Religionspolitik ist in der Volksrepublik China kein periodisch auftauchendes Phänomen. Sie zeigt entweder in Form von Kritik ausländischer NGOs an der Situation mangelnder Religionsfreiheit und der Verfolgung religiöser Gemeinschaften oder im Inneren durch neue Vorschriften, Sondersitzungen und Konferenzen zur Konstellationsbestimmung zwischen der KPCh und den religiösen Organisationen andauernde Präsenz. Dass sich die Religionspolitik in der VR China zu einem permanenten Problemfeld für die Partei entwickelt hat, liegt aber weniger in der von außen geübten Kritik begründet als vielmehr in der religionspolitischen Agenda, die sich die Regierung selbst verordnet hat.
What keeps the party in power? -- How are leaders chosen? -- How are policies made? -- Does China have a civil society? -- Do political protests threaten political stability? -- Why does the party fear religion? -- How nationalistic is China? -- Will China become democratic?
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Noch nie in der Geschichte der Kommunistischen Partei Chinas hat ein Parteitag so spät im Jahr stattgefunden wie der diesjährige XVI. Parteitag. Seit Beginn der Reformperiode, mit der ein regelmäßiger fünfjähriger Rhythmus für die Abhaltung dieser parteipolitischen Großveranstaltungen eingesetzt wurde, fanden die Parteitage immer in den Monaten September oder Oktober statt. Auch der diesjährige Parteitag war ursprünglich für September anberaumt gewesen, um aber im Sommer - nach Wochen großer Unklarheit, die in China und im Ausland weiten Raum für Spekulationen gaben - schließlich um zwei Monate auf die zweite Novemberwoche verschoben zu werden: Vom 8. bis 14. November wurde der Parteitag abgehalten und das neue Zentralkomitee gewählt; am 15. November bestätigte dieses dann die Mitglieder des neuen Politbüros und der anderen Führungsgremien der Partei.
Ni un solo país del mundo, cualquiera que sea su sistema político ha logrado, jamás, modernizarse con una política de puerta cerrada.Deng Xiaoping, 1982.Luego de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. intentó redefinir su relación con Latinoamérica a través de diferentes planes de cooperación. Desde la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, pasando por el nuevo acercamiento promovido por el Secretario de Estado Henry Kissinger y más tarde la Iniciativa de las Américas de George Bush, varios han sido los esfuerzos pero poco tangibles los resultados positivos o el alejamiento de los resquemores.La llegada a la presidencia de Barack Obama, con su inspiradora historia personal, generó expectativas promisorias en la eventual definición de su política para con América Latina, especialmente entre los afro-descendientes e indígenas siempre postergados en la agenda social de sus naciones. En abril de 2009, en el marco de la Cumbre de la Américas en Trinidad, Barack Obama parecía estar a la altura de esas expectativas, con un discurso conciliador en el que apelaba a la construcción de una "relación de iguales" entre su país y Latinoamericana. Sin embargo, el nuevo orden mundial establecido a partir del 11 de septiembre y la reconfiguración de las zonas de interés de EE.UU., sumado a la crisis financiero-económica de 2008 conspiraron contra el desarrollo de un intercambio más fluido y equilibrado. La teoría de que América Latina es un área de irrelevancia creciente y de escaso valor comienza a tomar fuerza.La reciente gira del Presidente estadounidense a la región (Brasil, Chile y El Salvador) ha sido interpretada como un intento de contener esa creencia. En una entrevista concedida a la revista Veja de Brasil (23 de marzo de 2011), Barack Obama expresaba su deseo de reforzar la relación económica con la región, destacando la importancia de Brasil como socio comercial y el apoyo expreso de EE.UU. para que el gigante sudamericano amplíe su rol en instituciones globales financieras (G 20, FMI, Banco Mundial).La gestación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la idea de vincular más profundamente las economías de las Américas en una zona de libre comercio única habían comenzado en la Cumbre de las Américas de diciembre de 1994 en Miami, EE.UU. Los Jefes de Estado y de Gobierno de las 34 democracias de la región acordaron la construcción de un Área de Libre Comercio en la que las barreras al comercio y la inversión se eliminarían progresivamente.Algunos países Latinoamericanos se mostraron ansiosos en formar parte del ALCA, pero gradualmente han perdido interés o registrado un cambio de rumbo tras la llegada al poder de nuevos gobiernos y, no menos importante, la inacción de Estados Unidos. América Central y el Caribe y, particularmente, Brasil en Sudamérica ocupan un lugar estratégico en la agenda norteamericana. Los primeros, por su nivel de integración con EE.UU. y por cuestiones de seguridad vinculadas con la inmigración y el narcotráfico. Brasil, por su creciente poder y su intención de limitar la influencia estadounidense en Sudamérica.Sin embargo, el nivel de influencia de EE.UU. en la región parece realmente estar redefiniéndose. El surgimiento de otros actores, principalmente nuevos socios comerciales, le ofrece a los países latinoamericanos un nuevo nivel de confianza y una plataforma más firme desde la cual negociar. China se confirma cada día como uno de los principales compradores de materias primas, India comienza a mostrar su potencial y la Unión Europea pretende relanzar las negociaciones con el MERCOSUR de cara a un Tratado de Libre Comercio (TLC). Así, paralelamente a la firma de TCLs con EE.UU., los países de la región firman TLCs con países asiáticos. Chile y Perú y sus tratados con EE.UU. y Corea del Sur son un buen ejemplo de ello.Si bien EE.UU. podría jugar un rol estratégico en la promoción de la libertad económica, la estabilidad política y el crecimiento en América Latina, eso significaría una revisión de su política para con la región que ha incluido rescates financieros, medidas proteccionistas y mensajes mixtos, en ocasiones explicados por las políticas divergentes de gobiernos demócratas y republicanos.Por otro lado, no puede menospreciarse la pérdida de prestigio internacional que han sufrido las instituciones estadounidenses en su persistencia de ignorar el derecho internacional y también, en nombre de la seguridad nacional, decretar medidas excepcionales. Varios son los ejemplos: la invasión a Iraq, los abusos a los derechos humanos (Abu Ghraib), los detenidos en Guantánamo, las víctimas civiles en Iraq y Afganistán o las revelaciones de Wikileaks. Estas situaciones colocan al gobierno estadounidense en una permanente contradicción entre su discurso y su práctica.En ese contexto, ¿Cómo apelar a EE.UU. como referente para la región? La oportunidad pudo haber surgido en el marco de la crisis hondureña en la que ni EE.UU., ni la OEA, ni la sorpresiva intervención de Brasil consiguieron aportar claridad o una salida digna a la situación.En esa misma crisis quedaron evidenciadas las contradicciones de la región. Mientras algunos pedían la intervención de EE.UU. para encontrar una solución a la crisis política e institucional de Honduras, otros actores criticaban las acciones del gobierno estadounidense y lo tildaban de intervencionistas. Más allá del discurso formal, y la postura oficial de cada país en relación con su política exterior, toma creciente importancia la política interna de los países. En su libro "El fin de la historia y el último hombre" Francis Fukuyama sostiene que, dado que las democracias no se enfrentan o luchan unas contra otras, se genera un entorno pacífico y próspero, siendo la legitimidad de esas democracias una forma de poder. En la región han surgido gobiernos que, elegidos democráticamente, esgrimen un discurso y un accionar de corte populista que dificulta la lectura de la orientación de su política exterior. Estos gobiernos han concentrado un gran nivel de poder en el Ejecutivo, debilitando en parte la legitimidad de esa democracia. Si de algo parece carecer Latinoamérica, es de políticas de estado que se basen en proyectos de país que se impongan en el tiempo y a través de los gobiernos y no en modelos de país basados en ideologías. En los hechos, no es viable que con cada cambio de gobierno que se de en la región, EE.UU. se vea en la necesidad de recomenzar su relación con el gobierno de turno. Ello solo puede generar un desgaste y una pérdida de tiempo que ningún país de Latinoamérica está en real posición de promover.La Relación EE.UU. – UruguaySi bien Uruguay siempre ha tenido en EE.UU. a uno de sus principales socios comerciales, el relacionamiento político ha sido fluctuante. En su reciente libro "Os redentores" (en su traducción al portugués), el escritor mexicano Enrique Krauze identifica a Argentina y Uruguay como "la cuna intelectual del antiamericanismo" y los gestores de la idea de una región unida, por ser países más ricos y profundamente influenciados por pensadores franceses. Las ideas del escritor uruguayo Enrique Rodó y su visión de la cultura estadounidense junto con las ideas del periodista cubano José Martí, influenciaron fuertemente a las posteriores generaciones de intelectuales latinoamericanos y actores sociales, entre los que se destaca Eduardo Galeano y su obra de referencia "Las venas abiertas de América Latina".Desde el retorno a la democracia en 1985, la relación de Uruguay con EE.UU. ha sido armónica, esencialmente justificada por el intercambio comercial y, en menor medida, por temas vinculados a seguridad y defensa. Probablemente, el mejor momento de la relación bilateral se produjo en el marco de la 3ra. Cumbre de las Américas en Quebec, Canadá, en abril de 2001. En aquella ocasión, el presidente de EE.UU., George W. Bush, agradeció al presidente de Uruguay Jorge Batlle su mediación, sin aparente pedido expreso, ante el presidente chino Jiang Zemin en pos de la liberación de un grupo de 24 soldados estadounidenses retenidos por el gobierno de ese país en Hainan.Más tarde, cuando Bush defendió el proyecto del ALCA y sus ventajas para todas las partes involucradas ante la presencia de la mayoría de los presidentes de la región, Batlle abandonó el discurso que había preparado y centró su intervención en apoyar la propuesta de Bush, anulando toda voz en contrario (consciente de que la siguiente intervención sería de Venezuela en la persona de su presidente, Hugo Chávez) dando ejemplos del intenso intercambio comercial que ya existía entre EE.UU. y Latinoamérica. El periodista uruguayo, Claudio Paolillo, describe ese momento como "amor a primera vista" en su libro "Con los días contados". A partir de allí el dialogo entre ambos presidente fue permanente y se cursaron invitaciones para visitar EE.UU. y Uruguay.Unos meses después, en el desarrollo de la crisis financiera que afectare a Uruguay, como resultado de la corrida bancaria y posterior default en Argentina, el FMI, a través de su representante el chileno Eduardo Aninat, exigía a Uruguay la declaración de default a cambio de recibir asistencia financiera. El rescate de Uruguay llegó en la forma de un préstamo del gobierno estadounidense que le dio la liquidez necesaria para evitar el default.El acercamiento del gobierno de Batlle a su contraparte estadounidense dio sus frutos, aunque la intención inicial de su gobierno era la de alcanzar un acuerdo comercial profundo con EE.UU. Las dificultades que el país atravesó por aquel entonces y el reordenamientos de sus prioridades impidieron mayores avances en ese sentido. Con la llegada a la presidencia uruguaya de Tabaré Vázquez (2005-2010), primer representante de la coalición de izquierdas Frente Amplio, surgieron dudas respecto de la continuación del acercamiento entre ambos países. Vázquez y su equipo económico eran partidarios de fortalecer la relación comercial y política con EE.UU., no así sectores de su coalición que se opusieron fuertemente, destacándose la posición de su propio Ministro de Relaciones Exteriores e histórico referente del Partido Socialista, Reinaldo Gargano.Durante el gobierno de Vázquez, el presidente Bush visitó el país y manifestó sentirse "sorprendido" por lo que el país estaba en condiciones de ofrecer en términos comerciales y políticos como referente regional de prácticas políticas moderadas.El momento político entre ambos países era inmejorable pero las posiciones disidentes dentro del partido de gobierno y la falta de un acuerdo social, impidieron, una vez más, que el Uruguay se posicionare como un socio estratégico de EE.UU. en la región. Algunos miembros del gobierno consideraron que el país ya tenía un socio poderoso en la figura de Brasil, mientras que otros actores políticos consideraban que Uruguay debía generar el mayor número posible de socios poderosos y estaba dejando pasar una oportunidad histórica. El actual gobierno pertenece a la misma coalición de izquierda y es liderado por Jose Mujica. Hasta el momento, no ha mostrado indicios precisos sobre qué tipo de relacionamiento procura sostener con EE.UU. Hay una clara apuesta por fortalecer la relación con los vecinos de la región, lo que es apreciado especialmente por gobiernos populistas, con necesidad permanente de validación internacional.No resulta claro si ello es parte de una estrategia de construir buenas relaciones con los vecinos más próximos y así perfilarse como facilitador y canalizador de contactos entre terceros cuyos vínculos no sean tan fluidos o, en cambio, se trata de nuevos caminos que el presente gobierno pretende tomar.En ese sentido, existen posiciones que sostienen que Uruguay debe ser un país bisagra en la región, mientras otros sostienen que basado en la solidez de sus instituciones debería posicionarse como referente de compromiso democrático y transparencia y, desde esa plataforma, validar sus expectativas, reclamos y negociar su posición y votos en foros internacionales. Uruguay debe recuperar su histórico rol como interlocutor coherente, serio y moderado, respetuoso de las leyes y el derecho internacional y así destacarse en la región como un potencial mejor socio latinoamericano.BibliografíaDougherty J y Pfaltzgraff R, 1993. Teorías en pugna en las relaciones internacionales, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires. Fukuyama, Francis, 1992. El fin de la historia y el último hombre, Editorial Planeta, Barcelona.Fukuyama, Francis, 2010. Ficando para trás, Explicando a crescente distancia entre América Latina e Estados Unidos, Editora Rocco, Río de Janeiro.Huntington, Samuel P, 1997. El choque de Civilizaciones, Editorial Paidós, Buenos Aires.Krauze, Enrique, 2011. Os redentores, Editorial Benvirá, Sao Paulo.Paolillo, Claudio, 2004. Con los días contados, Editorial Fin de Siglo, Montevideo.*Analista en Comercio Exterior y traductora comercial.
La búsqueda de la comprensión -o incluso una suerte de predicción- del comportamiento internacional de las grandes potencias ha sido uno de los leit motif de la disciplina de las relaciones internacionales. En general, dos grandes cortes analíticos han predominado. Por un lado, el enfoque estructural –es decir, el estudio de la política entre estados desde el sistema internacional hacia las propias unidades estatales (Kenneth Waltz es el locus classicus). La alternativa han sido los análisis que parten de la unidad para entender la política internacional –i.e. que privilegian el estudio de lo doméstico. No debería hacer falta senalar que dicho corte es en buena medida ficticio. Una convención acadeñmica que puede sobrevivir únicamente en el abstracto mundo de la teoría y que es aceptada como tal incluso por aquellos que más enfáticamente propugnan por la separación de los estructural y lo doméstico. (1)Una comprensión acabada de la política internacional debe nutrirse siempre de imputs estructurales y domésticos. "Descifrar" la conducta china se ha impuesto como uno de los grandes desafíos para la disciplina. Ante la re-confirmación diaria de la tangibilidad del ascenso chino, lo que Beijing "haga" en la escena internacional ha pasado a ser un tema de primer interés -o preocupación- para resto del mundo. Esto con especial énfasis a partir de los complejos 2009 y 2010 –donde el resto del sistema ha tenido que lidiar con una China mucho más audaz (agresiva para aquellos menos procupados por lo políticamente correcto). La pregunta "¿Cómo será la conducta internacional China?" debe, sin embargo, estar acompañada por un "¿Cuáles son las ideas fuerza que guian la política exterior china?" –i.e. parte la pata doméstica del análisis. A ordenar el campo de donde buscar una respuesta para la última interrogante es que se ha dispuesto David Shambaugh, profesor de la George Washington University, y uno de los más reconocidos sinólogos, en unreciente artículo publicado en The Washington Quarterly. Shambaugh es un experiente practicante del arte –muchas veces bruta y abusivamente utilizado- de poner rótulos simplificadores a los fenómenos sociales para facilitar su comprensión. En este caso, el objeto de simplificación son las escuelas de pensamiento de política exterior dentro de China. Una tarea compleja pero necesaria, especialmente si se tiene en cuenta, como señala Shambaugh, que: "no nation has had such an extensive, animated, and diverse domestic discourse about its roles as a major rising power as China has during the past decade (p. 8)." Siete escuelas o "tendencias de análisis" son demarcadas por el autor. El espectro corre de la más aislacionista y agresiva (nativismo) al cosmopolitanismo más kantiano (globalismo).NativismoRealismoGrandes PoderesAsia PrimeroSur GlobalMultilateralismo SelectivoGlobalismoNativismo La tendencia nativista, como la define Shambaugh, es una colección -inevitablemente heterogénea- de populistas, nacionalistas xenofóbicos y marxistas (p. 10). Es en buena medida el resabio en formol del pensamiento maoísta más duro (aliado de lo que en el debate de política doméstica se conoce como "la Nueva Izquierda", enemiga principal de las reformas económicas iniciadas en la década de 1980), (2) adozado de las nuevas tendencias hyper-nacionalistas típicas de una potencia en ascenso – exacervadas en una potencia que entiende su pasado pre-comunista como "los 100 años de humillación a manos de Occidente." No es raro entonces que el nativismo se exprese por medio de una fuerte desconfianza hacia Occidente –en el caso de los Estados Unidos, directamente un fuerte anti-americanismo. Desconfianza que se traduce en una obsesión con la idea de "evolución pacífica," es decir, la noción de que haber entrado en el mundo liberal-occidental (aunque sólo sea económicamente) favorece los conspirativos esquemas de Estados Unidos de derrocar al partido comunista chino pacífica y casi imperceptiblemente. Pervive tambien aquí un dejo de teoría leninista del imperialismo 2.0, donde la globalización representa la expansión del capital como la veía Lenin (algo desgraciadamente nada extraño en el discurso internacional latinoamericano). Realismo La corriente realista es fácil de comprender para alguien ligeramente conocedor de las ideas centrales de la teoría internacional Occidente. La primacía del Estado, la anarquía como principio ordenador del sistema y su consecuente imposición de la auto-ayuda como ¨norma¨de conducta para los estados, son las bases de esta escuela –en general mucho más homogénea que el resto. Logicamente, la seguridad nacional es aquí un concepto clave. Esta tendencia es la que domina el discurso chino de política exterior. Particularmente predominante es dentro del ejército chino, pero también se extende al mundo académico -Zhang Ruizhuang, profesor de la Universidad Nankai y, no casualmente, exestudiante de Kenneth N. Waltz en la Universidad de California-Berkeley, representa a esta escuela cuando argumenta: "…the US has been damaging China's interests for a long time. China should be dissatisfied, not satisfied, with the state of US-China relations. It is not a relationship in good condition. If China does not oppose the United States, the US will abuse China's interest and China will become America's puppet." (13) Grandes PoderesPara esta escuela la diplomacia china debería estar primariamente enfocada en las grandes potencias. El traspaso de tecnología de potencias más avanzadas en este aspecto como Estados Unidos y la Unión Europea aparece como una prioridad. Por otra parte, la relación con Rusia en torno a cuestiones energéticas también debería estar en la tapa de la agenda. En términos de seguridad, mantener una relación armoniosa con Estados Unidos es la clave. La tendencia de los grandes poderes fue preponderante durante el mandato de Jiang Zemin (con su política de "Primero Estados Unidos"), y tiene un retrogusto al pensamiento de Deng Xiaoping. Sin embargo, es cada vez menos coherente con una potencia que va consolidando su ascenso y ve un constante incremento en su potencial para actuar en el globo – la expansión en Africa y la conducta hacia su periferia en los años 2009 y 2010 son testigos de esto. Asia PrimeroA diferencia de la anterior, la tendencia de análisis que Shambaugh denomina "Asia Primero" propugna por una concentración de esfuerzos en la vecindad. (3) Hay un foco en la construcción de una identidad asiática –y aquí existe un fuerte vínculo con la escuela constructivista en el pensamiento de teoría de RR.II.- como fuente de estabilización de la región y como remedio a los temores y reacciones de los países de Asia ante el ascenso chino. Esta escuela tuvo un fuerte impulso en el período de la post-crisis financiera asiática de 1997. Sin embargo, la expansión de los intereses chinos en el mundo amenaza con dejar un tanto obsoleta su influencia, o al menos anular la posibilidad de su preeminencia en el debate. Sur GlobalLa idea que China es todavía un país en desarrollo sigue muy presente en el imaginario chino -particularmente de su elite política . La escuela del Sur Global, adoptando esta premisa, propone poner el foco en sus pares –por pares se entiende una suerte Tercer Mundo. Aquí, las relaciones con América Latina, Africa, y por cierto Asia, son centrales. Quienes se posicionan dentro de esta tendencia abogan por actuar internacionalmente en torno a esquemas como los BRIC, G-20, instancias multilateriales asiáticas, etc. Se mantienen varios de los preceptos de "Asia Primero," pero expandéndolos a todo el "sur" del globo. Cabe señalar que, como no podía ser de otra manera, la línea de trabajo de éstos pensadores ha tendido a problematizar la concepción demasiado facilista de un "Tercer Mundo" entendido como una unidad medianamente homogénea –e.g. ¿cómo poner a China y Sudán en una misma bolsa?- y han pasado a dividir el Tercer Mundo en regiones, intereses, grados de desarrollo, etc. Multilateralismo SelectivoSegún Shambaugh: "the Selective Multilateralism school believes that China should expand its global involvements gradually but selectively, and only on issues in which China's national security interests are directly involved (p. 17)." El núcleo conceptual de esta escuela es la disposición a colaborar e interactuar en las instancias multilaterales…siempre y cuando sirva a los intereses de Beijing. Tienen una buena acogida a la expansión de la gobernanza global, pero una desconfianza ante aquellos que ponen demasiado énfasis en el rol de China en la misma –resuenan aquí los constantes pedidos de oficiales y académicos estadounidenses de que China se transforme en un "responsible stakeholder." GlobalismoLos globalistas sí compran la idea que Beijing debería actuar como un "responsible stakeholder". Para éstos, China debería aceptar su nuevo rol como gran potencia y colaborar en la resolución de los problemas que aquejan a la comunidad internacional (especialmente a através de instancias multilaterales). Estos neo-kantianos son primos cercanos de la corriente liberal-institucionalista de autores como Robert Keohane, John Ikenberry, Andrew Moravcsik, entre otros. Las cuestiones más relevates dejan de ser la seguridad entendida tradicionalmente, como en el dominante realismo, para pasar a temas de economía internacional, seguridad humana, terrorismo, crimen organizado, la conformación de normas a nivel internacional, etc. Shambaugh comenta acertadamente que el cuarto de hora de este grupo estaría pasando. Su auge estuvo en los auspiciosos 90's, cuando China recién iba descubriendo las ventajas de pertencer al orden Occidental. Los convulsionados acontecimientos de 2009 y 2010 quizás sean recordados como las campanas que anunciaban la muerte de esta corriente de pensamiento.* * * * *Las clasificaciones antes expuestas poseen las desventajas de toda gruesa generalización: entre otras cosas, no respetan superposiciones que serían fáciles de encontrar entre las tendencias de análisis –e.g. un pensador en la escuela "realista" seguramente tenga extensos lugares en común con alguien de la escuela de las "grandes potencias," así como los podría tener alguien trabajando desde el "multilateralismo selectivo" con un miembro de la escuela del "sur global". No obstante, el análisis de Shambaugh es un buen punto de partida para organizar el escenario en el que se está disputando el debate sobre cómo actuar a medida que, aparentemente, el ex-"Imperio del Medio" recupera su privilegiado lugar de antaño. (4) El artículo, entonces, cumple acertadamente la función de "ordenador" y es por esto que los problemas de la generalización son aceptables. A su vez, exponer tal diversidad de corrientes es importante para desmitificar la idea de una identidad china única y homogénea, que de existir permitiría derivar de ésta la conducta de Beijing en el sistema. A decir del autor: "China has no single international identity today, but rather a series of competing identities (p. 9)." Aceptar esto ayuda a lidiar con la frustración de no poder terminar de comprender el complejo entramado que es la política exterior china, además de tornar más sofisticada, y especialmente másprudente, la mirada de los tomadores de decisiones del resto de las potencias hacia China.Ahora bien, así como no mirar dentro de los estados sería un error, obviar la relevancia que el sistema -i.e. el enfoque estructural- ejerce sobre la conducta de éstos sería una equivocación de similar magnitud. Esto es especialmente cierto para el mediano y largo plazo. La dificultad de sacar patrones de conducta claros de "la batalla de ideas," así como el inherente dinamismo sobre quiénes resultan "ganadores" de estas batallas, reducen las ventajas analíticas de este tipo de análisis. Poco podríamos decir, estudiando las corrientes de pensamiento actuales y su posicionamiento en el debate, sobre la conducta china de aquí a 20 o incluso 10 años. Hay por otro lado un problema más de fondo sobre el rol de las ideas en la formulación de las política exterior; uno del tipo del "huevo y la gallina:" ¿cómo saber que las ideas están guiando la política exterior y que no son los hechos los que marcan quiénes piensan qué y quiénes salen victoriosos de la "batalla de ideas"? Parece un tanto sospechoso que en la década de 1990 –cuando China empezaba su meteórico ascenso y se daba de frente con las ganancias que genera participar del orden económico occidental- los globalistas y las escuelas más soft tuvieron su gran momento de auge; mientras que a medida que China ha ido consolidando su poder el realismo y las tendencias más asertivas han encontrado un lugar de preeminencia en el debate. El estudio del ascenso chino en su versión menos inmediata debe, por lo tanto: a) tener una postura clara acerca de las consecuencias que impone la estructura sobre los grandes estados; b) generar una buena teoría sobre la dinámica de ascenso y descenso entre potencias y la relación de éstas con el resto del sistema; y c) hacer una detenida búsqueda de las lecciones (desde luego no de manera determinista) que la Historia de las relaciones entre-estados -y entre otros tipos históricos de unidades políticas- pueden proveer para tornar asequible un mejor entendimiento de lugar que China va a ocupar en el siglo XXI. (1) En su clásico trabajo, Man The State and War, Kenneth Waltz sentaba este punto: "The third image (estructura) describes the framework of world politics, but without the first and second images (individual y doméstica) there can be no knowledge of the forces that determine policy." (p. 238)(2) Ver: Fewsmith, Joseph, China Since Tiananmen: The Politics of Transition, Cambridge University Press, Cambridge, 2001(3) No sería difícil hacer un peralelismo con gran parte del pensamiento estadounidense hasta la guerra de 1898 con España.(4) Debates que por cierto no suelen ser demasiado apacibles: "For Chinese, it is quite jarring to all of a sudden be confronted with a whole new set of questions and external demands about China's international status, roles, and responsibilities." (p. 9) *Profesor Depto. Estudios Internacionales. FACS - Universidad ORT Uruguay. MA en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di TellaE-mail: gcastro@sas.upenn.edu