Visión histórico-sanitaria del Hospital de San Hermenegildo de Sevilla (1455 – 1837)
El pasado farmacéutico sevillano dista aún bastante de ser conocido. Parcela de nuestra historia local, de cultivo francamente mejorable, tuvo no obstante antes de la actual década alguna honrosa excepción en un panorama más bien árido. En este sentido hay que destacar a Francisco Murillo Campos que es sin duda el que más pinceladas ha trazado en este cuadro, sin que se quiera significar que reunidas con todas las más demás resulte una visión cabal del conjunto de este pasado. La Profesora López Díaz, puso de manifiesto que la restauración de los estudios de Farmacia en Sevilla, con la consiguiente actividad académica de esta Facultad, ha contribuido favorablemente a la reiniciación estructurada de trabajos encaminados a la justa compresión y posible reconstrucción histórica de la farmacia hispalense. Precisamente el conocimiento de estas enseñanzas predecesoras de la actual Facultad de Farmacia sevillana nos ofrece una muestra de la situación de abandono antes mencionada. Tres fueron esas instituciones docentes que tuvieron vida, aunque no muy larga por cierto, en la pasada centuria: El Real Colegio de Farmacia de San Antonio de Sevilla y dos Facultades o Escuelas Libres de Farmacia. Hasta fecha muy reciente, no se ha logrado saber el periodo exacto de tiempo durante el que funcionó el Real Colegio de San Antonio. En el trabajo donde se exponen tales datos, se da a conocer, en parte, la labor docente allí desarrollada. Si algún día aparece el archivo del mismo, podrá completarse con una visión desde dentro de la institución que ha sido imposible darla hasta ahora por haberse localizado solo testimonios externos. Pese a tu efímera vida, de 1815 a 1822, gozó el Colegio de San Antonio de un merecido prestigio. En su profesorado saliente encontró la Universidad Hispalense a sus primeros catedráticos de disciplinas científicas como la Química Experimental y la llamada entonces Historia Natural (Zoología, Mineralogía y Geología), asignaturas que se querían introducir en los planes de estudio y que no se impartieron hasta entonces, por falta de personal docente. La supresión del Colegio de San Antonio, del todo ajena al mismo, fue motivada por la política educativa del momento (trienio constitucional). Cuando las aguas volvieron al cauce anterior (1823), el Colegio de Farmacia de Sevilla no logró revivir. Como en Sevilla se hacía sentir la necesidad de los estudios de Farmacia, se explica que, en cuanto fue posible, surgieron de nuevo establecimientos para cursarlos. La ocasión más propicia se presentó en la Revolución de 1868. Como es sabido, la Junta Superior Revolucionaria presidida por el General Serrano proclamó la libertad de enseñanza. Además se decreto que las Diputaciones Provinciales y los Ayuntamientos podían fundar y sostener establecimientos de enseñanza. Se explica así que surgiera en Sevilla, en 1870, la Escuela Libre Provincial de Farmacia, que fue inaugurada el 13 de Noviembre de ese año. Lo que resulta inexplicable es que tres años más tarde se abriese otra Escuela Libre de Farmacia, creada y patrocinada por el Ayuntamiento de Sevilla en Septiembre de 1873. Murillo Campos estudió la primera de estas instituciones y la figura de su director. Sin embargo, debido a que los fondos documentales que sobre estas dos escuelas se conservan en el Archivo Histórico Universitario de Sevilla se han mezclado indistintamente, e incluso algunos documentos están rotulados erróneamente, el mencionado autor no logró advertir en sus investigaciones que en Sevilla no hubo una sola, sino dos facultades libres de Farmacia. La posible explicación de esta duplicidad, cuya innecesaridad ya se puso entonces claramente de manifiesto, habrá que dejarla para cuando llegue el turno de rehacer históricamente la docencia de la Farmacia en Sevilla. Solo se pretendía aquí trazar un cierto paralelismo de la discontinuidad manifiesta en el tiempo entre los intentos de institucionalizar las enseñanzas de Farmacia en la Capital de Andalucía y el estudio del pasado farmacéutico hispalense. Para las enseñanzas, unas lagunas de más de medio siglo a lo largo del Ochocientos y de casi una centuria entre el cierre de las mencionadas escuelas libres y la actual Facultad de Farmacia. Para obtener el título de Doctor en Farmacia en la Escuela Provincial era necesario cursar y aprobar las asignaturas de Análisis Químico Aplicado a la Farmacia e Historia de las Ciencias Médicas. Consta en el libro de matrículas que en el curso académico 1870/71 hubo ya ocho alumnos que recibieron clases de estas asignaturas. La de Historia es posible que fuera común para farmacéuticos y médicos que pretendieran obtener el grado de doctor pues no coinciden –al menos en el mencionado curso- los matriculados en ambas asignaturas del doctorado. Estas clases las explicaba Don Juan Bautista Muñoz, farmacéutico hispalense, que sería el primero que movido por un afán no sólo de mera erudición literaria, se ocupó en suelo sevillano de su pasado profesional. Ya en nuestro siglo no han sido tampoco mucho más los que han manifestado este mismo interés. El incremento, no ha sido paralelo con el del mucho mayor número de profesionales que, debido al notable aumento de población, se han dedicado en Sevilla al quehacer farmacéutico. Este trabajo pretende inscribirse en ese afán que, compartido aún por pocos, muestra deseo de aportar algo que nos permita desvelar la vida y obras de las personas, que siempre son los protagonistas de la historia, que en pasadas centurias fueron los artífices de esas Ciencias Médicas, si con estos términos se entiende también la Cirugía, Farmacia y en lo que tenga de científico el quehacer de barberos, sangradores, "melecineros" y algún otro tipo de profesional del mundo sanitario de antaño, integrante de aquel peculiar sistema de atención hospitalaria. Aunque el objeto más directo de esta investigación sea el de una farmacia hospitalaria, no quiere decir que el fruto de la misma haya de quedar reducido al ámbito del modelo elegido; un hospital fundado a mitad del siglo XV que se especializó después en la curación de heridos. En la documentación consultada aparecen noticias de medicamentos de elaboración extrahospitalaria que, para consumo de los ministros y enfermos, eran adquiridos en establecimiento privados. Las relaciones de esos medicamentos consumidos durante el año, debidamente tasados por el boticario que los elaboró, eran conocidos en la terminología del hospital como "botica de fuera". Este interesante material constituye una excelente fuente informativa sobre las boticas privadas sevillanas y, en general, sobre el nivel de conocimientos medicamentosos de los profesionales sanitarios de la época. Por otra parte la documentación correlativa a los autos capitulares de las Juntas de Gobierno del hospital, constituyen –como veremos- otra importante fuente de información para el estudio de las innovaciones quirúrgicas introducidas allí por su ilustre cirujano mayor Bartolomé Hidalgo de Agüero. Con esto queremos resaltar, lo que ya ha sido señalado en otra investigación análoga a esta sobre el Hospital del Amor de Dios de Sevilla, que trabajos de este tipo "darán pie de profundizar en el estudio y conocimiento de la historia farmacoterapéutica de Sevilla. La documentación básica utilizada para la elaboración de este trabajo está constituida por los 26 libros y los 159 legajos que forman lo que ha perdurado hasta nuestros días del archivo del Hospital de San Hermenegildo de Sevilla. Dicho repertorio documental, cuidadosamente catalogado, ordenado y conservado en el Archivo de la Diputación Provincial de Sevilla, es más que suficiente para darnos cabal y perfecta idea de lo que fue el Hospital del Cardenal, como también era conocido popularmente el mencionado nosocomio. Hay, sin embargo, una notable laguna en la documentación que nos impide tener una visión próxima e inmediata de sus primeros 120 años de funcionamiento. Es decir, de la época comprendida entre su fundación, llevada a cabo en 1453, y finales del año 1573 que es cuando comienza el primero de la serie de los "libros de acuerdos", la fuente más rica en datos para trazar la historia del hospital. De estos primeros 120 años del hospital, no es que se carezca de noticias puesto que existen una serie de documentos –instrumentos notariales, títulos de la fundación y exención, bulario, primitivas constituciones, cartas de privilegios reales, dotaciones, mandas y legados testamentarios, etc.-, que dan testimonio de la puesta en marcha, consolidación y afianzamiento de la institución asistencial objeto de este estudio. Estas hojas de pergamino y venerables documentos fundacionales, celosamente custodiados en archivo del hospital como se comprueba por los varios inventarios que se hicieron de los mismos, proporcionan una información genérica sobre el desarrollo del hospital, con sus momentos más sobresalientes, que nos permiten situarlo en el contexto histórico-social en el que nace, calibrar su importancia, prestigio, etc. Lo que no aparece en esas fuentes es el acontecer sencillo de cada una de las jornadas, es decir la descripción de los acontecimientos poco transcendentes (como por ejemplo el número de enfermos que ingresaban cada día, que tipo de medicina se cultivaba allí, etc.) que nos permitiría apreciar la asistencia que ofrecería y desarrollaba el centro, su funcionamiento cotidiano, dentro de la heterogeneidad característica de un hospital de aquella época. Los libros de acuerdos, donde el secretario asentaba los autos o decisiones emanadas de las Juntas Generales que cada año celebraban los Patronos del Hospital, constituyen, como quedó dicho, los más elocuentes testimonios de lo que allí acaecía. La riqueza de datos contenidos en estas series se completan o suplementan con los recogidos en las peticiones que eran presentadas en las Juntas. Estos escritos, rebosantes de espontaneidad y sencillez, eran leídos y despachados colegialmente por los Patronos. Normalmente, en un margen del papel anotaba el secretario del hospital la decisión o provisión con que era atendida o no la solicitud, que luego pasaba al libro de acuerdos en forma de auto. El conjunto de estas fuentes informativas proporciona una crónica deshilachada del acontecer local, llena de naturalidad no exenta de encanto, si se prescinde del dramatismo que la lejanía de los hechos contribuye a desdibujar. De esta forma, por ejemplo, aparece el hospital alcanzado con la esterilidad de los tiempos a consecuencia de la sequía de 1597, que siguió por contraste a la inundación de 1595 y que provocó un endeudamiento del que no salió sin una reducción notable de su misma hospitalidad, como se verá en el correspondiente capítulo. A lo largo del siglo XVII está siempre presente como telón de fondo el semblante lleno de contrastes de la ciudad hispalense. Su cosmopolitismo y poderío económico, ligado al comercio indiano, aunque ya comenzaba a declinar, con aquel flujo y reflujo de personas de tan variada clase y condición y el tráfico de mercaderías de todo tipo, aparece contrastante con la carestía de vida constante, consecuencia entre otros factores de la depreciación de la moneda. Esto es fielmente reflejado en las continuas peticiones de los ministros del hospital de ayudas de costa, aumento del salario o de las asignaciones que le dan a los que viven allí para las raciones, etc. Se detectan también los problemas demográficos que, sobre todo, aparecieron con fuerza tras el terrible "contagio" de 1649, además de otras catástrofes como inundaciones y terremotos que sufrió la ciudad a lo largo de la centuria. Queda fuera de los límites de esta investigación, que se reduce al estudio del hospital como centro sanitario, la organización administrativa, económica y financiera del mismo, además de otros aspectos que sabemos son objeto de un trabajo que intenta abordar el tema desde una perspectiva histórica de carácter general. La documentación de tipo financiero o administrativa supera con creces a la que corresponde solamente a la atención propiamente sanitaria. No hay que olvidar que la asistencia que presta el hospital, como todos los de su época, no se circunscribe sólo al ámbito sanitario. Es sabido que el concepto antiguo de hospitalidad pública discurría por un cauce mucho más ancho que el correspondiente al actual. Los hospitales eran centros de beneficencia en sentido amplio. Su modelo asistencial respondía al esquema de las llamadas obras de misericordia, perteneciente a la catequesis tradicional cristiana. En el caso que analizamos aparece esta realidad en casi todos los elementos que constituyen el legado documental del hospital. Son muchas las donaciones, mandas, fundaciones y agregaciones de administración de patronatos, etc. que procedentes de personas de toda condición hacen patente la voluntad de destinar sus bienes, a veces no muy cuantiosos, a practicar las obras benéficas que el hospital llevaba a cabo. Entre éstas se pueden enumerar: hospedar pobres necesitados (peregrinos, mendigos); dotar a doncellas o viudas; curar enfermos pobres; dar de comer a pobres de fuera del hospital; dar limosnas a viudas y pobres; redimir presos pobres; dar prebendas (pagar estudios) a muchachos pobres; sufragar gastos de enterramientos; vestir pobres; celebrar Misas por los difuntos; etc. Por lo expuesto se comprende que no hayamos urgado por muchos legajos y libros de contenido ajeno a los límites de nuestra investigación. Así ocurre, por ejemplo, con los abundantes libros de mayordomía o de caja de clavería donde se anotaba lo referente a los ingresos procedentes de arrendamiento, posesiones y tributos. En otros libros (de protocolos, de entradas en arcas, de veredas, de pago de tributos, de recibos e inquilinos, de gastos en las casas del hospital, de cuentas de débitos, de apeos, de cuentas de Patronatos, de capellanías, abecedario de inquilinos, etc.) se controlaba la administración de los bienes raíces y de otros que se habían ido añadiendo. Tampoco nos hemos detenido en examinar la extensa y variada documentación de tipo jurídico (judicial, notarial, etc.), ni en otra serie de documentos (libros de botillería, de cuentas de capellanía, de almoneda de enseres de pobres, cuadrante de misas, etc.) correspondientes al quehacer de algunos de los departamentos del centro. Para conocer la última fase de vida hospitalaria se ha recurrido al examen de los libros de actas de las diversas juntas de beneficencia (provincial, general, municipal) que se constituyeron sucesivamente en Sevilla para hacerse cargo de los establecimientos de caridad. Hemos procurado en cambio afinar en nuestra búsqueda por documentos donde queda recogido buena parte de la contabilidad del hospital: cuadernos mensuales de gastos diarios y de despensa, libros y cuadernos borradores de arcas, de recibo y gasto, de salarios, justificantes de gastos, etc. Las compras destinadas a la botica suelen estar englobadas, aunque no siempre, en los denominados gastos menudos. Estos suelen aparecer asentados en los referidos cuadernos mensuales de gasto diario, al menos en buena parte de los que se conservan del siglo XVII, donde a modo de dietario anotaban cada día las compras de artículos de primera necesidad siguiendo un esquema simple según se destinasen a la alimentación de los enfermos, del administrador o de los ministros que residían en el hospital. Hay casi siempre un cuarto apartado en el que bajo el epígrafe de extraordinario se anotan otros gastos que no eran destinados a las "raciones" como: productos destinados a la despensa, botica, limpieza, reparaciones, etc. Otras veces, sin embargo, los gastos de botica no son especificados cada día como extraordinarios. Aparece entonces al principio del cuadernos la cantidad total que recibe el boticario por lo adquirido para la botica durante ese mes o el anterior, que justifica entregando memoria. Algunas de esas memorias o justificantes se han conservado, por lo que resulta posible en tales casos saber cómo fue el aprovisionamiento de la botica en algún año de los que no se tienen otras noticias referentes a esas compras. Estos gastos de botica corresponden a las adquisiciones hechas para provisión de drogas, sustancias medicamentosas y productos galénicos, excipientes, utensilios, papel, libros, etc., es decir de todo lo necesario para que el boticario pudiese elaborar los medicamentos. Si estas series nos hubieran llegado completas, sería posible reconstruir buena parte de la actividad de esta farmacia hospitalaria. Hay sin embargo abundantes carencias en las mismas aunque irregularmente distribuidas. La gran laguna corresponde al mencionado espacio de tiempo con escasez documental: desde el comienzo de la andadura del hospital (1455) hasta finales del siglo XVI. Los cuadernos más antiguos que se han conservado son los de 1599, aunque no todos. A partir de esta fecha, la serie de estos cuadernos de gastos mensuales que han perdurado en lo que resta del archivo hospitalario, se prolonga por el siglo XVII, aunque no cubre toda esta centuria. Las lagunas más importantes es la que corresponde a los dos tramos cronológicos de 1663-1671 y 1676-1700. Hay que aclarar además que los años documentados no lo son normalmente al completo: es decir, que no se conservan por cada año todos los cuadernos mensuales correspondientes a los doce meses. Sin embargo, gracias a otro tipo de documentos –justificantes de pagos, recibos, relaciones anuales de gastos, etc.-, es posible retroceder hasta las últimas décadas del siglo XVI en el conocimiento histórico-terapéutico del hospital. Para las siguientes centurias, del XVIII y XIX, no se han localizado ejemplares de estos cuadernos mensuales de gastos, quizá porque la contabilidad se llevó según otro esquema más reducido, del que ha quedado menos eco documental. En cambio, a partir de 1663, si se han conservado buena parte de los llamados libros o cuadernos borradores de arcas (o de data de clavería) que contienen gran cantidad de apuntes sobre todo de tipo de pagos y cobros efectuados en el hospital. También para todo el siglo XVIII se han conservado completa otra serie conocida por "libros de recibo y gasto", en los que se especifican gastos pormenorizados a partir del recibo inicial de ingreso. No han aparecido entre la documentación los libros recetarios, que indudablemente existieron porque así lo disponía las Constituciones y, además, apareen mencionados entre las compras para la botica. En ellos consignaba el boticario todas las prescripciones que hacían los médicos durante la visita a los enfermos. Si se ha podido localizar, en cambio, en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, un ejemplar del formulario de este hospital, impreso en 1763, del que fue autor su cirujano mayor el doctor Carlos Serra y Rossell, publicado bajo el patrocinio del establecimiento nosocomial, que se estudia al tratar de la botica, en la III parte de este trabajo. El Hospital del Cardenal es mencionado por los principales historiadores locales que desde hace más de 4010 años se han ocupado de trasmitirnos noticias y datos sobre el pasado sevillano. Vendrán citados en ocasiones para contrastar sus afirmaciones con los datos que emergen de las fuentes. Entre esta bibliografía ocupa aún un lugar destacado los eruditos tratados de Don Francisco de Paula Collantes de Terán y Caamaño sobre los establecimientos de caridad de Sevilla. El Hospital de San Hermenegildo ha sido también objeto de algunos trabajos sectoriales. Entre estos está la Tesis Doctoral leída en 1985 por el Doctor Guerra Gil con el título de: "El Hospital de San Hermenegildo en la Historia. La Reducción Hospitalaria.". el autor se vale de sus buenas dotes narrativas para trazar un cuadro, con el fondo lleno de colorido y vivos contrastes y una ambientación más bien subjetiva, en el que sitúa el hospital, de noticias y opiniones sobre su fundador, sobre la sociedad sevillana del siglo XVI y sobre las constituciones hospitalarias (sin distinguir las primitivas, de 1455, de las elaboradas siglo y medio más tarde, en 1603), que interpreta erradamente en varios puntos. Sólo a modo de ejemplo señalamos uno: califica de sistema democrático (¡en 1455!) al modo colegial, por mayoría de votos, con el que los Patrones del Hospital tomaban las decisiones de gobierno por haberlo expresamente indicado así el fundador. Estos Patronos, hay que aclarar, que eran los únicos dirigentes del hospital y que fueron designados "perpetuamente" por el fundador del hospital en tres personas determinadas por sus cargos. En cuanto al hospital propiamente dicho, llama la atención el contraste entre las muchas opiniones expresadas por el autor y el poco recurso a las fuentes. Estas se reducen, como documentación básica de la Tesis, a unos traslados del testamento del Cardenal Cervantes, de las constituciones del hospital y de unos breves autos relacionados con el reconocimiento de la exención que gozaba el centro, localizados en la Biblioteca del Arzobispado de Sevilla. Esta escasa base documental explica que a veces resulten contrapuestas algunas de sus afirmaciones con datos y conclusiones contenidas en los fondos documentales del hospital que el autor nunca vio, muy posiblemente por no estar aún catalogados y expuestos a la consulta del público. Más que nada resaltamos el hecho de que el examen unilateral de un documento, sin prestar atención cuidadosa también al contexto, nos puede llevar a conclusiones algo alejadas de la realidad. Al tratar de la génesis y redacción de las constituciones, y de la forma de gobernarse el hospital, se entenderá quizá mejor lo antedicho. Una monografía sobre un albarelo procedente de la botica del hospital se la debemos a mi ilustre colega Don Francisco Murillo Taravillo, tan tempranamente desaparecido, nos dejó un trabajo con la ilusión de abrir camino en el estudio de las boticas de antiguos hospitales hispalenses. En la parte dedicada a la del Hospital del Cardenal afirmaba que consultó su archivo "con resultado que, si son más de lo que yo esperaba, temo sean insuficientes para interesar a nadie". Me alegra dejar constancia que con motivo de este trabajo he sentido vivo interés por el fruto de su investigación. Aurelio Murillo terminaba su ensayo con estas palabras: "Con la natural timidez, propia de un primer trabajo de investigación histórica presentado a esta Sociedad, pido benevolencia a quien leyere estas notas, ya que el que suscribe sólo aspira a empezar a aportar datos, de los que muchos que existen, sobre la historia de nuestra profesión en Sevilla". Me satisface continuar por este camino, abierto hace 21 años, por un insigne colega proveniente de una dinastía de farmacéuticos y notables hombres de letras, de bien merecido prestigio y respetabilidad, afincados en Sevilla desde hade más de un siglo. Además de los documentos conservados de lo que fue archivo del hospital, se han buscado y examinado otras fuentes, impresas o manuscritas, que den noticias sobre el tema de la investigación. Se consigna en nota a pie de página en qué archivo o Biblioteca se encuentran. La literatura fármaco-terapéutica antigua utilizada aparece inserta al final entre las demás referencias bibliográficas de las obras consultadas. El trabajo lo hemos centrado en el periodo cronológico que estimamos como más importante en la vida del hospital: desde su origen hasta finalizar el Seiscientos. El XVII es siglo de decadencia, especialmente acusada en Sevilla durante su segunda mitad, por motivos sobradamente conocidos. La vida del hospital, como es lógico pensar, transcurre de forma paralela a la de la ciudad siguiendo su misma suerte y vicisitudes. No parece que en el resto de su existencia (1700-1837) pudiera llegar el hospital a la cima que alcanzó a finales del Quinientos cuando, como se verá, su cirujano mayor Bartolomé Hidalgo de Agüero establece su vía particular en la curación de las heridas, basada en su magnífica experiencia quirúrgica adquirida en el Hospital del Cardenal. Este método terapéutico desarrollado y puesto a punto por tan ilustre cirujano del Renacimiento, será el seguido en adelante en el Hospital, verdadera cuna de la que pasó a conocerse en la Historia de la Medicina con el nombre de "escuela sevillana". En el desarrollo del trabajo se han tenido presentes los cambios que ha experimentado el estudio del pasado a lo largo de este siglo. El positivismo y la historiografía marxista desplazaron al método tradicional. Se impuso así una historia denominada por las estructuras y los datos numéricos que se desarrolló a partir de los años treinta, hasta el presente. Se siguieron tendencia cuyas diferencias con el positivismo no están tanto en los datos como en los métodos y, sobre todo, en las explicaciones de los sucesos históricos. Entre esos métodos destacaron el marxista, la nueva historia y la cliometría norteamericana. Por distintas razones, estas tres formas de entender la investigación histórica han llegado a su límite. Según Lawrence Stone, profesor de historia en la Universidad de Princeton, la situación de las tres escuelas "señala el fin de una era: el término del intento por producir una explicación coherente y científica sobre las transformaciones del pasado. Este autor mantiene el desencanto con las respuestas obtenidas de estas historias analíticas y estructurales ha hecho cambiar el modo de trabajar. «Son cada vez más los "nuevos historiadores" que se esfuerzan por descubrir que ocurría dentro de las mentes de los hombres del pasado, y como era vivir en él, preguntas que inevitablemente conducen de regreso al uso de la narrativa». La primera vez que Stone anunció esta vuelta al arte de contar y criticó los excesos de los análisis estructurales, fue amplia e inmediatamente contestado. En febrero de 1980, Eric Hobsbawm publicó en la misma revista en la que había escrito Stone, otro artículo, en el que si bien reconoce los cambios en el modo de escribir la historia niega el fracaso del método analítico, y pone en duda el determinismo achacado por Stone. En cualquier caso, lo cierto es que lo señalado por Stone en 1979 se ha visto confirmado por las publicaciones posteriores. Se puede hablar de un nuevo rumbo de la historiografía, que no es el de la narrativa pura, ni tampoco el frio análisis de unos modelos de comportamiento. La simbiosis entre ambo estilos ha hecho posible recuperar viejos temas –la biografía, la historia política y de las instituciones, la historia local, etc.-, en los que la narración de un suceso o de la vida de unos individuos es el punto de partida para el estudio de situaciones más generales. En estas nuevas moradas históricas existen diferencias con respecto a los relatos tradicionales. Suelen centrarse especialmente en la vida y costumbres de los actores anónimos de la historia, más que en los reyes, políticos, militares y diplomáticos de renombre. Las fuentes empleadas suelen ser nuevas, al menos en su uso (actas notariales, registros judiciales, sentencias, etc.); hay una cierta vinculación con la antropología, en la medida en que trata de alcanzar el significado simbólico de los hechos narrados. En definitiva, lo que se busca es arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o de una sociedad del pasado. El objeto de nuestra investigación, encuadrada dentro del sistema hospitalario, incide también en este afán por penetrar en el conocimiento de mecanismos concretos de actuación social vigentes en época anteriores. El historiador Domínguez Ortiz considera los archivos hospitalarios como una "verdadera mina de historia social, pues a través de los marginados y del trato que reciben pueden atisbarse el entramado de la sociedad entera.". En la medida que lo permiten las fuentes conservadas, que son escasas para los siglos XV y XVI, procuramos adentrarnos en la organización y asistencia sanitaria del hospital: atención médica y quirúrgica, cantidad y procedencia de los acogidos, tipo y calidad de la asistencia farmacéutica que se desarrollaba, preparación científica y profesional de los facultativos de allí trabajaban, novedades terapéuticas que se introdujeron en el tratamiento de los enfermos, etc. Se ha procurado buscar trazas documentales que ayuden a confirmar lo que es de sobra conocido, sobre todo por la obra escrita del gran médico sevillano que se llamó Nicolás de Monardes: que fue en esta ciudad por donde se introdujo en Europa la materia médica procedente de América. Esta modesta contribución a la historia del medicamento no ha resultado todo lo esclarecedora que hubiera sido de desear por haberla interferido la mencionada escasez documental ya comentada para el siglo XVI. Se detecta el uso hospitalario de arsenal terapéutico procedente de las Indias, sobre todo durante el Seiscientos, porque para esta centuria tenemos datos. Pero es posible que esos nuevos remedios se estuviesen utilizando desde mucho antes en el hospital, sin que podamos datar de forma fidedigna la introducción de los mismos en este centro sanitario hispalense. El trabajo se quiere mantener, dentro de las modestas posibilidades de su autor, en aquel retorno a lo narrativo, sin excluir otras formas. Es decir, que se recurrirá a resúmenes y cuadros numéricos en la medida que ayuden a comprender mejor lo expuesto o que así lo requiera la materia, procurando no ahogar el texto con la excesiva cuantificación de lo que se dice. El testimonio de mi agradecimiento se dirige en primer lugar a la Profesora María Teresa López Díaz, que quiso encauzar y dirigir este trabajo, sin cuya valiosa ayuda no me hubiera sido posible llevarlo a cabo y concluirlo. Y también, de una manera especial, a todas las personas que trabajan en el Archivo de la Excma. Diputación Provincial de Sevilla, por las facilidades que me dieron para consultar sus fondos y publicaciones, además de su amable asesoramiento en Paleografía y otras cuestiones que me facilitaron mucho la labor investigadora. A todos aquellos que durante la realización del presente trabajo me han manifestado de alguna forma su apoyo, consejo o parte de su tiempo, les doy las gracias sinceramente. En este sentido, sea notorio mi agradecimiento a Don Enrique Castilla, Doctor Antonio Hermosilla, Don Juan Jesús Cabrillana, Doctor Ingeniero José Antonio G. de Velasco y al Profesor Muro Orejón, catedrático que fue en la Hispalense de Historia del Derecho Indiano. Singular ayuda y estímulo recibí de mi colega y amigo Francisco Murillo Campos, que tan generosamente ha gastado muchas horas para transmitirnos todo lo que logró desentrañar sobre nuestro pasado profesional en Sevilla.