere ingannevole delle visioni imperialiste e propone un modello socio-politico meno ambizioso e presuntuoso, capace di accettare senza scandalo le diversità culturali, le discontinuità storiche e la frammentazione dei saperi. Egli promuove ante tempora gli ideali di solidarietà, fratellanza e uguaglianza e, in virtù di questi, combatte l'aggressività degli europei che nel XVI sec. vengono totalmente travolti dalla logica bellicista della conquista. Egli condanna gli spagnoli che, in nome di una presunta eccellenza morale, inneggiano alla guerra e benedicono idoli sanguinari, degradando uomini già deboli e sconfitti. Essi emettono sistematicamente sentenze di morte collettiva contro uomini che non hanno compiuto alcun illecito: la loro unica colpa è essere indios. Las Casas denuncia la magniloquenza e la violenza omicida degli aggressori e, da buon cristiano, si schiera dalla parte dei deboli, degli indigeni, dei poveri, dei vinti e di tutti quei soggetti che sono oppressi da una struttura sociale ingiusta. Egli condanna l'ideologia della "guerra giusta" e la considera solo una supina legittimazione a posteriori delle sistematiche prevaricazioni perpetrate dagli europei a discapito degli aborigeni americani: infatti, la guerra che gli spagnoli conducono contro gli indios è una vera e propria guerra di aggressione, asimmetrica e impari, in cui il potere degli aggressori è irresistibile e la difesa degli aggrediti senza speranza. In questo senso, l'unica "guerra giusta" è la guerra di difesa condotta dai popoli autoctoni continuamente vessati. Las Casas è lontano dall'intendere la guerra che ha come scenario le terre americane come una guerra del bene contro l'asse del male: nessuna civiltà, come nessun uomo, è detentrice del puro bene o del puro male. Tutte le civiltà, come tutti gli uomini, presentano in sé una parte di bene e una parte di male e, perciò, perché sia possibile un miglioramento, devono procedere insieme, dialogando e confrontandosi tra loro. Quindi, Las Casas propone un nobile ideale comunitario, basato sulla collaborazione tra popoli e sul rispetto e l'integrazione del diverso. Disegna il suggestivo quadro di un nuovo mondo fondato sulla giustizia, in cui è possibile la convivenza pacifica e in cui tutti gli uomini possono considerarsi ugualmente liberi. Questo è ciò che fa di Las Casas un pensatore straordinariamente e drammaticamente attuale. Non è un caso che ancora oggi la sua figura continui a suscitare molto interesse e numerose controversie interpretative: basti pensare che, a distanza di cinquecento anni, i movimenti che in Latino America si ispirano alla teologia della liberazione e perseguono l'obiettivo del rinnovamento cattolico, ufficialmente esposto per la prima volta dal Concilio Vaticano II, riprendono benevolmente la figura di Bartolomé de Las Casas. A titolo di esempio, si consideri la diocesi del Chapas, in cui Las Casas ha svolto la funzione di vescovo, che ancora oggi è impegnata nella lotta degli indios nella selva Lacandona e nella diffusione della dottrina cattolica-sociale. Las Casas ha proposto e affrontato questioni che nei nostri giorni rimangono aperte: egli ha vissuto e descritto tragici eventi, attribuendo loro una portata universale che va ben oltre alla questione indigena e coinvolge tutti gli uomini, di ogni luogo e tempo. In particolare, è stupefacente constatare la continuità che esiste tra gli argomenti utilizzati da Las Casas nel XVI sec. e quelli utilizzati oggi dai critici della politica espansionista dell'Occidente: in un'epoca in cui l'Occidente tenta di esportare i propri valori, in virtù di una presunta maggiore razionalità, e il mondo islamico non riesce a rispondere se non con lo strumento del terrorismo, la figura di Bartolomé de Las Casas ritorna di estrema attualità. In un mondo in cui a governare è l'economia di mercato e la politica incentiva la conflittualità tra popoli, Las Casas ritorna a ricordare i principi cattolici di fratellanza e uguaglianza, si erge nuovamente a simbolo di tolleranza, difende rigorosamente il pacifismo e riconosce l'alterità in nome della comune condizione umana.

1.- La noción de soberanía en la Grecia antigua.- Es ya tópico señalar que la antigua Grecia se constituyó como la cuna del espíritu teórico del Occidente. A esa cultura inquieta le debemos gran parte del desarrollo intelectual de nuestra civilización. Sabido es que los griegos incursionaron exitosamente por el ámbito de la filosofía, de la física, de la medicina y de la matemática. De igual modo, el pensamiento griego dio abundantes frutos en el terreno de la teoría política. De ahí que también los primeros gérmenes del concepto de soberanía los encontremos en la Antigua Grecia.Primeramente, ha de advertirse al lector que es un tanto abusivo hablar de la existencia de una teoría o de un concepto de soberanía en Grecia. Por el período, más que de teorías habría que hablar de ciertas conceptualizaciones tendientes a configurar lo que, parados en este tiempo histórico, visualizamos como la noción soberanía.En Grecia, estaba bien extendida la alabanza de la ley como la entidad jurídico-política de carácter superior, esto es, "soberana". Este endiosamiento de la ley era constatable en diversos ámbitos, siendo un espacio compartido tanto por la literatura como por la filosofía. Para los griegos, el arjé, es decir, la fuente originaria de la ley, era nada menos que la recta razón: por consiguiente, la ley debía ser, como ésta, universal, eterna y evidente. Sin embargo, la adoración de la ley comenzó a flaquear durante la llamada Ilustración ateniense. A eso ayudó tanto la obra de los sofistas, que defendían a ultranza el relativismo filosófico, como la apertura de Atenas hacia los pueblos que habitaban el Mediterráneo. En efecto, frente a la enorme pluralidad de leyes que todos aquellos desplegaban, esa concepción de la ley, que la entendía como portadora de principios racionales universales, no tuvo más remedio que dar paso a una visión mucho más pluralista que al tiempo comulgaría perfectamente con el relativismo profesado por la filosofía sofista.En medio de ese clima, se ubica el pensamiento de Platón. Aunque, como veremos, este filósofo tuvo sus idas y venidas con respecto al concepto de soberanía, al menos en un principio, planteó, rompiendo con la tradición griega, que el poder supremo no debe residir en la ley sino en el rey. Esto lo justificó en su obra "El Político", argumentando que el discurso escrito, por medio del cual se expresa la ley, no puede dar cuenta adecuadamente ni de la evolución de los hechos ni de la diversidad de los casos individuales. El mundo es cambiante y plural, señala Platón, sin embargo, la ley no responde a ello, siendo estática y singular. Debido a esa falencia es que, para este filósofo, la ley no es la mejor candidata ser la depositaria del poder soberano. Al carácter estático, es decir, poco flexible, que domina la ley, el filósofo griego le opone la enorme libertad de que gozaría el poder supremo si recayera en las manos de un sólo hombre, de un sólo rey. En la República ideal imaginada por Platón, el rey debería ser, por lo tanto, el detentor del poder supremo, por cuanto las decisiones que éste toma se pueden ajustar siempre a las situaciones concretas y a la diversidad que impera en la realidad. Con esa tesitura, Platón se enmarca como uno de los primeros defensores de lo que podríamos catalogar como la "soberanía del monarca". No obstante, Platón aclara específicamente que el modelo del rey-soberano sólo es válido para la República ideal. Diferente es la cuestión, nos dice, cuando tratamos con la República real, no ideal. No conviene explayarnos sobre la archiconocidateoría de las ideas de Platón. A los efectos de este trabajo, sólo debemos limitarnos a decir que, según ese modelo, el mundo terrenal es tan sólo una imagen imperfecta, un calco, no del todo fidedigno, del mundo ideal. De ello se sigue inmediatamente que lo que vale para uno, para el mundo "original", no tiene por qué valer en el otro, en el mundo "copia". Por lo tanto, si admitimos que el hombre se encuentra anclado en el mundo imperfecto, entonces, la argumentación a favor de la soberanía del rey se derrumba, en tanto sólo era aplicable en el marco de la República ideal. De esa suerte, Platón se ve en la necesidad de fundamentar nuevamente el poder supremo, esta vez pensando en la realidad del mundo terrenal. En ese camino, vuelve por el fuero de la antigua tradición griega, defendiendo la soberanía de la ley.Platón señala que como la realidad humana es, por naturaleza, imperfecta, no podrá existir nunca un rey perfecto, como el que se plantea en una República ideal. En una inversión argumentativa, el filósofo nos dice ahora que, aún con todos sus defectos, la soberanía de la ley es preferible en el mundo humano que el gobierno monopólico de un rey imperfecto. Para Platón, entonces, la cuestión es sencilla. En su esquema, la ley es con respecto a la República imperfecta, como el rey es con respecto a la República ideal: la mejor opción posible.Afianzándose aún más en la tradición griega de veneración de la ley, el filósofo enuncia que la fuente de la ley debe ser la recta razón, que es la que contiene los preceptos generales de la justicia. Con esa afirmación, Platón iniciará una larga tradición del pensamiento político occidental, indiscutida hasta la modernidad, que concebirá al soberano, sea la ley o sea un rey, como sujeto a ciertos teoremas de la razón o de la Naturaleza. Pero en Grecia no fue Platón el único que trató el tema de la soberanía. Por su lado, Aristóteles también le dedicará un espacio, no menor, a esa idea. Aunque mantendrá ciertos puntos en común con su mentor, en términos generales, podemos decir que el estagirita habrá de adoptar una nueva perspectiva. Quien se acerque a los capítulos VI, VIII y VIII del Libro Tercero de su afamada obra, "La Política", notará que el tratamiento de la soberanía que en ellos se hace es bastante difuso, ambiguo, cuando no abiertamente inconsistente. La preocupación que más inquieta a Aristóteles, y que constituye el punto de partida de su reflexión en torno a este tema, es dónde radicar el poder supremo. En efecto, independientemente de cuál sea el régimen político que organice a la sociedad, debe haber, comenta el filósofo, un poder supremo, un "kyrion". Pero ¿dónde radica ése poder o, mejor dicho, dónde, de acuerdo a la justa razón, debería radicar?A este respecto, apunta el filósofo, existen tres posibilidades: o el poder soberano reposa en una sola figura (monarquía), en pocas (oligarquía) o en muchas (democracia). Luego de una larga disertación, el filósofo parece resolverse finalmente a favor de la idea de que los muchos ciudadanos deberían detentar la autoridad máxima. Éstos, dice, suelen juzgar mejor el bien común que un sólo o que un grupo reducido de individuos. Reunidos en asamblea, los ciudadanos han dejado de ser los representantes de una corporación, para ser los componentes del conjunto del pueblo. Por lo tanto, deben ser capaces de tomar decisiones en lo que concierne atodos, es decir, en lo que son los asuntos públicos. De esa forma, Aristóteles asimila poder soberano con capacidad de deliberación. De hecho, él mismo señala que lo que define a los ciudadanos es la potestad para tomar parte en la deliberación de los asuntos públicos [1]. Este modelo simple, sin embargo, se complica cuando Aristóteles, seguramente respondiendo a la vieja tradición griega, quiere compatibilizar la idea de la soberanía de los "muchos" con la de la soberanía de la "ley". En esta parte, la propuesta aristotélica comienza a flaquear. En un giro inesperado, Aristóteles arguye que, en lo tocante al problema de dónde radicar la soberanía, son las leyes la mejor opción disponible. Las leyes tienen la ventaja suprema de no conmoverse ante las pasiones que, en un momento dado, pueden doblegar hasta la voluntad más firme. Acotando más la cuestión, señala, junto a Platón, que la soberanía debería reposar en las leyes racionales. Esto es, en las que, en lenguaje aristotélico, significan leyes esencialmente justas, buenas y útiles.No se puede obviar que Aristóteles es bastante ambiguo en este punto. No sólo no hace referencia alguna de cuáles habrían de ser las leyes "soberanas", si son las leyes fundamentales del Estado, lo que en el argot moderno llamaríamos "Constitución", o si son todas las leyes aprobadas por la asamblea o si son ambas. Cuestiones vitales como, por ejemplo, quién decide la racionalidad de las leyes, no tienen ni siquiera un abordaje mínimo. Así, toda la teoría aristotélica de la soberanía, o al menos esta parte sustancial, se estanca en la abstracción y en la imprecisión. 2.- La noción de soberanía en el Imperio romano.- Tras la batalla de Corinto, en la que Roma sale victoriosa, anexionándose Grecia a su creciente Imperio, la reflexión sobre la soberanía experimentaría una suerte de "meseta" teórica. Seguramente como producto de que gozó de una supremacía indiscutida por mucho tiempo, el Imperio romano se avocó más a disfrutar del poder soberano que ejercía sobre los territorios conquistados que a definir, de jure, qué era exactamente ése poder del que hacía fruición. Es por eso que, con respecto a este tema, no encontramos en el pensamiento romano más que formas muy básicas e ideas simples. A propósito, el jurista Georg Jellinek señala que los romanos fueron totalmente ajenos a la idea de soberanía o, al menos, como se la comprende en su sentido moderno. Ello se explica someramente por las siguientes razones.En primer lugar, como su poder se mantuvo incontestado durante muchísimo tiempo, lo romanos no se vieron en la necesidad de dilucidar cuál era exactamente su differentia specifica. Sin rivales con los cuales medirse, el Imperio romano transcurrió ejerciendo la soberanía sin haberla definido teóricamente con anterioridad. Con ello, la posibilidad de gestar una perspectiva comparada político-jurídica, de la cual emergiera eventualmente alguna teorización vinculada a la soberanía, como sucedió en la Grecia antigua, se truncó por la base misma. [2]En segundo lugar, en la Roma antigua hubo la ausencia de poderes internos que compitieran con el poder del Estado. Como veremos en su momento, la noción de soberanía experimentó una fuerte pujanza en la Francia del siglo XVII, debido a que se constituyó como el arma con el cual combatir los embates del feudalismo y de las guerras de religión. En el marco de fraccionamiento interno, la soberanía surgió como un poder esencialmente superior al resto de los que se batían en duelo. Esta rígida tensión, entre un conjunto de poderes que no sólo colisionan entre sí, sino que pretenden vencer al del propio Estado, no asomó, en absoluto, en el Imperio romano. El Estado no tuvo que entrar en competencia, al menos no con el grado en que se suscitó en la Francia del siglo XVII, con ningún otro poder endógeno. Sin embargo, no por ello se debe de concluir que Roma no cultivó ninguna noción que perfilase la idea de un poder soberano. El Imperio nos ofrece nociones como la de majestas, potestas e imperium que guardan una cierta semejanza con la de soberanía pero que, más que a consolidar una idea clara, apuntan a reforzar, desde el imaginario, la propia fuerza del Imperio, su poder civil y militar. Similar carácter comparten otras nociones como la plenitudo potestatis, majestas potestas,jurisdictio o fórmulas tales como princeps legibus solutus, a las que volveremos, dado el gran apogeo que tuvieron a partir del siglo XIII y al gran aporte que hicieron a la articulación de la soberanía por esos años. Tal vez una de las frases más arraigadas, y que mejor ilustra cómo pudieron haber entendido los romanos la noción de soberanía, es aquella que señalaba que:"la voluntad del príncipe tiene fuerza de ley, puesto que el pueblo le ha transferido a él todo sus derechos y poder." En esta frase, se puede advertir desde lejos una cierta similitud con las teorías contractualistas del siglo XVII y XVIII que fundarán al soberano sobre la base de una delegación de derechos concedida por los individuos. Esto indica el rol destacado que, posteriormente, cumplirá esta fórmula y, en general, todo el amplio conjunto de conceptos proporcionados por los romanos en la configuración moderna de la idea de soberanía. Sin embargo, ésa configuración no hubiera sido posible sin los aportes doctrinales que proporcionó la Edad Media y que veremos en el próximo número. * Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. Depto. de Estudios Internacionales. FACS - ORT Uruguay[1] En efecto, "[…]since citizens are, by definition, those who hold sovereign power in every state, it follows that this power is the deliberative, since citizenship is also defined in terms of sharing in deliberative power." (Johnson, 1985, 338) [2] Bien dice Jellinek que "[…] el reconocimiento y la afirmación de la soberanía, sería contradecir la política romana, la cual gustosamente otorgaba al pueblo –qui maiestatem populi Romani comiter servant-la apariencia de un Estado independiente." (http://www.soberania.es/Subpaginas/Concepto/Roma.html)